LOS MITOS DE LA AUSTERIDAD
Por Paul Krugman
Cuando
era joven e ingenuo, creía que la gente importante adoptaba una postura
basándose en una consideración concienzuda de las opciones. Ahora sé que no es
así. Gran parte de lo que la gente seria cree se basa en prejuicios, no en
análisis. Y estos prejuicios están sujetos a modas y tendencias.
Esto me lleva al tema de la columna de hoy. Durante los últimos meses, otros y
yo hemos presenciado, con asombro y horror, el surgimiento de un consenso en los
círculos políticos a favor de la austeridad fiscal inmediata. Es decir, la idea
de que ha llegado la hora de recortar drásticamente el gasto se ha convertido de
algún modo en una creencia generalizada, a pesar de que las principales
economías mundiales siguen profundamente deprimidas.
Esta creencia generalizada no se basa en pruebas ni en un análisis
pormenorizado. En lugar de eso, se asienta sobre lo que podríamos llamar
amablemente pura especulación, y menos amablemente, productos de la imaginación
de la élite política -concretamente, en la fe en lo que yo he llegado a imaginar
como un invisible guardián de los bonos y un hada de la confianza-.
Los guardianes de los bonos son inversores que les cierran el grifo a los
Gobiernos que consideran que son incapaces de pagar sus deudas o que no están
dispuestos a hacerlo. No cabe duda de que los países pueden sufrir crisis de
confianza [véase la deuda de Grecia]. Pero lo que los defensores de la
austeridad afirman es que a) los guardianes de los bonos están a punto de atacar
Estados Unidos y b) cualquier gasto adicional en estímulos económicos les hará
saltar.
¿Qué motivos tenemos para creer que algo de esto pueda ser cierto? Sí, Estados
Unidos tiene problemas presupuestarios a largo plazo, pero lo que hagamos en
relación con los estímulos durante los dos próximos años no afectará
prácticamente en nada a nuestra capacidad para hacer frente a estos problemas a
largo plazo. Como ha dicho hace poco Douglas Elmendorf, el director de la
Oficina Presupuestaria del Congreso, "no existe una contradicción intrínseca
entre proporcionar un estímulo fiscal adicional hoy, cuando la tasa de paro es
alta y muchas fábricas y oficinas están infrautilizadas, e imponer restricciones
fiscales dentro de unos años, cuando la producción y el empleo probablemente
estarán casi a la altura de sus posibilidades".
No obstante, cada pocos meses nos dicen que los guardianes de los bonos han
llegado y que debemos imponer la austeridad ya, ya mismo, para apaciguarlos.
Hace tres meses se produjo un ligero repunte de los tipos de interés a largo
plazo que fue recibido con reacciones cercanas a la histeria: "El miedo a la
deuda dispara los tipos", era el titular de The Wall Street Journal, a pesar de
que no había pruebas reales de dicho miedo, y Alan Greenspan declaró que la
subida era el aviso de un "canario en una mina".
Desde entonces, los tipos a largo plazo han vuelto a desplomarse. Lejos de huir
de la deuda del Gobierno de Estados Unidos, los inversores la ven evidentemente
como su apuesta más segura en medio de una economía que se tambalea. Pero los
defensores de la austeridad siguen asegurando que los guardianes de los bonos
atacarán en cualquier momento si no recortamos drásticamente el gasto de
inmediato.
Pero no se preocupen: los recortes del gasto pueden ser dolorosos, pero el hada
de la confianza hará que desaparezca el dolor. "La idea de que las medidas de
austeridad podrían desencadenar una situación de estancamiento es incorrecta",
afirmaba Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo, en una
entrevista reciente. ¿Por qué? Porque "las políticas que inspiran confianza
fomentarán, no obstaculizarán, la recuperación económica".
¿En qué se basa la creencia de que la contracción fiscal es en realidad
expansionista, en que mejora la confianza? (Por cierto, esta es precisamente la
doctrina que exponía Herbert Hoover en 1932). Bueno, ha habido casos históricos
de recortes del gasto y subidas de impuestos que han ido seguidos de crecimiento
económico. Pero, que yo sepa, cada uno de esos ejemplos, al analizarlo
detenidamente, resulta ser un caso en el que los efectos negativos de la
austeridad se vieron compensados por otros factores, factores que no es probable
que sean relevantes actualmente. Por ejemplo, la era de la austeridad con
crecimiento de Irlanda en la década de los ochenta dependió de una evolución
drástica desde el déficit comercial al superávit comercial, lo cual no es una
estrategia que pueda seguir todo el mundo al mismo tiempo.
Y los ejemplos actuales de austeridad son cualquier cosa menos alentadores.
Irlanda ha sido un buen soldado en esta crisis y ha aplicado con determinación
unos recortes del gasto radicales. Su recompensa ha sido una crisis con
categoría de depresión -y los mercados financieros siguen considerándolo un país
con grave riesgo de impago-. A otros buenos soldados, como Letonia y Estonia,
les ha ido todavía peor; y estos tres países, lo crean o no, han sufrido crisis
peores en cuanto a producción y empleo que la de Islandia, que se vio obligada
por la tremenda escala de su crisis financiera a adoptar políticas menos
ortodoxas.
Así que la próxima vez que oigan a gente aparentemente seria explicar por qué es
necesaria la austeridad fiscal, traten de analizar sus argumentos. Casi con
seguridad, descubrirán que lo que parece realismo pragmático se sostiene en
realidad sobre una base fantástica, en la creencia de que unos guardianes
invisibles nos castigarán si somos malos y el hada de la confianza nos
recompensará si somos buenos. Y las políticas del mundo real -políticas que
arruinarán las vidas de millones de familias trabajadoras- se están construyendo
sobre esa base.
Fuente: Diario Gestión (11/07/10)