LEYENDAS DEL FRACASO
Por Paul Krugman
Así es como acaba el euro: no con un bum, sino con un bunga bunga. Hace no
mucho, los dirigentes europeos insistían en que Grecia podía y debía permanecer
en el euro mientras pagase sus deudas del todo. Ahora, con Italia despeñándose,
resulta difícil ver cómo puede sobrevivir siquiera el euro.
Hay que desconfiar de los ideólogos que intentan apropiarse de la crisis en
beneficio de sus programas
Pero ¿cuál es el significado de la eurodebacle? Como siempre pasa cuando se
producen los desastres, los ideólogos se apresuran a afirmar que el desastre
confirma sus opiniones. Así que es hora de empezar a desacreditarlos.
Empecemos por lo primero: el intento de crear una moneda común europea fue una
de esas ideas que traspasan las fronteras ideológicas habituales. Fue aclamado
por la derecha estadounidense, que lo veía como la mejor alternativa al regreso
del patrón oro, y por la izquierda británica, que lo veía como un gran paso
hacia una Europa socialdemócrata. Pero los conservadores británicos, que también
lo veían como un paso hacia una Europa socialdemócrata, se opusieron. Y fue
cuestionado por los progresistas estadounidenses, a quienes les preocupaba -con
razón, diría yo (pero qué otra cosa iba a decir, ¿no?)- lo que pasaría si los
países no pudiesen usar la política monetaria y fiscal para combatir las
recesiones.
Así que ahora que el proyecto del euro se está yendo a pique, ¿qué lecciones
podemos extraer de ello?
He estado escuchando dos afirmaciones, ambas falsas: que los males de Europa
reflejan el fracaso de los Estados de bienestar en general y que la crisis de
Europa justifica una austeridad fiscal inmediata en EE UU.
La afirmación de que la crisis de Europa demuestra que el Estado de bienestar no
funciona proviene de muchos republicanos. Por ejemplo, Mitt Romney ha acusado al
presidente Obama de inspirarse en los "demócratas socialistas" europeos y ha
declarado que "Europa no está funcionando en Europa". La idea, se supone, es que
los países en crisis tienen problemas porque están siendo aplastados por la
carga del elevado gasto público. Pero los hechos dicen otra cosa.
Es cierto que todos los países europeos tienen prestaciones sociales más
generosas -entre ellas, la asistencia sanitaria universal- y un gasto público
más elevado que los de EE UU. Pero los países que están ahora en crisis no
tienen Estados de bienestar más grandes que los de los países a los que les va
bien (en todo caso, la correlación es la contraria). Suecia, con sus beneficios
célebremente generosos, muestra unos resultados estelares; es uno de los pocos
países cuyo PIB es más alto ahora que antes de la crisis. Por otro lado, antes
de la crisis, el gasto en programas de bienestar social expresado como
porcentaje de la renta nacional era más bajo en todos los países ahora en apuros
que en Alemania, por no hablar de Suecia.
Ah, y Canadá, que tiene asistencia sanitaria universal y una ayuda a los pobres
mucho más generosa que la de Estados Unidos, ha capeado el temporal de la crisis
mejor que nosotros.
La crisis del euro, por tanto, no dice nada sobre la sostenibilidad del Estado
de bienestar. ¿Pero supone un argumento a favor de apretarse el cinturón cuando
la economía está deprimida?
Escuchamos esa afirmación continuamente. Estados Unidos, nos dicen, haría bien
en recortar drásticamente el gasto ya mismo o terminaremos como Grecia o Italia.
Una vez más, sin embargo, los hechos cuentan una historia diferente.
Primero, si nos fiamos en el mundo en general, vemos que el gran factor
determinante de los tipos de interés no es la magnitud de la deuda pública, sino
si un Gobierno obtiene préstamos en su propia moneda. Japón está mucho más
profundamente endeudado que Italia, pero el tipo de interés de los bonos
japoneses a largo plazo es solo de alrededor del 1%, frente al 7% de Italia. Las
perspectivas fiscales de Reino Unido parecen peores que las de España, pero
Reino Unido puede adquirir préstamos a poco más del 2%, mientras que España está
pagando casi un 6%.
Resulta que lo que ha pasado es que, al adoptar el euro, España e Italia se han
rebajado en la práctica a la categoría de países tercermundistas que tienen que
solicitar préstamos en monedas de otros, con toda la pérdida de flexibilidad que
ello conlleva. En particular, como los países de la eurozona no pueden imprimir
dinero ni siquiera en caso de emergencia, están sujetos a interrupciones de la
financiación de un modo en que no lo están los países que han conservado su
moneda. Y la consecuencia es la que estamos viendo ahora mismo: Estados Unidos,
que obtiene préstamos en dólares, no tiene ese problema.
La otra cosa que tienen que saber es que, frente a la actual crisis, la
austeridad ha sido un fracaso en todos los lugares donde se ha probado: ningún
país con deudas importantes ha conseguido congraciarse con los mercados
financieros haciendo recortes drásticos. Por ejemplo, Irlanda es la niña
aplicada de Europa, al haber respondido a sus problemas de deuda con una
austeridad salvaje que ha disparado la tasa de paro hasta el 14%. Pero el tipo
de interés de los bonos irlandeses sigue estando por encima del 8% (peor que el
de Italia).
La moraleja de la historia, por tanto, es que hay que desconfiar de los
ideólogos que intentan apropiarse de la crisis europea en beneficio de sus
programas. Si escuchamos a esos ideólogos, todo lo que conseguiremos es que
nuestros problemas -que son diferentes de los de Europa, pero posiblemente igual
de graves- empeoren aún más.
Fuente: Diario Gestión (16/11/11)