EL EURO, EN LA
ENCRUCIJADA
Por Kenneth Rogoff
Europa se encuentra
en una crisis constitucional. Nadie parece tener el poder de imponer una
resolución razonable a la crisis de la deuda de sus países periféricos. En lugar
de reestructurar la carga de deuda manifiestamente insostenible de Portugal,
Irlanda y Grecia (los llamados países PIG, por sus iniciales), los políticos y
legisladores están presionando para que se adopten paquetes de rescate cada vez
más grandes con condiciones de austeridad cada vez menos realistas. Por
desgracia, no están solo "pateando" el problema para más adelante, sino
empujando una bola de nieve montaña abajo.
Si el BCE asume el papel de prestamista único caería él mismo en la bancarrota
Es cierto que, de momento, el problema sigue siendo económicamente manejable. El
crecimiento de la eurozona es respetable, y los PIG representan solo el 6% de su
PIB. Pero al argumentar obstinadamente que estos países se enfrentan a una
crisis de liquidez, en lugar de un problema de solvencia, los funcionarios del
euro están poniendo en riesgo todo el sistema. Importantes economías de la
eurozona, como España e Italia, padecen grandes problemas de endeudamiento,
especialmente si se tiene en cuenta su crecimiento anémico y una manifiesta
falta de competitividad. Lo último que necesitan es que se haga creer a la gente
que ya hay en marcha una unión implícita de transferencias y que las reformas y
la reestructuración económica pueden esperar.
Los funcionarios de la Unión Europea sostienen que sería catastrófico
reestructurar las deudas de cualquier miembro de forma proactiva. Es ciertamente
el caso del contagio que ocurriría si se reestructura la deuda griega. Dejará de
propagarse solo cuando Alemania erija un cortafuegos firme y creíble,
probablemente en torno a la deuda de los gobiernos centrales español e italiano.
Este es exactamente el tipo de solución realista que uno vería en una zona
monetaria verdaderamente integrada. Así que, ¿por qué los líderes europeos
encuentran tan inimaginable esta solución intermedia?
Tal vez es porque creen que no tienen en funcionamiento los mecanismos de
gobernanza necesarios para tomar decisiones difíciles, para elegir ganadores y
perdedores. Las instituciones fracturadas y débiles de la Unión Europea disponen
de menos del 2% del PIB de la eurozona en ingresos fiscales. Cualquier tipo de
decisión audaz esencialmente requiere unanimidad. Es un "todos para uno y uno
para todos", independientemente de su tamaño, posición de deuda y capacidad de
rendición de cuentas. No tiene sentido elaborar un plan B si no hay autoridad o
capacidad para ejecutarlo.
¿Puede Europa tener suerte? ¿Hay alguna posibilidad de que la bola de nieve de
deuda, disfuncionalidad y dudas se deshaga sin causar daño antes de que cobre
más fuerza?
En medio de tanta incertidumbre, todo es posible. Si el crecimiento de la
eurozona supera ampliamente las expectativas en los próximos años, los balances
de los bancos se fortalecerían y los bolsillos de los contribuyentes alemanes se
volverían más voluminosos. Los países periféricos podrían experimentar un
crecimiento suficiente para ir cumpliendo sus ambiciosos compromisos de
austeridad.
Sin embargo, es mucho más probable que la estrategia de hoy conduzca a un
estallido y a una restructuración desordenada. ¿Por qué el pueblo griego (por no
hablar de los irlandeses y los portugueses) tendrían que aceptar años de
austeridad y lento crecimiento a fin de conseguir apuntalar los sistemas
bancarios francés y alemán, a menos que reciban grandes sobornos para hacerlo?
Como el profesor de Stanford Jeremy Bulow y yo mostramos en nuestro trabajo
sobre la deuda soberana en la década de 1980, rara vez se puede exprimir a los
países para que realicen pagos netos (pagos menos nuevos préstamos) a entidades
extranjeras de más de unos cuantos puntos porcentuales y por algunos años. La
actual estrategia de la UE y el Fondo Monetario Internacional pide que estos
pagos se realicen a lo largo de una o dos décadas. Tiene que hacerlo, no sea que
los contribuyentes alemanes se rebelen ante la perspectiva de tener que pagar
por Europa a perpetuidad.
Quizás esta vez sea diferente. Tal vez el encanto de pertenecer a una creciente
moneda de reserva haga que una recesión y austeridad sostenidas sean posibles de
maneras rara vez vistas en la historia. Lo dudo.
Es cierto que, contra todos los pronósticos y la lógica histórica, parece que
Europa va a mantener el liderazgo del FMI. Notablemente, en su resignación a la
aparentemente inevitable elección del primer puesto, los líderes de los mercados
emergentes no parecen darse cuenta de que todavía deben desafiar la prerrogativa
de los Estados Unidos de nombrar al extremadamente poderoso número dos del
Fondo. El FMI ya ha sido extraordinariamente generoso con los países PIG. Una
vez que se enclave el nuevo equipo pro rescate, solo podemos esperar más
generosidad, sin importar si estos países adhieren a sus programas.
Por desgracia, un FMI con gran permisividad es lo último que Europa necesita en
estos momentos. Con su crisis constitucional, hemos llegado exactamente al
momento en que el FMI debe ayudar a la eurozona a tomar decisiones difíciles que
no puede adoptar por sí misma. El Fondo debe crear programas para Portugal,
Irlanda y Grecia que restablezcan la competitividad y reduzcan la deuda, y les
ofrezcan una esperanza realista de un retorno al crecimiento económico. El FMI
debe impedir que los europeos permitan que su parálisis constitucional convierta
la bola de nieve de la eurozona en una avalancha mundial.
En ausencia del FMI, la única institución con capacidad de actuar es el
ferozmente independiente Banco Central Europeo. Pero si el BCE asume por
completo el papel de "prestamista de último recurso", en última instancia, caerá
en la insolvencia él mismo. No es manera de asegurar el futuro de la moneda
única.
El final de cualquier crisis es difícil de predecir. Tal vez sea suficiente un
colapso mayor de la tasa de cambio del euro, generando un auge de las
exportaciones. Tal vez Europa entre en un auge de todos modos. Pero es difícil
ver cómo la moneda única puede sobrevivir mucho tiempo más sin un paso decisivo
hacia una unión fiscal más sólida.
Kenneth Rogoff es profesor de Economía y Políticas públicas en la Universidad de
Harvard y fue economista en jefe del FMI.
Fuente: www.elpais.com