Fósiles vivientes

 

 

Por Patricia Ávila

Buscar "fósiles vivientes" entre las plantas más antiguas de la Península Ibérica y Baleares. Es el objetivo de una de las cinco investigaciones seleccionadas en los Proyectos Cero 2010 en Especies amenazadas de la Fundación General CSIC, dotados en total con un millón de euros
El director de la investigación, Pablo Vargas, del Real Jardín Botánico de Madrid, explica que un fósil viviente es "una especie viva de distribución restringida que no tiene parientes próximos más que en forma fósil". En otras palabras: son seres vivos únicos porque han conseguido sobrevivir sin modificaciones a lo largo de millones de años. Contemplarlos es como meterse en una máquina del tiempo para visitar el pasado lejano de la Tierra.

Sin embargo, este largo trayecto podría llegar a su fin en poco tiempo. Al igual que el resto de la biodiversidad del planeta, los fósiles vivientes padecen la amenaza de la extinción a causa de los graves impactos del ser humano sobre la naturaleza.

Por ello, al establecer prioridades de conservación, los fósiles vivientes son una referencia, una joya única que hay que estudiar y proteger con especial esmero. En ello se encuentra Vargas, que cuenta con la participación de científicos de la Universidad de Granada, del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA), del Jardín Botánico de Valencia y de la Universidad de Edimburgo.

El primer paso para proteger a una especie es conocerla. En el caso de los fósiles vivientes el trabajo es todavía mayor, ya que hay que establecer con criterios científicos si lo son en realidad. El equipo de Vargas ha seleccionado cinco géneros de plantas que tienen muchas posibilidades de entrar en tan selecto club. Dos de las candidatas son margaritas. La Avellara solo se encuentra en el Parque Nacional de Doñana y tiene la peculiaridad de segregar una sustancia tóxica para defenderse de sus predadores. La Castrilanthemum sobrevive en las sierras andaluzas contiguas de Castril, Guillimona y Cabrilla.

Las tres restantes son la Gyrocaryum, perteneciente a la misma familia que las borrajas, y de la que solo se conoce una población en Ponferrada (León), la Naufraga, de la familia de las zanahorias y que vive al norte de Mallorca, y la Pseudomisopates, localizada en la zona del Mediterráneo, cuya corola hermética obliga a los insectos a abrirla para acceder a su polen y néctar.

Los investigadores, explica Vargas, necesitan conocer los procesos que han llevado a las poblaciones de estas plantas a su delicado estado actual, de manera que se puedan frenar las causas más acuciantes y, en su caso, impulsar medidas para su reintroducción.