El curioso caso del señor Aicrag

A fines del siglo XVIII, en medio de una sociedad y economía incipientemente industrial, compuesta básicamente de medianas y pequeñas empresas manufactureras, Adam Smith publica su obra más conocida, La riqueza de las naciones. Entre sus muchas afirmaciones notables en esta obra, hay una que nos interesa mencionar: “En verdad, las naciones más opulentas superan a sus vecinas tanto en agricultura como en manufactura; pero, por lo general, se distinguen más por su superioridad en la segunda que en la primera”. Esa conclusión acertada ha guiado la acción de los países hoy industrializados. Es mejor producir maquinaria que materia prima, pues cuanto más se produzca de la primera con respecto a la segunda, más “opulento” será el país.

Desde el lejano tiempo de Smith también sabemos que la capacidad productiva de los trabajadores se incrementa con la división del trabajo, pero que esta está limitada por el tamaño del mercado. La conclusión a la que llegaron los países, desde esa época, fue la de cuidar y ampliar el mercado interno, pues de su crecimiento dependía el aumento de la productividad del trabajo y el crecimiento de la economía. Esta preocupación por el mercado interno hizo posible las economías de escala y el incremento de la eficiencia que les permitió ganar competitividad y conquistar los mercados mundiales.

Desde por lo menos comienzos del siglo XX se conoce que una distinción analítica importante para entender el funcionamiento de la economía mundial es la de “centro-periferia”, que por lo menos indica que lo que es bueno para el centro puede ser malo para la periferia. Desde la misma época también se sabe que la estructura productiva de países como el Perú (exportadores de materia prima) los vuelve vulnerables al deterioro de los términos de intercambio (por la caída de la demanda de los países centrales). La conciencia de esta vulnerabilidad condujo, a muchos países, a regular la producción de materias primas para asegurar que, en los tiempos buenos, también el Estado obtenga beneficios significativos.

Desde hace más de 50 años se sabe que la unión de países pequeños similares es la mejor forma para negociar con países grandes, pues la evidencia mostraba que en negociaciones asimétricas pierden los pequeños.
Como ocurre hasta con un reloj que gira en sentido contrario, que por lo menos una vez al día se encuentra con la hora correcta, el señor Aicrag, en su primera aparición, pareció estar acorde con los tiempos…aunque no lo estuvo.
Cuando ocurre su segunda aparición, el reloj del señor Aicrag ya giraba en sentido contrario. En vez de promover la producción industrial, escribió encendidos artículos en los que defendía la explotación de materias primas, llamando “perros del hortelano” a quienes pudieran oponerse a ella. En su opinión, la producción de materias primas era el camino al desarrollo, pues el precio de estas continuaría subiendo indefinidamente.

Con respecto al mercado interno, consideró que desarrollarlo y defenderlo era un ejercicio inútil y contraproducente y que el esfuerzo por mejorar la productividad tenía que venir de afuera, en la forma de empresas extranjeras gigantescas que competirían con pequeñas empresas nacionales.
La realidad se ha movido en otra dirección. El pensamiento de Aicrag ya no pertenece a este siglo. Quienes lo conocen, amigos suyos al fin, cuentan que en uno de sus viajes por el lejano oriente un filósofo desconocido, que él consideró muy calificado, lo convenció de que el secreto de la perdurabilidad se encontraba en el retroceso permanente, pues había que contrarrestar a las fuerzas del avance que conducían al olvido. Este fue el argumento que lo convenció.