Naturaleza humana y cambio climático

 

Por  Roberto Lerner

El 7% de los fondos destinados a financiar investigaciones sobre cambio climático por parte de la Fundación Nacional de Ciencias fue a científicos sociales y el 4% de los reportes de investigación sobre el tema correspondió a aspectos sicológicos de ese tema. No es algo de lo que debamos alegrarnos, dado que la dificultad por lograr un compromiso razonable y no fanático con el medio ambiente tiene que ver con lo poco que comprendemos la irracionalidad.

En efecto, la evaluación de la amenaza se topa con un formidable enemigo: la propia mente. El cambio climático es algo incierto, que ocurre lentamente, lejos en el espacio y también lejos en el tiempo. En otras palabras, todos los elementos que neutralizan la preocupación genuina (más allá de saludos a la bandera retóricos) y el compromiso de alterar hábitos concretos. Encontrar ideas que traduzcan el cuidado del medio ambiente en resultados concretos e incentivos igualmente concretos podría ser más eficaz que las campañas moralizadoras y satanizadoras.

Hay que poner las cosas en un contexto menos humanocéntrico. Hay una pendularidad macabra, un ritmo cósmico tenebroso: cada 62 millones de años algo pasa en nuestro planeta y la vida que emergió en él hace unos mil millones de años, se ve amenazada. Probablemente, la rotación de nuestra galaxia tenga algo que ver. El hecho es que se combinan o se hacen más probables combinaciones de eventos malhadados. Sabemos que al final del Pérmico, hace unos 250 millones de años, la vida estuvo a punto de extinguirse y hace 62 los reyes de la naturaleza, que surgieron de la mencionada extinción, los dinosaurios, salieron del escenario para dejar su lugar a pájaros y mamíferos, una de cuyas ramas somos nosotros. Nuestra historia se mide en patéticos miles de años dentro de este panorama de destrucción y creación cuyo ritmo rebaza de manera astronómica nuestro ciclo vital.

El cambio climático es una realidad, cuyos latidos anteceden nuestras organizaciones sociales y económicas más complejas. No es mi interés debatir qué porcentaje del cambio mencionado obedece a la acción humana industrial y posindustrial.

Muchas personas bien intencionadas y legítimamente preocupadas, activistas que tratan de cambiar la conciencia y conducta de individuos y grupos, tienden a ver el asunto como producto de intereses que impiden tomar las decisiones que los seres humanos, en su ausencia, tomaríamos espontánea y naturalmente. La maldad y egoísmo de individuos u organizaciones bloquean el conservacionismo por default del género humano. O, también, hay falta de conocimientos e información que una mente racional tomaría en cuenta para producir decisiones ecológicamente sensatas, pero que esos intereses bloquean para seguir lucrando con la destrucción de nuestro hábitat.

¿Intereses? ¡Claro que existen! Y muy poderosos. Tomemos como ejemplo una agresión al medio ambiente individual de las personas: el cigarrillo. Su consumo era visto con benevolencia y hasta admiración y, en efecto, las compañías que se beneficiaban con el tabaco hicieron lo posible para impedir que la información científica acerca de sus daños fueran conocida y tomados en serio. Pero ahora que los datos son irrefutables y conocidos, las personas siguen fumando. Sí, muchos han dejado de fumar, pero está claro que la información no es suficiente y la actual satanización de los fumadores puede terminar, en una generación, produciendo una ola de humo incontenible.

Pero, ¿y la naturaleza supuestamente ecológica por default, contenida y pervertida, detenida y contrarrestada por los oscuros intereses económicos de los ávidos destructores del medio ambiente? Todo indica que no hay nada que se le parezca. No había transnacionales cuando los pascueños talaron el último árbol, ni cuando los Mayas tomaron decisiones poco felices desde el punto de vista ambiental y, mucho antes, hace 4,000 años, la agricultura de tala y quema disparó las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera generando un aumento considerable de temperatura.

La amenaza real planteada por el cambio climático podrá ser eficazmente enfrentada solamente cuando comencemos por aceptar que el papel de los humanos también cuando no existen corporaciones malditas es menos noble que el que ciertos idealizadores del pasado nos quieren vender. Ser conservacionista requiere de un esfuerzo, no viene naturalmente. Los intereses económicos empeoran la situación pero no la causan.