Austeridad al estilo italiano



DESAYUNANDO CON KRUGMAN
Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008. Es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

 

Hace dos meses, cuando Mario Monti dimitió como primer ministro de Italia, The Economist opinó que “La venidera campaña electoral será, sobre todo, una prueba de la madurez y realismo de los votantes italianos”. La acción madura y realista, presumiblemente, debió haber sido el retorno de Monti al cargo —quien fue esencialmente impuesto por los acreedores italianos—, esta vez con un verdadero mandato democrático.

Bueno, parece que no será así. El partido de Monti terminó cuarto en las elecciones del domingo, detrás del bastante cómico Silvio Berlusconi y del comediante Beppe Grillo, cuya falta de una plataforma coherente no le ha impedido convertirse en una poderosa fuerza política.

Se trata de un panorama fuera de lo común que ha generado muchos comentarios acerca de la cultura política italiana. Y sin intentar defender la política del “bunga bunga”, permítanme formular la pregunta obvia: ¿Qué de bueno ha hecho esto que se supone es realismo maduro en Italia o en toda Europa?

Monti fue el procónsul instalado por Alemania para reforzar la austeridad fiscal en una economía que ya pasaba penurias, pues la disposición de buscar y proseguir con la austeridad sin limitaciones es lo que define la respetabilidad en los círculos políticos europeos.

Ello estaría bien si las políticas fiscales restrictivas funcionasen, pero eso no está ocurriendo. Y muy lejos de verse maduros o realistas, los defensores de la austeridad están sondando cada vez más petulantes y delirantes.

Consideremos la manera en que se suponía que las cosas debían estar funcionando. Cuando Europa comenzó su encaprichamiento con la austeridad, las autoridades descartaron las preocupaciones respecto a los efectos depresivos del recorte del gasto y el alza de impuestos. Al contrario, insistieron en que tales medidas impulsarían las economías pues inspirarían confianza.

Pero el hada de la confianza nunca apareció. Los países que impusieron duras políticas de austeridad sufrieron profundos reveses económicos: a más austeridad, más dañino el revés. En efecto, esta relación ha sido tan fuerte que el Fondo Monetario Internacional (FMI), en un sorprendente mea culpa, admitió que había subestimado el deterioro que la austeridad podría infligir.

En tanto, esta política no ha alcanzado el objetivo de reducir la carga de la deuda. En lugar de eso, los países que han implementado medidas de ese tipo han visto incrementarse su ratio deuda/PBI, porque la contracción en sus economías ha sobrepasado toda reducción en sus tasas de endeudamiento. Y debido a que las políticas de austeridad no han sido compensadas con políticas expansionistas en otros países, la economía europea —que nunca tuvo una recuperación del desplome de 2008-2009— está de nuevo en recesión y con el desempleo más elevado.

La única buena noticia es que los mercados de bonos se han calmado, principalmente gracias a la disposición del Banco Central Europeo de adquirir deuda soberana cuando sea necesario. Como resultado, se ha logrado evitar el derrumbe financiero que pudo haber destruido el euro. Pero ese es un triste consuelo para los millones de europeos que han perdido su trabajo y ven pocas perspectivas de recuperarlo algún día.En esta situación, uno podría esperar alguna reconsideración y examen de conciencia de parte de las autoridades europeas, algunas pistas de flexibilización. Sin embargo, los altos mandos continúan insistiendo en que la austeridad es el único y verdadero camino.

En enero del 2011, Olli Rehn, un vicepresidente de la Comisión Europea, destacó los programas de austeridad de Grecia, España y Portugal, y predijo que el programa griego en particular generaría “resultados duraderos”. Desde entonces, el desempleo se ha disparado en los tres países, pero en diciembre del 2012, Rehn publicó un artículo de opinión titulado “Europa debe mantener el curso de la austeridad”.

Ah, y la respuesta de Rehn a los estudios que muestran que los efectos adversos de la austeridad son mucho más grandes de lo esperado fue enviar una carta a los ministros de finanzas y al FMI, declarando que tales estudios eran dañinos porque amenazaban con erosionar la confianza.

Esto me trae de vuelta a Italia, un país que pese a toda su disfunción ha impuesto diligentemente una sustancial política fiscal restrictiva y, como resultado, ha visto a su economía retraerse rápidamente. Los observadores están aterrados con las elecciones en Italia y tienen razón: incluso si la pesadilla de un retorno de Berlusconi al poder no se materializa, un porcentaje considerable de votos para él o Beppe Grillo, o para ambos, no solo desestabilizaría Italia sino toda Europa. Pero tengamos en mente que Italia no es la única, pues políticos de dudosa reputación están ganando adeptos en todo el sur europeo. Y la razón de que esto esté ocurriendo es que los europeos respetables no van a admitir que las políticas que han impuesto sobre sus acreedores son un desastroso fracaso. Si esto no cambia, las elecciones italianas serán un anticipo de una peligrosa radicalización.

Fuente: Diario Gestión (27 de Febrero de 2013)

 

 

Ben Bernanke, el hippie



DESAYUNANDO CON KRUGMAN
Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008. Es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

 

LA ACTITUD DESDEÑOSA HACIA QUIENES NO ESTABAN A FAVOR DE LA GUERRA DE IRAQ ESTÁ DE VUELTA. AHORA CONTRA  QUIENES CRITICAN LAAUSTERIDAD FISCAL.

Faltan pocas semanas para que se cumplan los diez años del inicio de la guerra de Iraq, una fecha que la mayoría en Washington quisiera olvidar. Lo que yo recuerdo de esa época es la completa impenetrabilidad del consenso entre la élite que estuvo a favor de esa confrontación. Si alguien trataba de señalar que era evidente que el gobierno de Bush estaba inventando un argumento falso para ir a la guerra, que ni siquiera resistiría un análisis poco serio, y manifestaba que los riesgos y los posibles costos eran enormes, pues bien, era menospreciado como un ignorante y un irresponsable.

Parecía no importar qué pruebas presentaban quienes eran críticos: todo aquel que se opusiese era, por definición, un tonto hippie. Es notorio que esa opinión no cambió ni siquiera después de que todo lo que vaticinaban los detractores de la guerra se hiciese realidad. Los que aplaudían la desastrosa aventura seguían siendo considerados “creíbles” en materia de seguridad nacional (¿por qué John McCain sigue siendo un invitado habitual en los programas de debate de los domingos?), mientras que los que se oponían continuaban siendo considerados sospechosos.

Y lo que resulta aún más notorio es que durante los tres últimos años se ha desarrollado una historia muy parecida, esta vez sobre la política económica.

Hace diez años, toda la gente importante decidió que una guerra inconexa era una respuesta adecuada a un ataque terrorista; hace tres años, se decidió que la austeridad fiscal era la respuesta adecuada a una crisis económica provocada por banqueros sin control, con el supuesto peligro inminente de los déficits presupuestarios, a los que les tocó el papel que antes tuvieron las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein.

Hoy, al igual que entonces, este consenso perece ser impenetrable frente a los argumentos en contra, sin importar lo bien fundamentados que estén. Y hoy, al igual que entonces, los líderes del consenso siguen siendo considerados creíbles aunque se hayan equivocado en todo (¿por qué la gente sigue tratando a Alan Simpson como un hombre sabio?), mientras que quienes critican el consenso son considerados tontos hippies aunque todas sus predicciones —sobre las tasas de interés, la inflación, los nefastos efectos de la austeridad— se han hecho realidad.

Por lo tanto, he aquí mi pregunta: ¿Habrá algún cambio ahora que Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, se ha unido a la fila de los hippies?

A comienzos de la semana pasada, Bernanke hizo unas declaraciones que debieron haber ocasionado que todos en Washington prestasen atención y tomasen nota. Es verdad que no suponía una verdadera ruptura con lo que ha dicho en el pasado o, de hecho, con lo que otros directivos de la FED han estado señalando, pero su jefe habló más clara y firmemente que nunca sobre política fiscal —y lo que dijo, traducido del idioma de la FED al castellano, es que la obsesión de la clase dirigente con los déficits es un terrible error.

En primer lugar, subrayó que la situación presupuestaria no es tan preocupante, incluso a mediano plazo: “Se proyecta que la deuda federal que mantiene el público (incluida la que posee la Reserva Federal) se mantendrá alrededor del 75% del PBI durante gran parte de la presente década”.Luego sostuvo que, dada la situación de la economía estadounidense, actualmente se está gastando muy poco: “Una parte sustancial de los recientes progresos a la hora de reducir el déficit se ha concentrado en los cambios presupuestarios a corto plazo, que, si se consideran en su conjunto, podrían suponer un obstáculo significativo para la recuperación económica”.

Finalmente, opinó que la austeridad en una economía deprimida podría ser contraproducente incluso en términos puramente fiscales: “Además de tener efectos adversos sobre el empleo y los ingresos, una recuperación más lenta conduciría a una menor reducción del déficit en el corto plazo”.

En consecuencia, el déficit no es un peligro evidente y actual, los recortes en el gasto en una economía deprimida son una idea terrible y la austeridad prematura no tiene sentido ni siquiera en términos presupuestales. Puede que a los lectores habituales estas propuestas les resulten familiares, ya que son más o menos lo mismo que lo que otros economistas progresistas y yo hemos estado diciendo todo el tiempo. Pero nosotros somos hippies irresponsables. ¿Lo es Bernanke? (Bueno, tiene barba).

El punto no es que Bernanke sea una fuente de sabiduría fidedigna; uno espera que el colapso de la reputación de Alan Greenspan haya puesto fin a la práctica de deificar a los presidentes de la FED. Bernanke es un excelente economista, pero no más que, por ejemplo, Joseph Stiglitz, de la Universidad de Columbia, ganador del premio Nobel y un legendario economista teórico cuya crítica feroz a nuestra obsesión por el déficit ha sido, no obstante, ignorada.

No, lo importante es que la apostasía de Bernanke puede ayudar a socavar el argumento de la autoridad —“¡nadie importante está en contra!”— que ha hecho que sea tan difícil terminar con la obsesión de la élite por los déficits.

Y el final de esa obsesión no podría llegar en un momento más oportuno. En estos momentos, Washington está enfocado en la idiotez del embargo del gasto presupuestal, pero este es únicamente el episodio más reciente de una serie sin precedentes de declives en el empleo público y en las compras del gobierno que han paralizado la recuperación de la economía estadounidense. El consenso equivocado de la élite nos ha metido en un empantanamiento económico, y es hora que salgamos de él.

 

Fuente: Diario Gestión (06 de Marzo del 2013)