Diabetes Continental

AUTOR: PAUL KRUGMAN
Premio Nobel de Economía 2008

 

¿Cuáles son los riesgos de la debilidad crónica que afecta a la economía europea?

La situación está terrible aquí en Portugal, aunque no tanto como hace un par de años. Lo mismo puede decirse de la economía europea en su conjunto y supongo que esa es la buena noticia. La mala es que ocho años después de la que se suponía sería una crisis financiera temporal, la debilidad económico continúa, sin que se vislumbre un final. Eso es algo que debería preocupar a todos, en Europa y más allá.

Veamos primero los datos positivos: la eurozona- los 19 países que adoptaron una moneda común -registró un crecimiento decente en el primer trimestre del año que, por una vez, fue mejor que el de Estados Unidos. Al fin, la economía europea está ligeramente mejor que antes de la crisis financiera, y el desempleo ha caído de más de 12% en el 2003 a 10%.

Es revelador que esas sean las buenas noticias, pues en Estados Unidos nos quejamos de la lentitud de la recuperación- pero nuestra economía ya está 10% por encima de su nivel previo a la crisis, mientras que el desempleo ha retornado a 5%-. Y como ya mencioné, el mal desempeño de Europa se ha vuelto crónico y los mercados financieros han tomado nota.

Cuando las tasas de interés a largo plazo sobre activos seguros son muy bajas, es un indicativo de que los inversionistas no ven una recuperación en el horizonte. Pues bien, los bonos alemanes a cinco años tienen un retorno negativo de 0.3%; de hecho, los retornos son negativos hasta para papeles de ocho años.

¿Qué deberíamos pensar sobre estas tasas increíblemente bajas? Hace poco, el ex presidente del Banco de la Reserva Federal de Minneapolis, Narayana Kocherkalota, ofreció una brllante analogía al responder a los críticos de la flexibilización monetaria que denuncian que las bajas tasas son "artificiales"- porque las economías no deberían tenerlas a esos niveles-: sugirió compararlas con las inyecciones de insulina que reciben los diabéticos.

Tales inyecciones no son parte de un estilo de vida normal y muchas tienen efectos secundarios preniciosos, aunque son necesarias para controlar los síntomas de una enfermedad crónica. En el caso de la economía de Europa, esa dolencia es la persistente debilidad del gasto, que le generan un permanente sesgo deflacionario incluso cuando, como ocurre ahora, está registrando algunos meses buenos. El dinero barato representa la insulina que ayuda a combatir dicha debilidad, pero no cura el mal.

Si bien las inyecciones monetarias han ayudado a sosegar esa aflicción- me estremezco al pensar en lo mal que estará la situación si no fuese por el liderazgo del presidente del Banco de Comercio Europeo (BCE), Mario Draghi-, no han logrado nada que asemeje un remedio. En especial y a pesar de los esfuerzos de la entidad, la inflación subyacente en Europa parece estancada muy por debajo de la emta oficial de 2%.

Entretanto, el desempleo en gran parte del continente continúa en niveles que inflingen un enorme daño humano, social y político. Es notorio que en España, que hoy es elogiada como un caso de éxito, el desempleo juvenil esté situado en un increíble 45.

Y si surgiese otro shock, no se cuenta con ninguna solución. Supongamos que Grecia sufra otra implosión, que los británicos voten por abandonar la Unión Europea o que la economía china se desbarranque, ¿qué podrían hacer o qué harían los gobiernos europeos para contrarrestar el golpe? Nadie parece tener idea alguna.

No obstante, no es complicado analizar lo que Europa debería estar haciendo para curar su enfermedad crónica. Los argumentos para que se eleve el gasto son abrumadores, especialmente en Alemania pero también en Francia, que se halla en una mejor posición fiscal de la que sus líderes parecen comprender.

Existen grandes necesidades por infraestructura y los inversionistas están prácticamente rogándoles a los gobiernos que tomen su dinero. Habría que mencionar que la tasa de interés real a diez años, sobre bonos protegidos de la inflación, es -0.8%. Además, hay razones de peso para creer que un mayor gasto en el núcleo europeo revertiría positivamente en los países periféricos.

Pero hacer lo correcto parece ser políticamente incorrecto. Lejos de mostrar alguna disposición para cambiar el rumbo, los políticos alemanes presionan constantemente al BCE, que es la única institución continental que tiene clara la situación.

Pongámoslo de esta manera: Un estadounidense de visita en Europa se siente bien sobre su país. Es cierto que uno de nuestros dos partidos está por nominar como candidato presidencial a un peligroso arrogante, aunque es obvio que ese partido ha enloquecido y las chances de que ese personaje gane la Casa Blanca no son altas.

En general, la situación económica y política de Estados Unidos genera optimismo, una sensación que es poco común en Europa. Me encantaría ver que salga de este embrollo, pues el mundo necesita más democracias pujantes. Pero de momento es dificil atibar alguna señal positiva.


Publicado por: Diario Gestión ( 04 de Mayo del 2016 )