“Caminos Separados"

 

Autor: Paul Krugman

 

 

Mientras Estados Unidos se recupera, las malas buenas ideas han perpetuado la depresión en Europa

Estados Unidos todavía no se ha recuperado totalmente de los efectos de la crisis financiera del 2008, pero es justo afirmar que heemos reconquistado buena parte del terreno perdido. No se puede decir lo mismo de la eurozona, donde el PBI real per cápita sigue siendo inferior al del 2007 y 10% o más por debajo de lo que se esperaba a estas alturas. Está peor que durante la década de 1930.

¿Por qué le ha ido tan mal e Europa? En las últimas semanas he leído varios discursos y artículos que sugieren que el problema radica en que los modelos económicos no son los adecuados - que se necesita replantear la teoría macroeconómico, puesto que no ha sido capaz de ofrecer lineamiento útiles durante la crisis-. ¿Pero es esto lo que ha fallado?

No. Si bien es cierto que pocos economistas previeron la crisis, desde entonces el pequeño secreto de la economía es que los modelos básicos de los libros de texto, que reflejan un punto de vista sobre las recesiones y las recuperaciones que habrían resultado familiar a los estudiantes de hace medio siglo, han funcionado muy bien.

El problema es que los encargados de la política económica en Europa decidieron rechazar esos modelos básicos y optar por enfoques alternativos que eran innovadores, excitantes y completamente equivocados.

He vuelto a consultar los debates económicos posteriores al 2008 y lo que resalta a partir del 2010 es que comenzó a producirse una enorme divergencia en el modo de pensar en Estados Unidos y en Europa. En el primer caso, la Casa Blanca y la Reserva Federal (Fed) se han mantenido generalmente fieles a la teoría keynesiana estándar.

Aunque el gobierno de Barack Obama desperdició mucho tiempo y esfuerzos para lograr lo que solía llamarse el "Gran Pacto" presupuestario, siguió creyendo en la noción de que el gasto deficitario es positivo en momentos de depresión económica. Entretanto, la Fed desoyó las advertencias de que estaba "degradando" el dólar, y se mantuvo fiel a la idea de que su política de no subir las tasas de interés no generaría inflación mientras el desempleo siguiese elevado.

En contraste, los responsables de la política económica en Europa estuvieron dispuestos a arrojar por la ventana la economía de los libros de texto, en favor de puntos de vista nuevos. La Comisión Europea, cuya sede se encuentra aquí en Bruselas, se aferró ansiosamente a las supuestas evidencias que respaldaban la "austeridad expansiva", rechazó el argumento clásico favorable al déficit.

Así, optó por la idea de que recortar fuertemente el gasto en momentos de depresión económica genera empleo, ya que impulsa la confianza. Por su parte, el Banco Central Europeo (BCE) se tomó muy enserio las advertencias sobre la inflación y el 2011 incrementó las tasas de interés, a pesar de que el desempleo seguía muy alto.

Pero mientras los encargados de la política económica en Europa podrían haber creído que estaban mostrando una apertura encomiable a las nuevas ideas económicas, los economistas a los que decidieron escuchar eran quienes les decían lo que querían oir.

Es por ello que intentaron justificar las estrictas medidas que, por razones políticas e ideológicas, impusieron a los países deudores. Encumbraron a economistas , como Alberto Alesina, Carmen Reinhart y Kennneth Rogoff, todos de la Universidad de Harvard, que parecían brindarles la justificación que necesitaban. Sin embargo, resultó que todos esos nuevos estudios contenían profundas fallas, de uno u otro tipo.

Y mientras las nuevas ideas se estrellaban y ardían, la vieja teoría económica cobraba cada vez más fuerza. Quizá algunos lectores recuerden las muchas burlas hacia las predicciones de los economistas keynesianos, yo entre ellos, que decíamos que las tasas de interés se mantendrían bajas aunque el déficit presupuestario fuese enorme, que la inflación seguiría estando controlada aunque la Fed comprase grandes cantidades de bonos, que los recortes drásticos del gasto público, lejos de generar un boom económico debido a la confianza, hundirían todavía más el gasto privado. Y todas estas predicciones se cumplieron.

El punto es que es un error afirmar, como hacen muchos, que la política económica fracasó porque la teoría no proporcionó a los responsables políticos la orientación que necesitaban. En realidad, la teoría ofrecía lineamientos excelentes y solo hacía falta que los responsables hubiesen estado dispuestos a escucharlas. Por desgracia, no lo estuvieron.

Y todavía no lo están. Para sentirse deprimidos de verdad por el futuro de Europa, basta leer el artículo que Wolfgang Schauble, el ministro de Finanzas de Alemania, publicó en The New York Times. Se trata de un rechazo absoluto a todo lo que sabemos sobre macroeconomía y los conocimientos que se han visto confirmados por la experiencia europea de los últimos cinco años. En el mundo de Schauble, la austeridad genera confianza, la confianza crea crecimiento y, si no funciona en algún país, es porque no lo están haciendo correctamente.

Volvamos al tema de las nuevas ideas y su función en la política económica. En general, resulta difícil rebatirlas, pero durante los últimos años, lejos de ayudarnos a encontrar una solución, han sido parte del problema. Nos habría ido mucho mejor si nos hubiésemos quedado con la macroeconomía de antaño, que se mejor que nunca.

 

Publicado por Diario Gestión ( 22 de Abril del 2015)