Privilegios, patología y poder

Autor: Paul Krugman

 

 

 

 

 

La riqueza puede ser mala para el alma. No es solo un trozo de sabiduría popular sino una conclusión de las ciencias sociales, confirmada por el análisis estadístico y la experimentación. Es menos probable que, en promedio, las personas afluentes muestren empatía y respeten las normas e incluso las leyes, y más probable que hagan trampa, en comparación con quienes se ubican más abajo en la escala económica.

Y aunque no dispongamos de confirmación estadística, es obvio que la riqueza extrema puede causar un enorme daño espiritual. Si a alguien cuya personalidad es desagradable se le proporcionase el tipo de riqueza que le permita rodearse de aduladores y obtener lo que desee, se convertirá en una persona patológicamente autocomplaciente e indiferente.

¿Qué ocurre con un país que otorga un creciente poder político a esa gente? Estados Unidos es una sociedad en la que el ingreso y la riqueza están cada vez más concentrados en las manos de un número pequeño de gente, la cual ostenta una gran influencia política- en las primeras fases de la campaña presidencial, cerca de la mitad de las contribuciones provino de menos de 200 familias ricas-.

La preocupación habitual en torno a esta marcha hacía la oligarquía es que los intereses y las preferencias de política gubernamental de los muy afluentes son bastantes distintos de la población en general, y ese es ciertamente el problema más serio.

Pero también es cierto que entre quienes actúan empoderados por la política movida por el dinero figura un número desproporcionado de ególatras. Al respecto, hablemos del actual ciclo electoral.

La más obvia ilustración de este argumento es el hombre que encabeza las encuestas en el partido Republicano. Aunque hubiera pertenecido a otro nivel socioeconómico, Donald Trump probablemente habría sido un arrogante y un matón. Pero sus millones le han aislado de los controles externos que limitan la capacidad de la mayoría de exteriorizar sus tendencias narcisistas: nunca nadie ha estado en la posición de decirle "¡estás despedido!", y el resultado es el rostro que continuamos viendo en la televisión.

Pero Trump no es el único multimillonario terriblemente egocéntrico que está desempeñando un papel significativo en la campaña 2016. Últimamente ha habido noticias interesantes ha habido noticias interesantes sobre Sheldon Adelson, el magante del juego de Las Vegas, quien se ha visto implicado en complicados procesos judiciales relacionados con denuncias de manejos fraudulentos en sus operaciones en Macao, incluyendo vínculos con el crimen organizado y la prostitución.

Teniendo en cuenta su negocio, tales lazos no serían sorprendentes. Lo que asombró fue su comportamiento en el juzgado, donde se rehusó a responder preguntas rutinarias y discutió con la jueza, Elizabeth Gonzales. La magistrada subrayó correctamente que esa conducta no es propia de un testigo en la corte.

Luego Adelson compró el periódico de mayor tiraje de Nevada. Cuando la venta estaba finalizando, se pidió a los reporteros dejar todo lo que estaban investigando y comenzar a monitorear las actividades de tres jueces, incluida Gonzales.

Aunque el periódico nunca publicó nigún resultado de esas pesquisas, un ataque contra la jueza apareció en uno de Connecticut, cuyo dueño es un socio de Adelson, bajo la forma de un artículo de opinión firmado por un autor aparentemente ficticio.

Bueno ¿pero por qué nos debe importar este asunto? Porque el gasto político que realiza Adelson le ha convertido en una figura clave en el partido Republicano - tanto que los periodistas hablan de las "elecciones primarias de Adelson" cuando se refieren a los viajes a Las Vegas que hacen los candidatos para rendirle reverencia-.

¿Hay otros casos? Por supuesto, si bien la egolatría no alcanza los niveles de Adelson. Por ejemplo, se me viene a la mente el multimillonario administrador de fondos de cobertura Paul Singer, otro potentado republicano, que publicó una carta para los inversionistas en la que advirtió que la inflación crecía desesfrenadamente- como lo evidenciaban los precios de los inmuebles en los Hamptons y del arte superexclusivo-.

El incidente provocó las risas de los economistas, pero habría que pensar en el egocentrismo que se requiere para escribir algo así sin comprender cómo les sonaría a quienes no poseen millones.

O pensemos en los varios multimillonarios que, hace unos años, declaraban con rostros impasibles y niguna señal de autoconciencia, que el presidente Barack Obama estaba afectando la recuperación de la economía cuando sugirió que algunos empresarios habían tenido una conducta indebida. Es que estaba hiriendo sus sentimientos.

Debo aclarar que la mayor razón para oponerse al poder del dinero en la política es la manera en que hace posible que los afluentes manipulen y distorsionen las prioridades de política gubernamental. Y el mayor motivo del odio que le tienen a Obama es lo que hizo con sus sentimientos.

El hecho de que algunos de los que compran influencas también sean gente atroz es secundario, pero no es trivial. La oligarquía- el gobierno de unos pocos- también tiende a convertirse en el gobierno de los monstruosamente egocéntricos. ¿Cómo la llamaríamos, "narcisocracia" o "imbecilogarquía"? De cualquier forma, es un feo espectáculo y probablemente empeore a los largo del año.


Publicado en: Diario Gestión ( 06 de Enero 2016 )