REGIÓN PIURA

COLOR Y SABOR DE CATACAOS

 

A quince minutos de la capital regional, el poblado de Catacaos espera a los visitantes con los brazos abiertos: buena comida, bebidas tradicionales, gente amable, lograda artesanía en paja toquilla y cerámica trabajada con técnicas ancestrales. Y por si fuera poco, una encantadora filigrana en plata.

 

 

En Catacaos, la plaza de Armas luce la monumentalidad de su iglesia, San Juan Bautista, un reconstruido tesoro arquitectónico que data de 1547. No soy un dechado de devoción ni pretendo serlo, pero me gusta respirar esa singular atmósfera que se percibe en los templos. Tienen que entrar a este, les aseguro que quedarán asombrados ante
las enormes pinturas que, literalmente, cuelgan de su gran techo. Para no perdérselas.

Tejiendo el arte

El enorme territorio peruano está lleno de estelas históricas que marcaron cada sociedad, cada pueblo, cada época. Y acá, en Catacaos, la historia ha dejado un legado digno
de admirar, con la herencia de los tallanes, los otrora señores de estas tierras, que la habitaron allá por los lejanos años de 1000 a 1500 d.C., con Narihualá –a diez minutos en
auto– como su capital.

Además, hay un valor agregado: el admirable arte manual que distingue a las mujeres del lugar, las que dominan el tejido de la paja toquilla. De ley, visitar Catacaos y apreciar,
por un lado, la herencia dejada por la sociedad Tallán en su gran complejo arqueológico y, por otro, la maestría de sus
artesanas.

Doña María Sosa sonríe mientras labora. A ella le gusta, le encanta lo que hace. Y sigue sonriendo. Comenta que la destreza en el tejido de la paja toquilla le viene de sus ancestros. “Mi mamá me enseñó; y a ella, mi abuelita; y a mi abuelita, mi bisabuelo...” ¿Su bisabuelo? Pensé que era un arte dominado por mujeres. “Es que, antiguamente, los varones también tejían, pero ya lo han dejado y ahora es una labor más que todo de las mujeres”, explica, mientras teje un sombrero.

Más allá, sus hijas, que también sonríen, están en todo el proceso de coloreado de varios manojos de paja, que luego se convertirán en canastos para el pan. Así como doña María, en Narihualá y sus caseríos las artesanas se han asociado porque saben que, empujando el carro en grupo, se avanza más rápido que haciéndolo cada una por su lado. Las asociaciones, como Virgen del Perpetuo Socorro y Virgen de la Puerta, participan activamente en ferias y eventos, mostrando sombreros, canastas, utensilios varios, todos finamente entretejidos. Así, logran que más y más gente se decante por el arte que emerge por obra y gracia de sus ágiles manos.

Dejamos en plena labor a doña María y sus paisanas. El sol ya pasó el mediodía y sencillamente abrasa. Es necesario un refrescante ‘clarito’ –chicha de jora medio dulce– para hidratarse. Y si es bebido en pote, mejor. Aprovechamos para almorzar en una de las famosas picanterías cataquenses.

No espero y devoro un generoso seco de chabelo, el plato emblema de Catacaos, una fusión gastronómica a base de plátano desmenuzado, carne seca deshilachada y macerada en chicha de jora, acompañado por la infaltable canchita y, cómo no, de más ‘clarito’.

Legado en arcilla

Con el paladar satisfecho y previo descansito, toca ir hacia el norte del pueblo. A unos kilómetros se ubica el anexo de Simbilá, otro rinconcito donde el arte se despliega fecundo. Pero acá es la arcilla el ingrediente que permite la creación de sus interesantes obras, usando una antigua técnica que asombra por la perfección lograda en cada una de ellas. Si en Narihualá el arte es regentado por las mujeres, en Simbilá son los varones los depositarios y herederos, en este caso, de arte de la alfarería.

Aquel sonido monótono, como de palmaditas, invade el ambiente. A la vera de la carretera está la Casa del Alfarero y aquel sonido, que proviene del interior, es justamente causado por esa técnica ancestral, originaria de los antiguos tallanes y que todavía se mantiene en Simbilá.

En pleno paleteo, singular nombre de la original técnica, encontramos a José Santos, maestro alfarero que elabora un gran jarrón para chicha. “Desde chicos aprendemos. Al principio solo miramos y luego nuestros padres y abuelos nos van enseñando cómo hacer, ya sea vasijas, cántaros, vasos, ollas y demás utensilios y objetos”.

Busco algún torno, un molde. Pero, no. Eso no existe en Simbilá. Pregunto y José, junto a sus compañeros, ríe. “Nosotros no usamos torno ni moldes, todo lo hacemos al cálculo, usando el paleteo”. Para mi acrecentada sorpresa, uno de ellos coge una porción de arcilla y, con destreza, la va transformando en una olla, sin máquinas ni matrices, usando solo sus manos y una tosca madera con la que va golpeteando la arcilla, dándole forma y logrando una obra de perfecta factura. Yo, simplemente, contemplo en estado de asombro total.

Van pasando las horas y el anochecer se asienta. La temperatura se hace más fresca, sin dejar su calidez. Degusto en la cena una cachema frita con lentejitas, acompañado, como siempre, de mi humeante taza de café. ¿Recuerdan lo de Catacaos, Capital Artesanal de Piura? Díganme si, después de recorrer estos dos lugares, no hay razón suiciente para denominarla así. Por supuesto que sí, las razones sobran. Ahora, en mi agenda viajera, agrego este nuevo destino y mis deseos de volver a caminar estas tierras, de mítica herencia tallán, solo esperan una siguiente oportunidad.

De paseo

➔ Por vía aérea, de Lima a Piura se llega en una hora y 30 minutos. Por vía terrestre, hay alrededor de 18 horas de recorrido. De Piura a Catacaos son 15 minutos en auto.

➔ Lleve en el equipaje de mano un bloqueador solar de alto grado, agua fresca y ropa ligera. El calor del norte es generoso y abrasador.

➔ Antes de viajar, revise información en la página web del municipio: www. municatacaos.gob.pe/ turismo. La oferta de operadores turísticos locales es amplia.

Las joyas piuranas

El pueblo de Catacaos también es reconocido por las joyas elaboradas en filigrana de plata. El viajero puede visitar los talleres en el centro artesanal que se ubica muy cerca de la plaza de Armas.

No deje de recorrer el tradicional jirón Comercio, la calle más famosa del pueblo, con sus viejas casonas que conservan el señorío de antaño. La mayoría de estas casonas se
han acondicionado como tiendas, donde se vende todo tipo de artesanía en paja, plata o arcilla.

Hágase un tiempo para visitar las chicherías, templos de elaboración de la famosa chicha de jora. Pida una generosa jarra de la mejor chicha y acompáñela con platillos marinos: ceviche de cachema y un rico aguadito de cabrillón.


Publicado en El Peruano - Lo Nuestro el 13 de enero del 2016