LA RUTA DE LA CHATARRA HASTA HUAYCOLORO

 

La basura de las minas de La Oroya contamina al paso

 

Choferes de las EPS venden desechos tóxicos a chatarreros en Huachipa.

No existe control del Ministerio de Energía y Minas ni de la Digesa en la carretera.

SIN PROTECCIÓN. Un reciclador de La Oroya quema el cobre que le ha vendido un poblador de Carhuacoto, el campamento de la empresa Chinalco, al que se ha mudado gran parte de la población de Morococha

El hedor es impune, tortura de tirón con cosquillas ácidas en el cuello: liquida. Pocos lugares en el mundo tienen este olor tan ponzoñoso –mezcla de cítrico agusanado, caucho cocinado como anticucho y fierro corroído en vinagre– como La Oroya.
Si ya es la ciudad más contaminada de América, por angustiosas décadas de exposición al plomo y al dióxido de azufre, hoy mismo es el primer punto del tráfico de la basura de las minas de plomo y aluminio que llega hasta Lima. ¿Si por ley, todo residuo minero ya es infeccioso, así sea orgánico, a dónde tendrían que llevarse los desechos de metales, plásticos y maderas que arrojan los campamentos? En teoría, al relleno sanitario de Petramas, en Huaycoloro. Pero, en la práctica, se disgregan en pequeñas chatarrerías de La Oroya, y de Huaycán y Huachipa. Estas comercian con choferes de las entidades prestadores
de salud (EPS) de las mineras unos materiales tan tóxicos que herrumbran hasta la saliva.


COMIENZO DE RUTA
En un costado agrio de la antigua Morococha, se encuentran las 4 hectáreas del basural de Cajoncillo. Hasta aquí llegan todos los desechos del proyecto Toromocho de la empresa Chinalco, a 4.900 m.s.n.m. En esta feroz llanura se ven bolsas rojas que envuelven los desperdicios más deletéreos: aceite de maquinarias de cinco pisos, filtros de hidrocarburos y detritus hospitalarios de las postas de la zona, a 40 km a la redonda. También dinamita y anfo. Desde aquí a Huaycoloro son 141 km intensos. Un trabajador de una de las EPS revela: "Cuando hay residuos orgánicos, los choferes no quieren salir; pero cuando hay metales se pelean sospechosamente por ir. Una vez los acompañé y descubrí que venden una parte de la basura a los chatarreros de Huaycán y sacan hasta 300 soles por semana. Si lo multiplicas por 4, es otro sueldo".
Ya antes de partir, en el camino de La Oroya a Morococha, hay unas siete recicladoras que compran el kilo de chatarra de mina en 50 céntimos. "Estoy haciendo mi chicharrón de cobre", prorrumpe, entre la lacra
humeante de ese óxido, un reciclador que se lo compró a un habitante de Carhuacoto, poblado que aún es considerado campamento minero. El cobre fundido cuesta 6 soles el kilo, y en Lima llega a 16 soles. "Aquí hasta los ingenieros nos venden antenas, tubos, planchas, latas, calaminas; los trabajadores de Doe Run se recursean así", cuenta Alberto, chatarrero que llegó a este cubil hace 4 meses. El kilo de aluminio lo compra a 4 soles; el de plomo, a 5; y el de bronce, a 11. Katherine, de 21 años, madre de una niña de medio año, lo dice claro: "Vienen los propios mineros a vender, de JVC, de Chinalco, y nos traen hasta fierros de construcción".

RÉCORD ATROZ

El mes pesado, la Federación Internacional de Derechos Humanos presentó un informe que rati fica que La Oroya es una de las diez ciudades más contaminadas del mundo. El 97% de menores de 6 meses a 6 años y el 98% de niños de 7 a 12 años muestran niveles altos de plomo en la sangre. Hace pocos años, el prestigioso instituto Blacksmith elaboró una lista en la que La Oroya es la quinta ciudad más contaminada del mundo.

RESIDUOS DE MINA. Muy cerca al relleno sanitario de Petramas, los recicladores venden cilindros infecciosos a 17 soles.

CHOFER DE RUTA
Los cerros pelados de blanco de Yauli parecieran tener nieve, pero –abriendo bien los ojos y las fosas nasales– resultan ser las carcas y carcasas que (de)generaron los metales pesados. 'Monje' es un chofer de mina, que se encarga de la evacuación de la basura y, camino a Lima, se confiesa: "Lo que cuesta más es el tubo de PVC de los campamentos, un sol el kilo. Están en pedazos. 'Sácanos dos o tres tubitos para el almuerzo', nos dicen los recicladores. En la mina se bota hasta los bidones de agua y eso se vende".
Una vez en Huachipa, entre las avenidas Las Torres y Cajamarquilla, las chatarrerías se desperdigan. La jugada es rauda: se estaciona el camión de la EPS, dos ayudantes sacan metales en trozos que están en costales, los arrastran, los pesan rapido, se cierra el trato, el chofer reparte la ganancia y fuga en un máximo de media hora. "Nosotros somos chacales nomás", masculla uno de esos ayudantes para espantarnos. "He visto recicladores que ven una gaseosa a la mitad y, como en las minas el clima es frío, dicen: 'Uy, está heladita', y se la toman", cuenta 'Piedrita', de 47 años. Él llegó hace tres años de Junín y trabaja descargando la basura de los camiones. 'Piedrita' se ubica a la altura del puente de Huachipa y espera la llegada de los tráileres para pugnar el cachuelo. "La basura de mina es caliente como cáscara de pachamanca", farfulla quien se ha tajeado la mano con ese material degradante y solo limpiado la herida con su orina. "En las chatarrerías hay niños y animales, y quizá mi familia se contamina por mi culpa", musita. ¿Pero quién controla este tráfico de toxicidades? En el puesto policial de Corcona, los agentes dicen que eso no les corresponde: "Quizá los choferes de las mineras nos sacan la vuelta, pero de esto tendría que ocuparse la Dirección General de Salud Ambiental [Digesa]". Cuestionada, la Digesa afirma que de esto se encarga el Ministerio de Energía y Minas. Interpelada, la oficina de prensa de este ministerio sugiere que preguntemos en la Digesa. Este vacío de control oficial también tiene una oxidada fetidez.

CON PROTECCIÓN. Los trabajadores del basural de Cajoncillo, manejado por Chinalco, se protegen con trajes, cascos y máscaras

Publicado por Diario El Comercio (16 de Junio de 2013)