Un mundo sin salvación

 

Autor: Paul Krugman

Premio Nobel de Economía 2008. Es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

 

¡La rupia está cayendo! ¡Corran a protegerse! Pensándolo bien, mantengamos la calma y sigamos con nuestros asuntos.


La rupia es la moneda de Indonesia y, al igual que las de otros mercados emergentes, se ha depreciado mucho a lo largo de los últimos meses. La última caída en picada de la rupia tuvo lugar en 1997 y 1998, cuando este país estaba en el epicentro de una crisis financiera en Asia. Visto en perspectiva, ese evento fue una especie de ensayo general para la crisis mucho mayor en la que se ha visto sumido el mundo desarrollado 10 años después. Por tanto, ¿deberíamos aterrarnos de nuevo por la situación de Asia?
No lo creo, por razones que explicaré en un minuto. Pero los acontecimientos de hoy son un recordatorio de lo poco que aprendimos de esa crisis, que tuvo lugar hace 16 años. No reformamos el sector financiero, sino todo lo contrario: la liberalización siguió adelante a toda máquina. Tampoco aprendimos las lecciones correctas sobre cómo reaccionar cuando la crisis golpea. De hecho, no solo hemos estado cometiendo muchos de los mismos errores otra vez, sino que, de muchas maneras, ahora lo estamos haciendo mucho peor.


Algunos antecedentes: el periodo previo a la crisis asiática guarda un fuerte parecido con el periodo previo a la crisis que ahora aflige a Grecia, España y otros países europeos. En ambos casos, sus orígenes residen en el optimismo excesivo del sector privado, con enormes influjos de préstamos extranjeros que iban a parar principalmente a dicho sector. En ambos casos, el optimismo se convirtió en pesimismo con sorprendente rapidez, lo cual precipitó la debacle.


No obstante, a diferencia de Grecia et al., los países en crisis en 1997 tenían su propia divisa, que pasó a depreciarse fuertemente frente al dólar. Al principio, esta depreciación causó agudos trastornos económicos. En Indonesia, por ejemplo, muchas empresas tenían grandes deudas en dólares, de modo que cuando la rupia se devaluó, esas deudas se dispararon con relación a los activos y los ingresos. La consecuencia fue una grave contracción económica, en una escala que no se veía desde la Gran Depresión.


Afortunadamente, los malos tiempos no duraron tanto. La propia debilidad de las monedas de estos países hizo que sus exportaciones se volviesen muy competitivas, y pronto todos ellos —incluso Indonesia, que fue la más afectada— experimentaban fuertes recuperaciones impulsadas por las exportaciones.


Aun así, la crisis debería haber servido de lección objetiva sobre la inestabilidad de los sistemas financieros no regulados. En lugar de eso, la recuperación de Asia llevó a las autoridades occidentales a alardes excesivos de autoelogio, ejemplificados en la famosa portada de la revista Time en 1999 —en la que aparecían Alan Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal, con Robert Rubin y Lawrence Summers, en aquella época secretario y subsecretario del Tesoro, respectivamente— con el titular “El comité que ha de salvar el mundo”. El mensaje era: “No se preocupen, tenemos todo esto bajo control”. Ocho años después, descubrimos lo poco apropiada que era esa confianza.


De hecho, como ya he mencionado, en esta ocasión lo estamos haciendo mucho peor. Consideremos, por ejemplo, el país en peor situación durante cada crisis: Indonesia entonces, Grecia ahora.


Indonesia vio cómo su economía se contraía 13% en 1998, algo terrible, pero hacia el 2000 ya estaba en marcha una sólida recuperación. En el 2003, la economía indonesia había superado su máximo anterior a la crisis; el año pasado, era 72% más grande que en 1997.


Comparemos este caso con Grecia, donde la producción ha descendido más de 20% desde el 2007 y sigue disminuyendo con rapidez. Nadie sabe cuándo empezará la recuperación, y yo intuyo que pocos observadores prevén que la economía griega logrará alcanzar los niveles anteriores a la crisis durante esta década.


¿Por qué la situación es mucho peor esta vez? Una respuesta es que Indonesia tenía su propia moneda y la devaluación de la rupia fue, al final, algo positivo. Grecia, por otro lado, está atrapada en el euro. Además, los políticos eran más flexibles en la década de los noventa que en la actualidad. El Fondo Monetario Internacional exigió al principio duras políticas de austeridad en Asia, pero pronto cambió de rumbo. Esta vez, las exigencias a Grecia y a otros deudores han sido implacablemente duras, y cuanto más fracasa la austeridad, más sangre se exige.


Entonces, ¿será Asia la siguiente? Probablemente no. Indonesia tiene ahora un nivel de deuda extranjera con relación a los ingresos mucho más bajo del que tenía en la década de 1990. India, cuya moneda también experimenta una caída que preocupa a muchos observadores, tiene una deuda todavía más baja. Por tanto, una repetición de la crisis de los noventa, por no hablar de una crisis interminable al estilo griego, parece poco probable.
¿Y qué hay de China? Pues como expliqué recientemente, estoy muy preocupado, pero por razones totalmente diferentes, en su mayoría no relacionadas con los acontecimientos en el resto del mundo.


Pero seamos claros: incluso si nos libramos del espectáculo de otra región más hundida en la depresión, el hecho es que quienes se felicitaban a sí mismos por salvar el mundo en 1999 estaban predisponiéndolo para una crisis mucho peor, que tendría lugar solo unos años después.


Publicado en: Diario Gestión (04 de Setiembre del 2013)