COSECHA COLORIDA

 

La amazonía sella con toda su vitalidad la obra de los pintores boras Darwin y Elmer Rodríguez Torres. Artistas autodidactas, ambos nutren su creatividad con los mitos y las costumbres de la comunidad de Brillo Nuevo.

 

 

Pamela Portillo

 

E n las entrañas de la selva, en la quebrada Yahuasyacu y a cuatro horas del distrito de Pebas, se levanta la comunidad de Brillo Nuevo. En el mapa, Pebas pertenece a la provincia de Mariscal Ramón Castilla, región Loreto, a un paso de la frontera con Colombia y Brasil.

Desde Iquitos, llegar a Brillo Nuevo es una tarea para valientes. Primero hay que viajar en lancha hasta Pebas en apenas… ¡24 horas! Y después, cuatro horas más surcando el río Ampiyacu en peque peque.

En Brillo Nuevo nacieron los artistas plásticos autodidactas Darwin y Elmer Rodríguez Torres. Ambos hermanos pertenecen a la comunidad nativa bora y desde allí dieron el salto, con sus pinturas, a Iquitos y Lima.

Los motivos en los cuadros de los Rodríguez Torres son las costumbres y conocimientos del pueblo bora. “Me inspiro en las tradiciones de mi pueblo, en su danza, sus alimentos, sus diseños en el cuerpo. Obtengo temas para mis obras conversando con los abuelos en la maloca, con el curaca; ellos tienen mucho conocimiento, comparten conmigo, y yo lo plasmo en la pintura”, explica Darwin Rodríguez.

Seres espirituales

En los cuadros de la exposición Dos hijos del pueblo Bora –que estará abierta al público hasta el lunes 27 en el Museo de la Nación– se ve relejado parte del universo bora. Las obras incluyen elementos de la naturaleza y también seres espirituales, todos ellos forman parte de las narraciones orales que se transmiten de generación en generación en la comunidad nativa.

Para Darwin Rodríguez, La madre de la cocha es una de las pinturas mejor logradas. “La cocha es una laguna habitada por peces. Cuando vas a la cocha tienes que llevar tu coca, tu ampiri, tu tabaco. Es normal que los hombres lleven eso para ser protegidos. Entonces, cuando ellos van a la cocha tienen que pedir permiso a la madre de la cocha con un pequeño ritual con las plantas, tienen que pedirle permiso para cosechar sus peces, pues pudiera molestarse. Son espíritus que están en todas partes de la selva”.
“Tenemos un profundo respeto a la naturaleza, además debemos cuidarla para que no se acabe, puesto que ya no pudiéramos tener más peces. Los peces en la cocha son mayormente la carachama y el boquichico”, añade.

En otro de sus trabajos, Las tres hijas de la boa, Darwin desarrolla un mito de la selva. “Ellas eran las tres hijas del curaca que pertenecían a los clanes de la boa. En la selva nos agrupamos por clanes; yo pertenezco al clan del guacamayo. Ellas eran doncellas de 15 años. Un hombre sabio se enamoró de ellas y, para conquistarlas, ideó un plan: hacerse habilidoso en las tareas de la pesca, el campo y la caza; debía ser activo, luchador, trabajador. Así quería conquistar a las jóvenes y lograr la aprobación de su padre, el curaca.

Tiempo después, el curaca hizo una fiesta en la maloca y entregó a sus tres hijas a este joven trabajador. Pasaron los años, el curaca envejeció y el joven ocupó su lugar”. El artista sostiene que muchas de las danzas y fiestas de su comunidad merecen plasmarse en obras de arte. La fiesta del pijuayo es una de ellas. El pijuayo es un fruto redondo con el cual se hace una chicha similar a la de jora que se toma en el norte. “Se podría decir que es la chicha de los bora. Está fiesta se realiza en mayo, en el tiempo de cosecha”.

Hacerse uno mismo

“Como pintor, soy costumbrista –acota–; transmito el mensaje en forma directa y el público ya sabe quién es el artista detrás de la obra, reconocen mi estilo: los mismos colores, los mismos movimientos del cuerpo, los mismos diseños. Se va sellando, pues, un estilo reconocido”, expresa con agrado.

“La diferencia con otros artistas está en los colores que uso; el estilo que impregno a cada una de mis obras es lo que me diferencia de otros artistas académicos porque yo soy autodidacta, no estudié en ninguna academia”.

Ahora Darwin Rodríguez tiene el reto de seguir difundiendo su obra y llevarla a más provincias. Uno de sus objetivos de corto plazo es presentarse en la feria artesanal de Piura; además está siempre latente la posibilidad de exponer en el Cusco con el apoyo del Ministerio de Cultura. La cosecha de colores promete ser fructífera.

 

Publicado en El Peruano, 24 de junio del 2016