La gran ausencia

Autor: Paul Krugman

 

La campaña presidencial de Bill Clinton en 1992 se enfocó en la "economía, estúpido". Pero en la actual, la política macroeconómica ha estado, en gran medida, ausente de la discusión. Ello a pesar de que los riesgos económicos no se han disipado y habría que sentir temor por lo poco que han aprendido de los últimos ocho años muchos de los que aspiran a la presidencia de Estados Unidos.

Quienes seguimos las noticias financieras sabemos de la gran agitación que sufren los mercados. Aunque no se trata de una repetición del 2008, por lo menos hasta ahora, sí es preocupante.

De nuevo, existe un volumen sustancial de deuda con problemas, esta vez no es hipotecaria sino de las compañias energéticas golpeadas por la caída del precio del petróleo. Entretanto, a economías emergentes que marcaban la pauta como Brasil les está yendo muy mal, y China está tambaleando. A la estadounidense le está yendo mejor que a casi todas las demás, pero definitivamente no somos inmunes al contagio.

Nadie sabe qué tan grave será, pero los mercados financieros están emitiendo señales de alarma. En especial, los mercados de bonos están comportándose como si los inversionistas esperasen muchos años de debilidad económica. En Estados Unidos, las tasas de interés de largo plazo están cerca de niveles bajo históricos, aunque no es nada comparado con lo que ocurre en el exterior, donde muchas están en terreno negativo.

Y las tasas súper bajas, que principalmente reflejan presiones de mercado y no efectos de políticas económicas, están creando problemas para los bancos, cuyas ganancias dependen de su capacidad de prestar dinero por mucho más de lo que pagan por recibir depósitos. Los europeos son los que más problemas tienen, pero las cotizaciones de sus contrapartes estadounidenses también han bajado mucho.

En otras palabras, parece que todavía estamos en la era económica a la que entramos el 2008- una de persistente debilidad, en la que los desafíos clave son la deflación y la depresión, no la inflación y los déficit presupuestarios-. Así que cabría preguntarse qué tan bien afrontarían esos desafíos los aspirantes a la presidencia.

Pues entre republicanos, la respuesta es: que Dios nos ayude. Es que sus puntos de vista económicos vas desdemedianamente insensatos a totalmente insensatos. Encabezando la carga está Donald Trump, que ha acusado a la Reserva Federal (Fed) de estar a favor de los demócratas.

Hace unos meses, afirmó que la presidenta de la entidad, Janet Yellen, no había elevado las tasas de interés "porque Obama le dijo que no". No importa si la inflación sigue debajo de la meta de la Fed ni que a la luz de la situación actual, hasta el pequeño incremento de diciembre ahora parezca un error, como muchos lo advertimos.

Pero lo cierto es que la posición de Trump no dista mucho del resto de su partido. Después de todo, Paul Ryan, que ahora es el presidente de la Cámara de Representantes, recriminó al predecesor de Yellen, Ben Bernanke, por aplicar medidas que supuestamente ponían en riesgo la inflación e incluso insinuó teorias conspirativas, acusándolo de "darle una mano a la política fiscal".

Y hasta los republicanos que suenan sensatos pierden la cordura cuando hablan de política macroeconómica. El proyecto insignia de Jhon Kasich es una enmienda sobre el equilibrio presupuestario que sumiría la economía en una recesión, pero también es partidario de la restricción monetaria, que, curiosamente, sostiene que la política de tasas de interés bajas de la Fed es responsable del estancamiento salarial.

En el bando demócrata, ambos precandidatos hablan con sensatez sobre las políticas macroeconómicas, y Bernie Sanders afirma correctamente que la última alza de las tasas de interés fue una mala decisión. Pero también ha atacado a la Fed de una forma en que no lo ha hecho Hillary Clinton- y esta diferencia ilustra, a pequeña escala, tanto el atractivo de Sanders como las razones por las que su enfoque es muy preocupante-.

Sanders sostiene que el sector financiero tiene demasiada influencia sobre la Fed, lo que es cierto. Pero su consiste en que haya más supervision del Congreso- y fue uno de los pocos senadores no republicanos que votó a favor de un proyecto de ley, propuesto por Rand Paul, que exigía que se "auditasen" las decisiones de la Fed sobre política monetaria-. En caso se lo estén preguntando, la entidad ya es auditada periódicamente, en el sentido normal de la palabra.

Si bien la idea de hacer que la Fed rinda cuentas suena bien, Wall Street no es la única fuente de presión perniciosa y, dada la actual situación política de Estados Unidos, una ley así serviría, en el fondo, para dar más poder a los amantes del patrón oro y agoreros de la inflación que controlan el partido Republicano, y que llevan cinco o seis años tratando de intimidar a los responsables de la política monetaria para que desistan de sus intentos de evitar el desastre económico.

Considerando los riesgos económicos a los que nos enfrentamos, fue bueno que el respaldo de Sanders no haya sido suficiente para sacar adelante ese proyecto de ley. Pero incluso sin esa ley, uno se estremece al pensar en cómo respondería la política económica estadounidense a otra recesión si cualquiera de los candidatos republicanos que aún sobreviven consiguiese llegar a la Casa Blanca.


Publicado por Diario Gestión ( 17 de Febrero del 2016 )