AIRADOS HOMBRES BLANCOS

 

AUTOR: Paul Krugman

Premio Nobel de Economía 2008

Cuando Matt Damon imitó a Brett Kavanaugh en "Saturday Night Live", dio en el clavo incluso antes de hablar: el ceño fruncido y la mueca desdeñosa lo decían todo. Es que el postulante a la Corte Suprema ni siquiera se esforzó por verse como un juez en su audiencia ante el Senado, el jueves pasado. Y Lindsey Graham tampoco lució como senador en esa conferencia, pues se la pasó con la misma expresión facial.

Mucho estudios han analizado las fuerzas que motivan el apoyo a Trump, en especial, la omnipresencia de la ira. Sin embargo, lo que la audiencia confirmó fue que la "rabia del hombre blanco" no es exclusiva de la clase obrera, sino que también existe entre gente a la que le ha ido muy bien en la lotería de la vida y que no consideraría parte de la élite. En otras palabras, el odio y los altos ingresos pueden ir de la mano.

A estas alturas, existe evidencia de sobra contra la hipótesis de la "ansiedad económica" -la noción de que la gente votó por Trump porque fue golpeada por la globalización-. En realidad, gente que estaba bien financieramente tenía tanta probabilidad de votar por él que la de bajos ingresos. Lo que distinguió a todos estos electores fue su resentimiento racial, el cual estuvo y está impulsado por el temor a perder su estatus en un país cambiante, donde el privilegio de ser hombre y blanco y ano es lo que solía ser.

Es que es perfectamente posible que un hombre que goce de una vida envidiable, según cualquier estándar objetivo, esté consumido por un resentimiento motivado por la ansiedad. Se podría pensar que eso es imposible, que un buen empleo y una vida cómoda inocularían a cualquiera contra la envidia y el odio, pero quien piense así no sabe nada de la naturaleza humana ni del mundo.

Yo he pasado toda mi vida adulta en refinados círculos académicos donde todos tienen buenos ingresos y excelentes condiciones laborales. Pero conozco a muchos en ese entorno que bullen de animosidad porque no trabajn en Harvard o Yale, o que estando ene sas universidades no han recibido el premio Nobel.

Esta especie de resentimiento de alta gama, la ira de gente realmente privilegiada que sin embargo siente que no lo es lo suficiente o que sus privilegios podrían ser socavados por el cambio social, impregna el movimiento conservador. Y comienza, por supuesto, en lo más alto, con ese fardo andante y parlante de inquina que es Donald Trump.

Uno podría imaginar que un hombre que vive en la Casa Blanca ya no sentiría la necesidad de, por ejemplo, decir falsedades sobre su historial universitario. Pero Trump no recibe el respeto que anhela. En efecto, parece evidente que su yihad contra Barack Obama fue activada por la envidia: un hombre negro que sobresalió como estudiante y que posee la gracia y el aplomo que a él le faltan.

Es claro que Kavanaugh está cortado con la misma tijera y no solo porque rivaliza con Trump en su propensión a mentir sobre cosas importantes y banales. El rostro airado presentó la semana pasada ante el mundo no era algo nuevo, causado por la acusaciones de abusos pasados. Sus compañeros de clase de sus días en Yale lo describen como un bebedor empedernido y agresivo.

Cuando contribuyó con el hostigamiento a Bill Clinton, su memoa Ken Starr mostraba tanto cólera como cinismo -le decía que "nuestro trabajo es hacer que quede claro este patrón de conducta repugnante" -. Y como Trump, Kavanagh tiene el hábito de adornar sus historial académico; ha declarado que ingresó a Yale pese a no tener "conexiones", pero lo cierto es que su abuelo estudió allí, de modoo que tuvo preferencia como postulante.

Supongo que es por sus raíces privilegiadas que está tan furioso. Yo paraba con los nerds cuando estudié en Yale, pero sí encontré gente como Kavanaugh: juergueros hijos del privilegio que se amparaban en sus conexiones para aislarse de cualquier consecuencia por sus actos, incluida su conducta abusiva con las mujeres.

Ese tipo de privilegio elitista todavá existe, pero está bajo asedio. Una sociedad cada vez más diversa ya no acepta el derecho divino a mandar de los hombres blancos procedentes de familias adecuadas; y una sociedad con muchas mujeres empoderadas y educadas por fin está rechazando el derecho de pernada que ostentaban los hombres poderosos.

Y nada encoleriza más a un hombre acostumbrado al privilegio que la perspectiva de perder algo de esas prerrogativas, especialmente si viene acompañada con la indicación de que la gente como él está sujeta a las mismas reglas que el resto.

Por eso, lo que obtuvimos la semmana pasada fue un vistazo al alma del "trumpismo". No es "populismo" -sería difícil hallar un juez más contrario a los trabajadores que Kavanagh-, sino la rabia de los hombres blancos, de clase alta así como de clase trabajadora, que perciben una amenaza a su posición privilegiada. Y esa ira podría destruir al país.


Fuente : Gestión, 03 de Octubre del 2018.