¿Qué hago con mi invento?

Por América Económica

Cuando el Dr. Elías Hermida, en Ciudad de México, logró sanar a su potranca de un problema a su rodilla, nunca se imaginó que estaba en frente del nacimiento de un excelente negocio. Y no en la industria ecuestre, sino en la farmacéutica humana: su medicamento era capaz de regenerar ligamentos perdidos o dañados en las personas. Hoy, con 26 años de atraso, este médico traumatólogo está en plena negociación con un laboratorio europeo para venderle la licencia de su producto. Y, obviamente, sacar su tajada.

Pero nada de eso sería posible si no hubiese patentado el hallazgo. Tras la experiencia, Hermida –quien trabaja en su consulta particular junto a su hijo y otro socio– está decidido a inscribir como suyo cuanto fármaco descubra en sus investigaciones. Ya está en proceso de patentar un método de cirugía a la columna menos invasivo que los normales y el instrumental diseñado para realizarlo, también de su creación.

Como Hermida, muchas pymes desarrollan productos y procesos, pero no saben qué hacer con ellos. Así, en vez de registrarlos, los muestran en alguna feria internacional o empiezan a buscar a alguien que se los fabrique, con el riesgo de que un inescrupuloso los “copie”. “Antes de mostrarle un invento a cualquiera, hay que protegerlo”, enfatiza Alejandro Klecker, CEO de Clarke, Modet y Co., una compañía española que se dedica a asesorar a pymes en materia de innovación –y que trabajó con el Dr. Hermida–.

Hay que saber que “con el mero hecho de publicarlo en una revista científica o un paper universitario, la empresa renuncia a un derecho de propiedad en cualquier parte del mundo”, agrega.

Ya sabe, entonces, la primera regla de oro: no contarle a nadie. Luego, investigar si alguien se adelantó. Existen acuerdos internacionales que regulan el tema. Según éstos, no se puede patentar cualquier cosa. Debe ser algo nuevo, no puede estar en el comercio, en una publicación o en otra solicitud en trámite. “Mucha gente llega convencida de que tiene algo que nadie más ha hecho y se sorprende al ver que ya existe”, sonríe Arturo Covarrubias, abogado especialista en el tema del estudio de abogados Silva y Cía, en Santiago.

Lo segundo. Lo creado debe tener cierto nivel inventivo. Es decir, con modificar una pequeña parte de un invento se genera algo nuevo, pero no necesariamente algo patentable. Y en tercer lugar, tiene que ser útil, es decir, tener una aplicación industrial.

Para verificar que lo creado no existe en otra parte hay motores de búsqueda internacionales con acceso a las oficinas de registro de Estados Unidos, Europa y Japón. Si no encuentra su invento ahí, puede pensar en patentarlo, comenzando por la oficina de propiedad intelectual de su país. El trámite no es excesivamente complicado y las leyes son muy parecidas en todas partes. Pero hay que darse paciencia. Según los cálculos, en Estados Unidos, donde el proceso es rápido, puede demorar tres o cuatro años. En otras latitudes, hasta seis. Insista.

Pero quizá lo más importante es que las patentes sirven para ganar dinero. Técnicamente, son la concesión de un monopolio por parte del Estado para el uso de un producto. Lo que significa cobrar derechos y royalties a quien lo utilice. “La estrategia indicada es dar un artículo en licencia para un tercero, para que lo use y yo le cobre una regalía, que normalmente se expresa como un porcentaje de ventas”, explica Carlos Silva, gerente de Servicios Financieros de PricewaterhouseCoopers, en Ciudad de México.

Los trámites no son gratis, es cierto, pero un producto tendría que ser muy malo para no recuperar el dinero en los 10 años que dura normalmente su derecho de explotación. “En todo su trámite, mi patente debe acumular gastos por alrededor de US$ 50.000, pero las ofertas para la compra de derechos y licencia sobrepasan con mucho esa cantidad. Y a eso hay que sumar los royalties, que no se pueden calcular”, dice el Dr. Hermida.

El empresario chileno Fernando Oyarzún también sabe de ganancias. Ideó un código de señalética mediante flechas de colores verde y rojo para reemplazar los clásicos letreros de “tire” o “empuje” en puertas de acceso a lugares públicos. La ventaja del “semáforo de puertas” es que se ve a cinco metros y rompe la barrera del idioma. “Lo tuve cinco años en el congelador, porque lo encontraba tan simple que no creía en él”, dice. Pero en 2006 se acercó a Silva y Cía., firmó un acuerdo de confidencialidad y se dio cuenta de que nadie había hecho algo parecido. Lo patentó en Chile y pidió a una de las empresas que elaboran tarjetas de crédito que le fabricara varios cartones. Los llevó a la Mutual de Seguridad, que asesora en materia de prevención de riesgo a empresas, que le compró 40.000 para sus oficinas y lo va a implementar en varios de sus afiliados. Además, está negociando con las tiendas de mejoramiento del hogar de Falabella y Cencosud.

Ahora se encuentra de viaje por Estados Unidos y Canadá, conversando con empresas como 3M y hoteles Dupont para comercializar su producto masivamente. Tiene un presupuesto de unos US$ 500.000 para patentarlo en unos 50 países. En Chile, cada tarjeta se puede comercializar en US$ 6. “Pero todavía no sé en cuánto se pueda vender acá”, reconoce desde Canadá. En todo caso, su margen es altísimo, comenta.

También hay que saber en qué países patentar un invento. Con el solo hecho de elevar la solicitud, el autor es reconocido como tal en todo el mundo. Pero eso no quiere decir que nadie más pueda usarlo, ya que la concesión de la patente se entrega en un determinado país. Por eso, una tarea fundamental para el empresario es ver en cuántos y en cuáles le conviene tramitarla. “Por ejemplo, si alguien descubre una mejora para la industria de los salmones, va a patentar su uso en Chile, Noruega, Finlandia y otros, pero para qué lo va a pedir en Suiza”, apunta Covarrubias.

Es lo que hizo el empresario chileno Samuel Santa Cruz, gerente general de Agroindustrial Santa Cruz: inventó un sistema para colgar los peces por su cola y desangrarlos sin necesidad de contaminar a las aguas. Antes gastaba cerca de US$ 25.000 al mes en depurar residuos líquidos y hoy sólo gasta US$ 5.000. Un ahorro de más de US$ 200.000 anuales para una inversión cercana a los US$ 100.000 (y con ayuda del Estado). Lo patentó en Chile, Escocia, Noruega, Estados Unidos, Canadá, entre otros países, con la esperanza de licenciarlo.

Un caso de antología para no imitar es el del brasileño Nélio Nicolai. A fines de los 70 creó el primer identificador de llamadas en telefonía. Lo patentó en Brasil, pero el “callerID” fue registrado en Canadá y en Estados Unidos por otras compañías. El invento es suyo, claro. Pero lo explotan otros.

Ahora, si quiere patentar un software, olvide todo lo anterior. Porque por razones históricas un poco absurdas, los programas informáticos fueron puesto por una convención internacional en 1960 bajo la tutela de los derechos de autor (salvo en Estados Unidos y, en algunos aspectos, en Alemania, donde forma parte de la propiedad industrial) junto con las obras de arte y musicales, que no tienen que cumplir con los requisitos de las patentes (claro, a un poema no se le exige que solucione un problema). Eso, a menos que esté asociado a otro invento, como una computadora que fabrique pan.

Finalmente, si Ud. piensa que en toda su vida como emprendedor no ha generado nada patentable, no se desanime y siga trabajando. La verdad es que, según los especialistas, el golpe de suerte casi no existe. “El tipo que descubre un proceso maravilloso en su misma empresa se cuenta con los dedos de una mano”, dice Covarrubias. En los países desarrollados, cuando tienen una necesidad, las empresas acuden a las universidades para que éstas investiguen y le den una solución. Pero en América Latina el asunto no funciona así. “Las empresas tratan de descubrir las soluciones ellas mismas”. Y por eso mismo es raro que lo logren.

Dentro de la propia compañía también hay mucho que hacer. “En las pyme falta mucho para formalizar un adecuado proceso de invención”, diagnostica Eric Martínez Herrera, gerente de la práctica de Mejora del Desempeño de PriceWaterhouseCoopers en Ciudad de México. “Primero tiene que haber una generación de ideas. Y una vez que se generan, deben existir filtros para reafinarlas, como comités. Y luego se pueden hacer desarrollos”. Pero la verdad es que han avanzado: hace un par de décadas las compañías se fijaban más en cuidar costos y operar eficientemente que en su mercado. “Hoy saben que los mercados son cada vez más fragmentados y que hay muchas oportunidades para sacar nuevos productos”, concluye. La tarea es aprovecharlas…inventando.

Fuente: www.americaeconomia.com