Siete razones para visitar Cotahuasi, el cañón más profundo de la tierra

 

Entre el Pacífico y las primeras estribaciones andinas, un desierto extenso y enigmático oculta un valle de maravillas: Cotahuasi, en la provincia de La Unión (Arequipa).

Por estas tierras áridas, llenas de cactus que resisten la sequedad del desierto, ingresamos al valle del río Majes que se extiende de norte a sur, entre las cadenas de montañas del desierto arequipeño, para luego ascender hasta casi 5 000 m.s.n.m. Esa es la ruta al cañón de Cotahuasi.

 

Mágico Coropuna en la ruta a Cotahuasi

 


MAJES, EL VALLE DE LOS ENIGMAS

El río Majes es el más largo de la costa peruana. Tiene 380 kilómetros de longitud, a la vera de los cuales se emplazan grandes sembríos de arroz, la principal actividad económica de los pobladores de la provincia, permanentemente abocados al trabajo de recolección de granos.

Los campesinos construyen sus casas de adobe y paja junto a los arrozales. Muchas de estas cabañas sirven como depósitos de granos que se guardan en tinajones de barro. La tradición señala que los mejores granos deben ser vigilados celosamente desde un altar que se improvisa y es vigilado por un guardián calvo de mirada hueca: una calavera.

A la llegada de los españoles el valle del río Majes era el más fértil de la región, y su curso era permanente alimentado por el Colca que baja desde la cordillera.

 

Majes en toda su belleza.

 

BRUJAS

El valle alberga actualmente a pueblos netamente agrícolas como Corire y Aplao, rebosantes de arrozales. Pero es Huancarqui el que concita nuestra curiosidad.

Este pueblo debe su fama a la presunta existencia de brujas que la tradición remonta a 1 500 años atrás. Existe allí una piedra plana, la 'tacta', donde se cree que se sacrificaban brujas que eran encontradas en pleno vuelo. Hoy, los pobladores siguen respetando la vieja creencia y, se sabe, que los sacrificios de cuyes o gallinas aún continuan, atemorizando a los viajeros.

Subimos desde Corire por una cuesta desértica desde la que se domina todas las tierras del valle de Majes. Cae la tarde y nos encontramos en las cercanías del pueblo de Uraca.

 

En la piedra conocida como tacta se habrían sacrificado brujas

 

TORO MUERTO

Una amplia terraza volcánica, donde se asienta el centro mágico religioso de Toro Muerto, nos aguarda. Fue uno de los lugares sagrados de los andes sureños, entre los años 500 a 1500 d.c.

Se estima que casi 600 rocas -que presentan grabados de animales, hombres y rituales- han sido talladas por antiguos peregrinos que pasaron por la zona, camino de tránsito al mar o al ande. A esta quebrada, puerta de entrada al fértil valle de Majes, llegaban los viajeros y las caravanas de llameros con productos de los valles costeños y de los valles altoandinos. Al finalizar sus viajes, lentos y peligrosos, agradecían a los dioses ofreciendo pagos a la tierra y sacrificios que quedaban perennes en las rocas. Ellos representaban figuras estilizadas, aves, felinos y figuras antropomorfas, diseñadas raspando o golpeando las superficies rojas de los bloques de piedra de sillar.

Siguiendo la huella de otros viajeros y peregrinos, continuamos nuestra aventura a través de las faldas blancas del Coropuna y su necrópolis inca, dejando atrás los centenarios cactus de Pacaychacra y los andenes de Chuquibamba -siempre al este- subiendo por las interminables punas cubiertas de ichu y yaretas, rumbo a los abismos del cóndor.

 

Impresionantes petroglifos de Toro Muerto.

 

COTAHUASI, NIDO DE CÓNDORES

A 270 kilómetros de Arequipa, el cañón del río Cotahuasi nos recibe como uno de los escenarios naturales más espectaculares de la Cordillera de los Andes. Aquí, las montañas son cortadas a tajo profundamente, por un cañón excavado por el fluir precipitado del río que lo convierte en uno de los más profundos del planeta. En sus entrañas, los hombres han tallado y vencido a la roca para construir inmensos sistemas de andenería, aterrazando el suelo y haciendo muros de contención regados por canales de agua provenientes de los grandes nevados Coropuna y Solimana.

Nos sumergimos en el tiempo y encontramos que la aventura del hombre, en Cotahuasi, comienza con el asentamiento de los primeros cazadores -recolectores, hace 3 000 años.

Mientras andamos por sus polvorientos caminos -antiguas arterias incas al borde de los abismos- las caravanas de llameros nos sorprenden en los parajes más inaccesibles, como testigos de un pasado milenario, enraizado y latente.

Recorrer los senderos de Cotahuasi es conocer en vivo un capítulo de la historia de la humanidad a través de una monumental obra maestra de ingeniería hidraúlica presente en kilómetros de andenes y canales de riego, utilizados desde el año 500 hasta hoy.

 

El fluir precipitado del río forma el cañón.

 

EL PASADO COLONIAL

A lo largo del valle, en varios pueblos dispersos -tales como Cachana, Tomebamba, Haynacotas, Mungui, Puica, Pampamarca y Collota- se encuentran vestigios de una vida colonial de balcones y plazas serenas, donde la vida aún transcurre plácidamente.

Pero es Cotahuasi, a 2 750 metros de altitud, el pueblo más importante y el más poblado del valle, con 2 400 habitantes. Los cotahuasinos viven orgullosos de sus raíces hispánicas y siempre están dispuestos a contar sus historias familiares, mientras disfrutan del vino dulce de Chaucalla, a la sombra de sus cedros de altura que adornan las plazas.

En todos los pueblos del valle destacan las plazas de piedra, sobrias, donde uno o dos cedros dan vida a sus trazos austeros y recios. Junto a sus arcos de ingreso, los cabildos municipales existen -todavia- desde su fundación en el siglo XVI.

 

Pinceladas coloniales.

 

PUEBLO DE TEJEDORES

Saliendo a la campiña, las terrazas rebosantes de verde alegran nuestra cabalgata con rumbo a las alturas de Pampamarca, Después de cuatro horas de subida desde el pueblo de Cotahuasi, comprendemos que el abismo es el mayor desafío para la comunicación de los pueblos. Y que la solución ancestral sigue siendo la presente: el puente colgante.

Entramos al valle del río Mungui que corre junto al de Cotahuasi y vemos que las montañas están totalmente alfombradas de andenes, hasta el ingreso a Pampamarca. En sus estrechas calles empedradas, es común ver a las mujeres hilando las fibras que los hombres tejerán en los patios de sus casas.

Es una labor en la que interviene toda la familia pampamarquina. Los niños escamean y limpian la lana, los hombres van dando forma a los tejidos y las mujeres preparan los ovillos. La fama textil de Pampamarca es la suma de la viveza de sus colores, la pureza de sus fibras y el talento de sus artesanos.

 

Los puentes colgantes son vitales para la comunicación.

 

SINCRETISMO DE LAS ALTURAS

En las alturas del cañón de Cotahuasi, los nevados sagrados Coropuna y Solimana presiden las actividades de los pobladores. Las cumbres nevadas de los Andes -como es bien sabido- fueron objeto de culto por los antiguos peruanos. En ellas enterraban sus ofrendan y ofrecían sacrificios humanos para agradecer el regalo del agua que fertilizaba a sus tierras.

Con la llegada de la Cruz y la conquista, las santas creencias se mestizaron con las paganas, originando mitos, como el que cuenta que San Pedro sigue llevando las llaves, pero no las del cielo sino las del espíritu del mundo ... y que éste reside en las entrañas mismas del nevado Coropuna, el más alto del sur andino.

Sin embargo, al pie de sus faldas nevadas, custodia del cañón de Cotahuasi, las alpacas pastan en medio de los bofedales de aguas cristalinas. Una suerte de regalo divino a los pastores y llameros que transitan por los pueblos, nidos de cóndores de éste inmenso tajo planetario, quizás el más profundo del planeta.

 

Reflejo cordillerano.

 

Fuente: Larepublica.pe ( Marzo 2016 )