LA MATANZA DE LOS INOCENTES

Conversamos en exclusiva con Gabriel Prieto sobre el sorprendente hallazgo de 140 niños sacrificados.

JULIO LIRA SEGURA

Eran días de lluvias interminables. El agua parecía cubrirlo todo y en el enorme desierto se formaba capas de barro que llegaban prácticamente hasta el litoral. Entonces se llevó a cabo el macabro ritual. Niños traídos de todos los confines del imperio fueron reunidos en la ciudad de ChanChan y los prepararon para el sacrificio.

Sus cuerpos casi desnudos, apenas cubiertos por taparrabos, fueron untados con cinabrio, un mineral tóxico que enrojece la piel, y que era extraído de las minas de Huancavelica.

Luego fueron divididos en dos grupos, y los obligaron a marchar por el desierto, acompañados de 200 llamas jóvenes, de no más de un año de edad. Cada cierto tiempo, la silenciosa caravana se resistía a avanzar. Después de caminar más de un kilómetro y medio, la procesión se detuvo en una especie de colina, cerca del acantilado. Desde ahí se podía mirar el horizonte enturbiado por las tormentas.

En ese lugar, los chimús dieron inicio a la espeluznante ceremonia. Para que el diluvio se detuviera, todos los niños y las niñas debían ser ofrendados a los dioses.

En el 2011, cuando se realizaban excavaciones en un banco de arena cercano a Chan Chan, en una zona conocida como Huanchaquito- Las Llamas, unos trabajadores dieron la primera señal de alerta. Debajo de las dunas había formado una costra de barro de donde sobresalían unos brillantes cráneos humanos. El joven arqueólogo Gabriel Prieto llegó rápidamente al lugar. Ni siquiera sospechaba lo que iba a encontrar. Con la ayuda de las autoridades de la Municipalidad de Huanchaco y de la Dirección Desconcentrada de Cultura, tramitó los permisos para excavar en este humilde sitio arqueológico -rodeado de urbanizaciones- y decenas de pequeños esqueletos de humanos y de camélidos empezaron a salir a la luz.

Todos los restos tenían un mismo patrón: las costillas estaban abiertas por el esternón mediante un corte perfecto. A todos, además se les había extraviado el corazón. Las llamas, enterradas en las mismas tumbas, habían sido sacrificadas de la misma manera.

Han pasado siete años y ahora Gabriel Prieto, convertido ya en explorador de la National Geographic, puede hacer el anuncio definitivo. Después de someter los restos óseos y las telas de los taparrabos encontradas alrededor de ellos a la datación de radiocarbono y a diversos estudios isotópicos y de ADN, pudo concluir que estos infantes murieron un día de 1450, durante el máximo esplendor de la cultura Chimú. Eran 70 niños y 70 niñas de distintos pueblos sacrificados en un mismo ritual. Ayudado por el arqueólogo John Verano, también ha podido determinar que todos tenían un rango de edad entre los cinco y 14 años, con una media de ocho a 12.

"Aunque se sabía de sacrificios individuales de niños en los nevados, este es un hallazgo sin precedentes en la arqueología peruana", anuncia. "Nunca nos imaginamos que podía existir algo así: 140 niños matados en un mismo momento, junto con 200 llamas jóvenes que entonces eran animales sagrados. Es un ritual que cambia completamente la idea que teníamos de los chimús, que usualmente eran vistos como un pueblo ecológico que decoraba sus templos con pececitos y aves", agrega.

¿Por qué los chimús realizaron este sacrificio? "Esta es una terraza marina -explica Prieto-, como el acantilado de la Costa Verde pero mucho más baja. Los cuerpos han sido hallados debajo de un banco en arena en una capa de barro sedimentada que nos hace pensar que en el momento del sacrificio la zona estaba inundada por las lluvias. Justamente, en esta capa ha quedado las huellas de los pies descalzos de los niños y de las sandalias de quienes los ajusticiaron. Se ven los pasos de un grupo que venía de sur a norte, y de otro que venía de norte a sur. Y también podemos ver las huellas de los animales que se resistían a morir. Es como si toda la escena hubiera quedado congelada en el tiempo".

Prieto, quien ha estudiado en la Universidad de Trujillo y luego en Yale, compara estos sacrificios con los practicados por los aztecas en México. "Ellos solían ofrendar a niños al dios de la lluvia y creían que el llanto de las criaturas satisfacía a la deidad". Sobre la presencia de las llamas, cuenta que en los mitos de Huarochirí se narra cómo estos animales tenían la capacidad de predecir los diluvios. Incluso hasta hoy, en la sierra central y sur, se sacrifica una llama adulta, a la que se le extrae el corazón para luego quemarlo con el fin de propiciar las lluvias. "Nosotros pensamos -precisa el arqueólogo- que aquí hubo un ritual inverso: si las llamas adultas favorecían las lluvias, las jóvenes las aplacaban".

Las evidencias hacen suponer que ante un catastrófico fenómeno del El Niño, los chimús se vieron obligados a cometer un acto tan cruel: entregar la sangre de 140 infantes a sus índoles dioses.

Publicado en El Comercio, 6 mayo del 2018.