Parque Nacional Huascarán: una aventura hasta las faldas del nevado Pisco

 

Un recorrido en medio de un mágico entorno natural que nos regala imponentes montañas y lagunas de ensueño

 

(Andina / Archivo El Comercio)

 

Visitar el Parque Nacional Huascarán es una de esas experiencias que quedan tatuadas en nuestra memoria de por vida. Y la mejor manera de disfrutar de este maravilloso entorno natural es aprovechar cada minuto del día para observar las montañas y lagunas y, por supuesto, buscar un poco de aventura al aire libre.

Es por eso que muy temprano por la mañana salimos de la ciudad de Huaraz y tras dos horas y media de viaje en bus llegamos a Yungay, donde lo primero que hacemos es bajar a desayunar una quinua caliente con cachangas fritas para retomar fuerzas.

Son las 8:00 a.m. y el frío es realmente intenso. Los audífonos se enfrían rápidamente y las manos corren la misma suerte si las sacas de los bolsillos. Los labios se ponen morados y se empiezan a secar conforme pasa el tiempo. Esto recién empieza.

Una vez saciado nuestro apetito retornamos al bus para retomar el recorrido hacia Cebollapampa, donde nos esperan unos caballos para ir a la montaña adentro. Al llegar a la quebrada de Llanganuco lo que se ve ante nuestros ojos parece de ensueño.

La primera laguna en salir a nuestro paso es la llamada Chinancocha o “laguna hembra”, la cual se caracteriza por el intenso color verde turquesa de sus aguas y los árboles de queñua que adornan su orilla. A unos metros de Chinancocha está la laguna Orconcocha o “laguna macho”, cuyas aguas son de color celeste y de ella se hidratan y alimentan muchos animales de la zona. Ambas nacen del deshielo de los nevados Huascarán, Huandoy y Pisco, entre otros.

Avanzamos hasta llegar a Cebollapampa, donde nos esperan los caballos que nos llevarán hasta el Refugio Pisco, ubicado en las faldas del nevado Pisco. Estamos a unos 3.900 m.s.n.m. y para llegar hasta allá deberemos ascender hasta los 4.680 de altura.

Me tocará montar un pony. Se llama Elefante. Como lo primero que me aconsejan es tratarlo con confianza para que me obedezca, decido cambiarle de nombre y llamarlo Tony. Tiene un pelaje color plata y el mechón de su cabeza es de color negro. Panzón como el burro de Shrek pero con el espíritu de un verdadero guerrero. Creo que haremos una buena dupla.

Debemos ascender casi 1.000 metros y el camino es agreste. Para los que nunca han montado caballo, el cabalgar y el compenetrarse con el animal puede resultar una muy buena experiencia.

Así iniciamos el recorrido. Bordeando cerros, por caminos estrechos a un lado del abismo, donde una mínima descoordinación puede resultar fatal. Los caballos avanzan en fila india. Uno de los que va adelante se detiene. Tony lo muerde, el caballo lo patea. Tony se zarandea. No es momento indicado para pelear. Le hablo y trato de calmarlo.

Le jalo las riendas hacia atrás. Tony no deja que nadie se le adelante. Hay espacios en el camino que son tan estrechos y no superan ni el metro de ancho. Así continuamos subiendo. Apreciando la cima del Huascarán y el Huandoy, las caídas de aguas cristalinas formadas por el deshielo del nevado Pisco, los montes cubiertos de pastizales. Todo contrastado con el cielo azul decorado con nubes más blancas que el algodón. Un paraíso.

Dos horas y media después llegamos a nuestra meta. Luego de tanto esfuerzo, por fin estamos ahí, a 4.680 m.s.n.m., en las faldas del imponente nevado Pisco. La naturaleza hace lo suyo y nos recompensa: impone su belleza ante nuestros ojos.

 

Fuente: Diario "El Comercio" (13/09/2012)