La depresión del Excel

 

PAUL KRUGMAN
Premio Nobel de la Economía 2008


En esta era de la información, los errores matemáticos pueden llevar al desastre. La Mars Orbiter de la NASA se estrelló porque los ingenieros olvidaron hacer la conversión a unidades del sistema métrico; el plan de la ballena de Londres de JPMorgan Chase salió mal en parte porque quienes hicieron los modelos dividieron por una suma en lugar de por una media. De modo que, ¿fue un error de codificación de Excel lo que destruyó las economías del mundo occidental? Esta es la historia hasta la fecha: a principios de 2010, dos economistas de Harvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, divulgaron un artículo, Growth in a time of debt (Crecimiento en una época de endeudamiento), que pretendía identificar un umbral crítico, un punto de inflexión, para la deuda pública. Una vez que la deuda supera el 90% del producto interior bruto, afirmaban, el crecimiento económico cae en picado.

Reinhart y Rogoff tenían credibilidad gracias a un libro anterior admirado por todo el mundo sobre la historia de las crisis financieras, y el momento escogido era perfecto. El artículo se publicó justo después de que Grecia entrase en crisis y apelaba directamente al deseo de muchos funcionarios de virar del estímulo a la austeridad. En consecuencia, el artículo se hizo famoso inmediatamente; seguramente era, y es, el análisis económico más influyente de los últimos años.

El hecho es que Reinhart y Rogoff alcanzaron rápidamente un estatus casi sagrado entre los autoproclamados guardianes de la responsabilidad fiscal; la afirmación sobre el punto de inflexión se trató no como una hipótesis controvertida, sino como un hecho incuestionable. Por ejemplo, un editorial de The Washington Post de principios de este año advertía contra una posible bajada de la guardia en el frente del déficit porque estamos “peligrosamente cerca de la marca del 90% que los economistas consideran una amenaza para el crecimiento económico sostenible”. Fíjense en la expresión: “los economistas”, no “algunos economistas”, y no digamos ya “algunos economistas, a los que contradicen enérgicamente otros con credenciales igual de buenas”, que es la realidad.

Porque lo cierto es que el texto de Reinhart y Rogoff se enfrentó a críticas considerables desde el principio y la controversia aumentó con el tiempo. Nada más publicarse el artículo, muchos economistas señalaron que una correlación negativa entre la deuda y el comportamiento económico no significaba necesariamente que la deuda elevada fuese la causa de un crecimiento lento. Podría ocurrir perfectamente lo contrario, y que el mal comportamiento económico condujese a una deuda elevada. De hecho, este es evidentemente el caso de Japón, que se endeudó enormemente después de que su crecimiento se hundiese a principio de los noventa.

Con el tiempo, surgió otro problema: otros investigadores, usando datos de deuda y crecimiento aparentemente comparables, no fueron capaces de replicar los resultados de Reinhart y Rogoff. Lo habitual era que encontrasen cierta correlación entre la deuda elevada y el crecimiento lento (pero nada que se pareciese a un punto de inflexión en el 90% ni, de hecho, en ningún nivel concreto de deuda).

Finalmente, Reinhart y Rogoff permitieron que unos investigadores de la Universidad de Massachusetts analizasen la hoja de cálculo original; y el misterio de los resultados irreproducibles se resolvió. En primer lugar, habían omitido algunos datos; en segundo lugar, emplearon unos procedimientos estadísticos poco habituales y muy cuestionables; y finalmente, sí, cometieron un error de codificación de Excel. Si corregimos estos errores y rarezas, obtenemos lo que otros investigadores han descubierto: cierta correlación entre la deuda elevada y el crecimiento lento, sin nada que indique cuál de ellos causa qué, pero sin rastro alguno de ese umbral del 90%.

En respuesta a esto, Reinhart y Rogoff han admitido el error de codificación, han defendido sus demás decisiones y han afirmado que nunca aseguraron que la deuda provoque necesariamente un crecimiento más lento. Esto es un tanto insincero porque repetidamente dieron a entender esa idea aunque evitasen formularla expresamente. Pero, en cualquier caso, lo que realmente importa no es lo que quisieron decir, sino el modo en que se ha interpretado su trabajo: los entusiastas de la austeridad anunciaron a bombo y platillo que ese supuesto punto de inflexión del 90% era un hecho probado y un motivo para recortar drásticamente el gasto público incluso con un paro elevadísimo.

Por eso debemos situar el fiasco de Reinhart y Rogoff en el contexto más amplio de la obsesión por la austeridad: el evidentemente intenso deseo de los legisladores, políticos y expertos de todo el mundo occidental de dar la espalda a los parados y, en cambio, usar la crisis económica como excusa para reducir drásticamente los programas sociales.

Lo que pone de manifiesto el asunto de Reinhart y Rogoff es la medida en que se nos ha vendido la austeridad con pretextos falsos. Durante tres años, el giro hacia la austeridad se nos ha presentado no como una opción sino como una necesidad. Las investigaciones económicas, insisten los defensores de la austeridad, han demostrado que suceden cosas terribles una vez que la deuda supera el 90% del PIB. Pero las investigaciones económicas no han demostrado tal cosa; un par de economistas hicieron esa afirmación, mientras que muchos otros no estuvieron de acuerdo. Los responsables políticos abandonaron a los parados y tomaron el camino de la austeridad porque quisieron, no porque tuviesen que hacerlo.

¿Servirá de algo que se haya hecho caer a Reinhart y Rogoff de su pedestal? Me gustaría pensar que sí. Pero preveo que los sospechosos habituales simplemente encontrarán algún otro análisis económico cuestionable que canonizar, y la depresión no terminará nunca.

Fuente:El Pais (21 de Abril del 2013)

 

Las ansias de oro

 

PAUL KRUGMAN
Premio Nobel de la Economía 2008

UNA DE LAS REALIDADES CENTRALES DEL ESTADOS UNIDOS MODERNO ES QUE TODO ESTÁ POLITIZADO. Y ESTO ES MUY CIERTO EN LAS DECISIONES DE INVERSIÓN.

Flash informativo: los recientes descensos en el precio del oro, que ha caído alrededor de 17% desde que alcanzó su valor máximo, demuestran que dicha cotización puede bajar y también subir. Puede que esto parezca algo obvio, pero, como señala un artículo de The New York Times del jueves pasado, ha sido una sorpresa desagradable para muchos pequeños inversionistas de oro, que imaginaban que estaban comprando el más seguro de todos los activos.

Y he aquí el cuento. Una de las realidades centrales del Estados Unidos moderno es que todo está politizado. En la derecha, particularmente, la gente escoge sus puntos de vista sobre cualquier cosa, desde las ciencias ambientales hasta la seguridad de las armas de fuego, ajustándolos a sus prejuicios políticos. Y el extraordinario auge que ha experimentado recientemente el “ansia de oro”, en contra de toda evidencia, demuestra que esta politización puede influir en las inversiones, así como en los votos.

¿A qué me refiero cuando hablo del ansia de oro? No a la idea de que, a veces, comprar oro tenga sentido. El metal ha sido una inversión muy buena desde principios de la década del 2000 y probablemente no se trate de una burbuja. Un modo de verlo es que el oro es como un bono a muy largo plazo que está protegido de la inflación, y los verdaderos bonos a largo plazo protegidos contra la inflación también han experimentado grandes aumentos de precio, lo que refleja una percepción generalizada de que no hay inversiones alternativas suficientes que sean buenas.

No, ser un ansioso del oro significa afirmar que este ofrece una seguridad única en épocas de inestabilidad. También significa afirmar que todo iría bien si se aboliese la Reserva Federal y se volviese a los tiempos del patrón oro, en los que el valor del dólar se fijaba tomando este metal como referencia, y punto. Y ambas formas de ansia dorada están en alza desde el 2008.

En el periodo posterior a la crisis financiera -y en buena medida, incluso ahora-, ver las noticias económicas en la televisión, especialmente en Fox, era ver un montón de cabezas parlantes promocionando el oro, por no mencionar los muchos, muchos anuncios de intermediarios como Goldline. Muchos estadounidenses estaban convencidos: un tercio de los entrevistados por Gallup en el 2011 afirmaba que el oro era la mejor inversión a largo plazo.

Al mismo tiempo, proliferaban los llamados a favor de una vuelta al patrón oro, y no solo entre figuras marginales. De hecho, la plataforma del Partido Republicano en las elecciones del año pasado demandó en la práctica una vuelta al oro, al pedir que una comisión “investigase las posibles formas de fijar un valor para el dólar” y dejaba claro que el camino preferido era el de una “base metálica” para la moneda.

En suma, la crisis financiera del 2008 trajo consigo un aumento de la fiebre del oro (aunque se ha moderado un poco desde el 2011). Pero ¿por qué? Después de todo, históricamente, el oro ha sido cualquier cosa menos una inversión segura. A veces, reporta enormes beneficios, como sucedió a finales de los años setenta y de nuevo entre el 2001 y el 2011. Pero ese repunte de los años setenta fue seguido por un desplome colosal, ya que el valor real del oro se redujo más de dos tercios.

Entretanto, el equivalente actual más cercano al clásico patrón oro es el euro, que ha vuelto a imponer a los países europeos más o menos las mismas limitaciones que tenían cuando el oro mandaba. Si bien el Banco Central Europeo puede emitir moneda si opta por hacerlo, los países individuales, como los que se regían por el patrón oro, no pueden. ¿Y alguien pondría la experiencia reciente de estos países como ejemplo digno de emular?

¿Cómo podemos racionalizar esta postura moderna del ansia del oro? Esencialmente, depende de la afirmación de que la inflación descontrolada está a la vuelta de la esquina.

¿Y por qué a tantas personas les parece convincente esta afirmación? Es famoso el hecho de que John Maynard Keynes tachó el patrón oro de “reliquia bárbara” y señaló lo absurdo que resulta unir el destino de una sociedad industrial moderna a la oferta de un metal decorativo. Pero también reconocía que “el oro ha pasado a formar parte del sistema conservador y es uno de esos temas que no podemos esperar que sean tratados sin prejuicios”.

Y así ha seguido siendo hasta hoy. Las personas de mentalidad conservadora tienden a apoyar el patrón oro -y a comprar oro- porque se las convence muy fácilmente de que la “divisa por decreto”, moneda emitida de manera discrecional en un intento de estabilizar la economía, en realidad forma parte de una conspiración mayor cuyo fin es arrebatarles sus riquezas, conseguidas con mucho esfuerzo, y dárselas a quienes ustedes ya saben.

No obstante, la inflación descontrolada que supuestamente iba a llegar tras la emisión irresponsable de dinero -inflación que los sospechosos habituales llevan cuatro años o más declarándola inminente- sigue sin manifestarse. Durante algún tiempo, la subida del precio del oro ha contribuido a otorgar cierta credibilidad a los ansiosos, aun cuando sus predicciones sobre todo lo demás resultaban erróneas, pero ahora el oro como inversión también se ha vuelto decepcionante. ¿Veremos a destacados ansiosos del oro cambiar de opinión, o al menos perder a muchos de sus seguidores?

Yo no lo apostaría. En el Estados Unidos moderno, como he indicado al principio, todo está politizado, y el ansia del oro, que calza perfectamente con los prejuicios políticos habituales, probablemente siga prosperando, por muy errada que sea.

 

Fuente:Diario Gestión (24 de Abril del 2013)