BONANZA O CRISIS: ¿QUÉ LE DEPARA EL
FUTURO A LA ECONOMÍA MUNDIAL?
Por Jeffrey E. Garten
Para los próximos años podemos esperar una turbulencia excepcional, conforme los
días del ocaso del orden económico mundial que hemos conocido se desarrollan de
manera caótica y quizá destructiva. En el largo plazo, digamos dentro de unos
diez años, nos espera una perspectiva más promisoria, conforme los nuevos
acuerdos económicos internacionales obtengan el apoyo de gobiernos, empresas y
sociedad civil, y empiece a dar frutos una serie de innovaciones excepcionales.
La transición será una jornada muy peligrosa que ningún gobierno elegiría
emprender de manera racional; empero, la suerte parece estar echada.
Era inevitable que el sistema surgido de Bretton Woods no durara
indefinidamente, aun después de su adaptación a tasas de cambio flotantes en
lugar de fijas, en los años setenta. Después de todo, la economía mundial ha
cambiado al grado de ser irreconocible. Desde 1990, el producto bruto interno
global se ha incrementado de alrededor de US$ 20 billones a casi US$ 60
billones; el comercio mundial ha crecido 1.5 veces más rápido, la inversión
extranjera directa tres veces y las operaciones bursátiles extranjeras casi 100
veces, de acuerdo con McKinsey & Co.
En el mismo periodo, los negocios se han expandido más allá de las fronteras a
un ritmo vertiginoso.
En 1990, las 100 empresas estadounidenses de Standard & Poor’s generaban
alrededor de 25% de sus ingresos en el extranjero. Veinte años más tarde, esa
cifra supera el 53%, según cálculos realizados por Credit Suisse. Un crecimiento
interdependiente de esta naturaleza ha superado las reglas hechas para otros
tiempos.
Se ha revelado la imposibilidad, incluso la ilegitimidad de los acuerdos de
gobernación tomados en torno de un puñado de países industrializados y ricos de
Occidente y Japón, y ha surgido la necesidad de nuevas teorías, que actualmente
están a debate, para manejar la economía mundial y explicar la forma en que las
sacudidas se transmiten a través de las fronteras.
Cambios
El orden viejo tiene que morir porque Estados Unidos -su creador, el encargado
de aplicar sus reglas, el mercado de último recurso y su principal porrista-,
actualmente está agobiado por el déficit, las deudas y un sistema político
polarizado y volcado en sí mismo y ya no puede cargar con el peso de tales
papeles. Sin embargo, ningún país es capaz, ni de lejos, de reemplazarlo y no se
ve por ningún lado algún liderazgo colectivo efectivo.
Todos estos factores se complicaron profundamente debido a la crisis mundial del
crédito de 2008-2009 y la consecuente recesión en Occidente, convulsiones obvias
del viejo y ahora desacreditado orden económico.
Las consecuencias de la implosión del crédito podrían llevarnos a otra serie de
crisis menos susceptibles de un rescate concertado. Los graves problemas de la
deuda soberana y de los bancos en Europa quizá solo se estén acumulando en el
fondo, mientras las presiones financieras derivan rápidamente de Grecia e
Irlanda a Portugal y España.
Si bien se ha dado mucha atención a la demanda industrial y del consumidor en
Estados Unidos y China, las políticas deflacionistas que envuelven a la Unión
Europea, la unidad comercial más grande del mundo, podrían socavar profundamente
el crecimiento económico mundial.
Nuevo orden
Al irse marchitando el orden económico anterior, los mercados financieros -no
los gobiernos- serán los árbitros de los movimientos de capital y mercancías y
decidirán cuán severas necesitarán ser las políticas gubernamentales de ajuste.
Esta situación irá acompañada por más de una crisis financiera y por más
dificultades para los comerciantes e inversionistas globales que se mueven por
todo el planeta.
Este mismo caos, sin embargo, podría provocar un efecto de choque que obligará a
los gobiernos más importantes a elevar su grado de cooperación. Ellos podrían
trabajar más de cerca con sus empresas integradas globalmente para promover el
diseño de un nuevo orden. Esto podría abarcar nuevos acuerdos de divisas, el
refuerzo de la Organización Mundial del Comercio, el reforzamiento de las
capacidades y la autoridad del Fondo Monetario Internacional, que tendría serias
facultades de supervisión en la regulación financiera global.
Lo que es más importante, el nuevo orden podría caracterizarse por una
mentalidad en la que los gobiernos tomarían plenamente en cuenta la
interconexión de las economías nacionales.
Confianza
Queda alguna chispa de optimismo en la posibilidad de que, para dentro de diez
años, muchos obstáculos internos, como los problemas fiscales de Estados Unidos
y las presiones de la deuda en la Unión Europea, estarán en una trayectoria más
segura. Para entonces, también, podría haber surgido una nueva generación de
dirigentes, hartos de las fallidas políticas del decenio anterior y, por ello,
mucho más sensatos.
No debemos perder de vista las posibilidades sin precedentes que han creado los
nuevos medios de comunicación para aprovechar y amplificar las capacidades de
innovación de gente de todos los rincones del mundo. Nunca antes en la historia
mundial había habido tal capacidad de vincular ideas, talento y enormes fondos
de dinero para apoyar el progreso.
Tampoco debemos olvidar que algunas de las tendencias que están surgiendo ahora,
como la hiperurbanización del planeta, podrían producir innovaciones sin
precedentes en materia de energía, transporte, atención médica, entre otras más,
conforme se desencadene la creatividad generada en las aglomeraciones urbanas.
También estamos en el borde de varias industrias globales nuevas, forjadas por
la confluencia del enorme poder de cómputo, la biotecnología y la
nanotecnología, todo lo cual bien podría modificar al mundo para mejorarlo. El
gran desafío para los dirigentes es reducir el tiempo y amortiguar el dolor
entre el caos y sus consecuencias positivas. Es una tarea formidable.
Proteccionismo, la contagiosa enfermedad que podría resurgir
Las dificultades que están atravesando algunos de los países de la Unión Europea
podrían hacer que Europa redoblara su interés en las exportaciones, al mismo
tiempo que las economías de Estados Unidos, Asia y América Latina también le
están apostando a aumentar sus ventas en el extranjero, lo que exacerba las de
por sí graves tensiones en las divisas (guerra de divisas).
Este panorama podría desembocar en el resurgimiento de políticas industriales
patrocinadas por el Estado, fenómeno que ya está creciendo por todo el mundo.
Todos estos factores juntos podrían encender el virulento y destructivo
proteccionismo que todos temen.
Es difícil imaginarnos ahora cómo se podría cambiar esta tendencia aislacionista
en los próximos años, básicamente debido a las enormes preocupaciones internas.
Es el caso de Estados Unidos, que ha concentrado toda la política en tratar de
reducir la elevada tasa de desempleo y el déficit del presupuesto federal.
La Unión Europea estará en una batalla por su sobrevivencia misma como
superestado económico, con la atención puesta no solo en salvar las economías y
los bancos nacionales, no solo en preservar al euro, sino también en modificar
sus tan apreciadas redes de seguridad social.
China también necesita llevar a cabo enormes ajustes internos, como estimular
una demanda del consumidor sustentable, remodelar su estructura industrial, que
consume mucha energía, y lidiar con las crecientes disparidades en el ingreso.
Fuente: Diario Gestión (15/02/11)