El mito de la maldición de los recursos naturales

 

POR: PABLO DE LA FLOR

 

Mucho se ha escrito en los últimos años acerca de la “maldición de los recursos naturales”, condena a la que irremediablemente estarían sometidas aquellas economías que cuentan con una rica dotación de minerales, petróleo u otras materias primas; y que, según los proponentes de esta teoría, estarían condenados a registrar tasas más bajas de crecimiento y una precaria gobernabilidad. Se trata de una discusión particularmente relevante en nuestro país a la luz del papel preponderante de la minería en la expansión económica y las potenciales amenazas que, en el mejor entender de los proponentes de estas ideas, se podrían cernir sobre nuestro futuro.

Los canales de transmisión de esta maldición pasarían por las distorsiones generadas como consecuencia de la revaluación de nuestra moneda (enfermedad holandesa) y la conflictividad asociada a la captura del Estado por parte de grupos rentistas. Esta combinación gatillaría un espiral perverso de pobreza y corrupción.
Los esfuerzos más recientes y serios de análisis no hallan, sin embargo, ninguna evidencia empírica relevante respecto de la vigencia de la maldición. Si bien se puede identificar una proporción importante de países exportadores de petróleo y minerales con pésimo desempeño económico, hay otros que gracias a su dotación de recursos han logrado importantes avances (los casos más citados son los de Botswana y Chile). De igual modo, existe un grupo importante de naciones desarrolladas que, contando con importantes sectores primarios exportadores, lograron sofisticar significativamente su estructura productiva.

Esto no significa que la riqueza de recursos naturales se traduzca siempre en crecimiento económico y sostenido. Que ello ocurra dependerá de la orientación de las políticas públicas adoptadas y de la calidad del entramado institucional vigente. Aquellos países que optan por un marco macroeconómico sano y prudente, desprovisto de prácticas distorsionantes que desincentiven la actuación de los agentes productivos, serán capaces de transformar la riqueza natural en desarrollo sostenible.

Esto es lo que ha venido ocurriendo en nuestro país, con la bonanza minera contribuyendo decididamente al crecimiento económico y reducción de la pobreza. Además, hemos logrado esta expansión evitando muchas de las trampas vinculadas a la ya citada maldición. Así, el volumen de exportaciones no-tradicionales ha crecido más que el de las tradicionales, y ello a pesar de la apreciación cambiaria. Igualmente, la estructura de nuestra economía se ha diversificado, no obstante la preponderancia de los minerales en la canasta exportadora. De hecho, las actividades primarias en su conjunto no representan más del 15% de nuestro PBI.

Uno de los grandes desafíos que enfrentamos es cómo destrabar la inversión minera para dinamizar aún más nuestro crecimiento y generar más bienestar para todos los peruanos. En los últimos años hemos sido testigos de la ola de conflictividad que ha agitado diversas zonas mineras, impidiendo la puesta en marcha de iniciativas de gran envergadura. De allí la enorme importancia que adquiere el construir una institucionalidad capaz de mediar y mitigar la conflictividad. De ello dependerá que podamos seguir transformando nuestra riqueza natural en desarrollo inclusivo.

Publicado por Diario Gestiòn