UN
MULTIMILLONARIO SIN CASA, NI AUTO, NI RELOJ
Por Stacy Mechtry
La única gran posesión de Nicolas Berggruen es su jet privado, con el que
recorre el mundo intentando resolver crisis económicas.
Nicolas Berggruen junto a sus animalitos de peluche, los únicos objetos
personales en su "hogar" en Nueva York, el hotel de Carlyle.
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El multimillonario Nicolas Berggruen detesta arrastrar equipaje, sea físico o
emocional. A lo largo de décadas, ha amasado una fortuna de US$2.200 millones
adueñándose de hoteles y participaciones en compañías como la cadena alemana de
tiendas por departamentos Karstadt y el conglomerado de medios español Prisa.
Pero en el proceso, se ha esforzado por desprenderse de pinturas, inmuebles y
otras propiedades que suelen mantener ocupados a los ricos. Incluso las
posesiones comunes que hacen que otras personas se sientan "humanas", dice, no
tienen espacio en su vida. A los 50 años, Berggruen no tiene casa, auto o
siquiera un reloj de pulsera. Nunca se ha casado ni tiene hijos. Es un
trotamundos que vive en hoteles.
En un caluroso sábado reciente, su hogar era el Hotel Cipriani, en Venecia.
Sentado al borde de una silla, Berggruen no deja de mover las rodillas de arriba
abajo mientras habla. Europa, el hogar de su infancia, está atrapada en una
espiral de muerte. Por más de un año, los líderes europeos han estado yendo y
viniendo a cumbres de emergencia, acordando soluciones a medias tintas que no
han logrado apagar las llamas de la crisis de deuda soberana de la zona euro. Lo
que Europa necesita ahora, dice Berggruen, es un liderazgo resuelto.
"Es como una mala historieta", dice. "Todos estos líderes quieren salir de
vacaciones y —¡oh, no!— son arrastrados nuevamente a sus oficinas y deben
reunirse en lugares terribles como Fráncfort o Bruselas. Acuerdan algo, sonríen,
se estrechan las manos y vuelven a casa. Una semana después, una nueva crisis".
La pugna perpetua, señala Berggruen, se ha convertido en una aflicción común en
las democracias occidentales. Las autoridades electas ya no tienen suficiente
margen de libertad para emprender políticas efectivas, porque están ceñidas por
ciclos noticiosos de 24 horas, mercados financieros oscilantes y electorados
cada vez más populistas. La primera medida para restaurar la cordura, cree
Berggruen, es revivir la sala saturada de humo de cigarrillos, un lugar donde
figuras "eminentes" pueden reunirse a puertas cerradas y rediseñar con calma el
gobierno. Hasta ahora, el magnate ha volcado decenas de millones de dólares en
un comité —compuesto de ex secretarios de Estado, ex gobernadores y líderes
empresariales de Estados Unidos— para revivir el estado de California. Un
segundo grupo de premios Nobel y ex primeros ministros europeos se dispone a
evaluar la crisis de su continente en los próximos meses.
"Parece una locura. Pero en tiempos de crisis real —si las personas son buenos
ciudadanos— se sentarán y trabajarán juntos", dice.
Berggruen, con una fortuna de US$2.200 millones, se ha esforzado por
desprenderse de propiedades que, dice, mantienen ocupados a los ricos. Es un
trotamundos que vive en hoteles; en julio y agosto solamente, recorrió 14
países, incluidos Francia y los Emiratos Árabes Unidos.
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Berggruen se crió en París, pero tiene raíces alemanas. Su padre, Heinz, era un
conocedor de arte judío que salió de Alemania durante el régimen nazi y luego se
hizo amigo de Pablo Picasso, convirtiéndose en un importante coleccionista de
sus obras. En su adolescencia, Berggruen mataba el tiempo escribiendo
constituciones "utópicas" y, de vez en cuando, peleándose con autoridades. El
incipiente multimillonario fue expulsado de su internado suizo por
insubordinación, antes de concluir sus estudios secundarios en París y mudarse a
Manhattan para estudiar finanzas en la Universidad de Nueva York.
Con unos miles de dólares en ahorros, Berggruen comenzó a probar suerte en
acciones y bonos. Como inversionista, sus gustos eran eclécticos. Usó sus
ganancias para comprar propiedades en la Gran Manzana, en la década de 1980,
cuando los bienes raíces de la zona en su mayor parte estaban "destruidos". En
1988, cofundó un grupo de fondos de cobertura que vendió a Safra Bank. Compró
cadenas de hoteles en todo el mundo y el fabricante de gafas FGX, que
reestructuró enérgicamente y sacó a bolsa con una suculenta ganancia. Un año
atrás, compró el insolvente minorista alemán Karstadt por el precio simbólico de
un euro. A cambió inyectó 70 millones de euros en la firma y salvó 25.000
empleos.
A medida que crecía su fortuna, sin embargo, se decepcionó con lo que podía
comprar. Una década atrás, comenzó a moderar su estilo de vida. Vendió una isla
en Florida y un apartamento en Nueva York. Su vestuario algo limitado ahora está
disperso por todo el mundo, almacenado en sus hoteles favoritos. Prestó su
colección de arte a museos, algo que lo liberó para ir de ciudad en ciudad a
bordo de su avión privado, la única posesión que considera demasiada "práctica"
como para descartar.
"Sentía que las posesiones se habían adueñado de mí", explica Berggruen, quien
lleva puesta una camisa de color salmón con el borde del cuello ligeramente
desgastado.
Ahora, usa su tiempo y dinero extra en reconfigurar sistemas políticos rotos.
Berggruen fue atraído a California, que está casi en bancarrota y es
prácticamente ingobernable pero que tiene un sistema de consultas populares que
permite que grupos propongan leyes directamente a los votantes, evitando la
asamblea estatal. El multimillonario también ha hecho uso de su enorme red
social; cada año organiza una fiesta la noche anterior a la entrega de los
Oscars en el Chateau Marmont, de Los Ángeles, en honor a las celebridades de
Hollywood y otras personalidades que le han dado su apoyo.
Un año atrás, convino un cónclave de algunos de los nombres más notables en su
directorio telefónico, entre ellos los ex secretarios de Estado de EE.UU.
Condoleezza Rice y George Shultz, el presidente de Google, Eric Schmidt; el ex
gobernador de California Gray Davis y el hombre que lo depuso en una elección
para destituirlo, Arnold Schwarzenegger. "Estaban el que lo destituyó y el
destituido sentados juntos y cantando la misma canción", recuerda Berggruen.
El grupo recomendó la creación de un fondo para años de vacas flacas, que
requiere que el estado establezca reservas cuando la recaudación impositiva está
alta. Otra sugerencia: permitir que la asamblea de California, a la que le
cuesta llegar a consensos, apruebe el presupuesto del estado con una mayoría
simple en vez de dos tercios de los votos. Con cierta influencia del grupo de
Berggruen, en noviembre del año pasado los votantes californianos apoyaron un
referéndum para que la aprobación del presupuesto sea por mayoría simple. Con
esa regla, los congresistas dieron luz verde a recortes de gasto y otras medidas
que cerraron la brecha presupuestaria del estado para el año fiscal que empezó
el 1 de julio. En 2014, la población votará por las propuestas del fondo para
malas épocas.
En julio, Berggruen inició negociaciones con la Comunidad Africana Oriental,
para establecer el primer mercado regional de commodities, que, argumenta, les
daría a los agricultores acceso a precios establecidos por un amplio mercado
centralizado, la oportunidad de negociar contratos futuros y la garantía de un
flujo estable de ingresos. Berggruen también ha preparado el terreno para un
proyecto en Europa. En julio de 2010, voló a la isla alemana Borkum, donde
vacacionaba el ex canciller Gerhard Schroeder. Cuando le contó al ex funcionario
sobre sus gestiones en California, Schroeder le propuso involucrar a otros ex
jefes de estado.
En el último año, Berggruen ha reclutado un grupo llamado el Consejo para el
Futuro de Europa que incluye a Schroeder, al británico Tony Blair y al español
Felipe González, como también Robert Mundell y Joseph Stiglitz, ganadores del
premio Nobel. En reuniones en Berlín y París a comienzos de año, el grupo
estudió propuestas que han generado aciagas disputas públicas entre autoridades.
Una idea detestada por muchos contribuyentes alemanes es la del "eurobono",
instrumento de deuda que, con el respaldo de fuertes economías como la de
Alemania, podría usarse para sacar a Grecia y otros mercados débiles de pozos
fiscales.
Berggruen también es escéptico sobre la súbita adopción por Occidente de la
austeridad como medicina económica. Las medidas de austeridad socavan el
consumo, dice, que es lo que hace girar la economía global. Berggruen se da
cuenta que su propio estilo de vida no respeta exactamente tales principios.
"Afortunadamente no todo el mundo es como yo", dice Berggruen. "De otro modo, no
habría mundo".
Fuente: Diario Gestión (17/10/11)