La pava aliblanca: cien años después...

El turismo de observación de aves es una alternativa para proteger a la pava aliblanca. Foto: Fernando Angulo

El turismo de observación de aves es una alternativa para proteger a la pava aliblanca.

 

La pava aliblanca cual ave fénix renació, pero no de sus cenizas. Lo hizo para la ciencia que la había dado por extinta por casi un siglo.

Hoy día, muy temprano por la mañana, siento el peso de la historia en mi alma. Y digo “Historia” porque creo que no existe otra ave con un trasfondo histórico tan increíble en el Perú, el país de mayor riqueza y diversidad en avifauna del mundo: esa ave es la pava aliblanca.

Estoy caminando por la Quebrada San Isidro, el legendario lugar donde Gustavo del Solar y John O’Neill redescubrieron esta pava alrededor de las nueve de la mañana del 13 de septiembre de 1977, hace 38 años. Esta ave, que se creía extinta desde hacía casi un siglo, permaneció escondida en los bosques secos de Tumbes, en la ladera occidental de los Andes. Estas montañas, cubiertas con un tipo de vegetación muy especial y llenas de una gran variedad de aves endémicas son, al mismo tiempo, limitadas en extensión y protección.

Mi guía local, Máximo Paico, me contó que de niño un grupo de 'gente extraña' pasó por ahí una mañana temprano y un “gringo” le preguntó los nombres locales de algunos árboles y arbustos que crecían allí, a su lado. Mientras tanto, me lleva al lugar exacto donde esa 'gente extraña' vio por primera vez la pava aliblanca (Penélope albipennis), justo cien años después de haber sido descrita.


Refugio de vida en el norte del Perú.

¿Cómo es posible que un ave tan grande, tan vistosa cuando vuela de la ladera de una montaña a otra, haciendo que las blancas manchas de sus alas brillen cual luna llena y llamando la atención hasta de la persona más indiferente, haya permanecido oculta durante tanto tiempo?

Descrita por los Taczanowski en el año 1877, a raíz de un espécimen descubierto por Stolzmann en 1876, cerca de la boca del río Tumbes. Esta especie también fue conocida gracias a otros dos especímenes recogidos, uno de ellos en la hacienda Pabur, en Piura.

Después de muchos años de no existir ningún informe científico sobre esta pava (y ningún escrutinio en la zona) se pensó que había desaparecido, tal como se señaló en importantes publicaciones de la época, como el trabajo de Vaurie, Taxonomía de los Cracidae (Aves), publicado en 1968, y el libro de Delacour y Amadon Curassows and Related Birds, publicado en 1973.

El redesubrimiento del siglo

Pero fue María Koepcke quien sospechó que la pava aliblanca no se había extinguido y que podría haber sobrevivido en los alrededores de la hacienda Pabur. Cuando conoció a Gustavo del Solar en 1969, lo animó a ir en busca del ave. En esa época, del Solar era un apasionado cazador de venados y un agricultor que cultivaba limones en Olmos, una ciudad en las faldas de la ladera occidental de los Andes.

 

María Koepcke sospechó que la pava aliblanca no se había extinguido.

Durante ocho largos años, del Solar preguntó a la gente que vivía en pueblos cercanos a los Andes sobre un ave del tamaño de un pavo doméstico, solo que mucho más estilizado, totalmente negro, pero con las puntas de sus alas de un contrastante color blanco.

Finalmente, un buen día obtuvo la respuesta. Sebastián Chinchay, un hombre de la zona que vive en un pueblo llamado Puerta de Querpón, encontró un ave que respondía a la descripción de del Solar, durante una excursión hacia el extremo superior de la quebrada San Isidro, mientras iba en busca de gansos. Entonces se apresuró a la granja de del Solar y le dijo: “Don Gustavo, he encontrado el ave que usted estaba buscando”.

¡La sorpresa no podía ser mayor! Sin embargo, don Gustavo se mostró precavido. ¿Estás seguro, Sebastián? Él respondió: “¡Sí!”

“¿El ave es azul, con la punta de las alas rojas?” preguntó del Solar.

“No, es negra, con las puntas de las alas blancas”.

“¿Es pequeña como un gorrión?”

“No, es del tamaño de un pavo doméstico”.

“¡Pues bien, vayamos a buscarla!”

Al día siguiente, el 13 de septiembre de 1977, del Solar y O’Neill, que por esos días estaba en Chiclayo, enrumbaron hacia la quebrada San Isidro y, después de tres horas de camino a pie, finalmente contemplaron lo que resultó ser la primera pava aliblanca observada por un científico en cien años.

 

El autor en contacto con una pava aliblanca.

Atraparon una de las ocho aves que vieron ese día y donaron la prueba al Museo de Historia Natural donde, desafortunadamente, María Koepcke no pudo verla, pues había muerto en un accidente aéreo unos años antes.

La coincidencia de que la pava fuera redescubierta justamente cien años después de haber sido descrita hizo que este hallazgo mereciera el título de 'El redescubrimiento del siglo'. Después de este suceso, nos dimos cuenta de que este cracidae endémico de la región tumbesina tenía que ser protegido. El gobierno peruano creó la Zona Reservada Laquipampa, un área para proteger especialmente las poblaciones silvestres de pavas, y dictó varias leyes para asegurar su conservación.

En aquella época, del Solar empezó un programa de crianza en cautiverio en Olmos, con el propósito de volver a introducir estas pavas nacidas en cautiverio a su entorno silvestre, evitando su extinción. Ahora existen aves nacidas en cautiverio y el Programa de Reintroducción se ha hecho realidad. Este programa empezó en el año 2000 en el Área de Conservación Privada de Chaparrí, y ahora existen pavas que viven en libertad y varias más que han nacido así, de padres criados en cautiverio.

Ahora, cuando veo un par de pavas descansando en un árbol pasallo después de comer sus flores, siento que uno de los grandes retos para el pueblo peruano es asegurar la conservación de esta especie a largo plazo, que es nuestra forma de probar que somos un país responsable de su entorno, de la conservación de su flora y su fauna, capaz de asegurar un desarrollo sostenible. ¿Pero cómo? Una de las formas de ayudar a la conservación de la pava aliblanca, los bosques secos de Tumbes y otras 55 aves endémicas de la región, es desarrollando un turismo responsable de observación de aves en la región.

Y se trataría de una visita que no solo buscaría mostrar la rara pava. Existen muchas otras aves altamente especializadas en sobrevivir en un hábitat de cambios tan extremos, que todo observador de aves sabrá valorar. Entre este tipo de aves tenemos: el colibrí de Tumbes, el chotacabras de matorral, el limpia-follaje cuellirrufio, el rascahojas capuchirrufa, el totoroi de Watkins, el pitajo de Tumbes, el copetón rufo, la cortarrama peruana y el saltador capuchinegro. Es posible encontrar un total de aproximadamente 250 especies de aves; una buena mañana de observación nos permitirá ver unas 80 especies, siendo posible observar la mayoría de ellas solo en esta región.

Estamos hablando, sin embargo, sobre una actividad responsable, que implique beneficios económicos para la población local. De esta manera, todos podrán contribuir a dar valor a los bosques y a las aves que allí viven, un valor mayor que el de talar árboles para leña, la agricultura o el pastoreo. La región de Tumbes, una de las zonas más ricas y amenazadas del mundo, merece un futuro mejor, tanto para su gente como para las aves y otros animales que allí habitan.

 

El reto es asegurar la conservación de la especie a largo plazo.


Publicado por: Larepublica.pe (Febrero 2016)