¿Economía perfecta tiene mala suerte?

 

Estamos indudablemente ad portas de una crisis económica general. El crecimiento ininterrumpido durante los años recientes y el orden institucional y los valores que lo sustentan se habían convertido en una normalidad benévola que ahora tendemos a verla como afectada por irresponsabilidades ajenas. En esta forma de expresarnos, el lenguaje que usamos puede traicionarnos de diversas maneras que tienen consecuencias prácticas en el momento de proponer soluciones.

La crisis no es meramente externa y no nos cae como si fuera un huaico imprevisto, como una accidental mala suerte. En el Perú, como en Estados Unidos de NA, han habido promotores aplicados y hemos disfrutado de los beneficios de maneras de crecer insostenibles. El Perú no era perfecto antes de la crisis y la tarea hoy no es simplemente sostener lo más posible el crecimiento, ojalá que lo logremos, sino descubrir otras maneras de seguir creciendo. Es el mensaje permanente del Foro Social Mundial: otro mundo, mejor, es posible.

No podemos actuar como si antes de ser afectados por la crisis muchísimos peruanos y peruanas no vivieran en ella, como si no hubieran aspectos y factores de la crisis que sufrimos que son propios del país, como si no hubieran cómplices nacionales en el endiosamiento de la codicia al punto de copiar escrupulosamente buena parte de la institucionalidad que les sirve de sustento y legitimidad y, se suponía hasta hace poco, de autorregulación.
Tras tanta tinta sobre la globalización, no podemos seguir pensando como si los países fueran piezas autonomizables a voluntad, como si, a nuestra escala, no hubiéramos estado involucrados en la generación de la crisis y sido beneficiarios acríticos del tipo de bonanza que la ha producido. Tan cierto es que el epicentro es externo como que somos parte indesligable de una totalidad. Debemos aprovechar nuestros márgenes de acción autónoma, pero ser conscientes de los límites y oportunidades que resultan de la globalización. No hay salida autarquista y sin mercado, pero tampoco aperturista y exclusivamente mercantil.

La utilidad de recordar lo anterior es doble. Por un lado hay que aprender a evaluar todo desde la perspectiva de las condiciones de vida y oportunidades de las personas en concreto. Por otro, es en las crisis, cuando no hay recursos para financiar las viejas y discriminatorias maneras de atender los requerimientos de empleo adecuado, de la salud, de la educación y de la seguridad social, que es imprescindible buscar nuevas maneras de hacer las cosas. En ese sentido es que las crisis son momentos de oportunidad, cuando lo cualitativo entra en la escena porque lo meramente cuantitativo muestra su insuficiencia incluso en las bonanzas.

Si tomamos en serio que las crisis son también oportunidades, debemos evaluar las crisis como posibilidades de revertir no solo retrocesos sino también ciertas normalidades perversas desde un punto de vista mínimamente humanista. Son estas las que no llegan con las crisis sino que ya están instaladas antes de ellas, generalmente institucionalizadas e, incluso, subjetivamente interiorizadas, tanto por los débiles como por los poderosos, y por eso aceptadas como normales o como mal menor. Las crisis son una oportunidad para volver a mirar de manera más profunda la realidad. Hay que mirar lo que cambia para peor, pero también lo que no cambia, lo que ha demostrado sus límites en las buenas y agrava las crisis de las familias en las malas. La economía peruana no era perfecta antes de la crisis.