FMI

Jacqueline Vargas*

La mayoría nos sorprendimos que, después de la reunión del G-20, el Fondo Monetario Internacional (FMI), cual Ave Fenix, renacía con tales poderes y recursos destinados a encontrar instrumentos que impidan, en el futuro, se repitan los acontecimientos financieros que han puesto en tela de juicio todo el esquema económico y facultades extraordinarias para regular los paraisos fiscales, salarios de los banqueros, endurecer la normativa para aumentar la supervisión de fondos de inversión y de agencias de calificaciones. El punto es si realmente esta decisión del G-20 ha sido acertada y si al final del camino entregará algo sólido al respecto.

En realidad, tenemos dudas al respecto, puesto que no creemos que el FMI pueda actuar como un ente técnico más que político, y más cuando durante la última década su presencia en el mundo ha ido difuminándose, precisamente por su autismo ante la cambiante realidad en el planeta, de su voz otrora poderosa no quedaba un susurro y mucho menos en el momento más crítico de la reciente crisis global. ¿Será capaz, entonces, de comprender a este mundo disléxico? Donde el mercado y la tecnología han corrido con a la velocidad de la luz, mientras que la política va en carreta; y que hay más países con resistencia identitarias frente a la globalización, con tal complejidad que impiden, una comunicación minima de concordancias. En consecuencia, los problemas de hoy no pueden centrarse exclusivamente en soluciones de mercado, tienen que considerar de manera relevante además otros temas básicos, como el cambio climático, el agotamiento de la energía de los hidrocarburos fósiles, los límites ecológicos del planeta, entre otros.

Una reforma del sistema financiero en general resulta importante, pero debe considerarse trabajos avanzados por otros organismos como el Acuerdo de Basilea I y II, que muchos países los han adoptado y aplicado, pero que, irónicamente, Estados Unidos de América se resistio a considerarlo como parte del marco regulatorio y d supervisión, y ya vimos el resultado; acaso no sería más lógico y eficiente que el FMI los tomara como referencia y a partir de ello elaborase los parámetros necesarios para la reforma regulatoria y supervisora?

El FMI debería considerar estas y otras experiencias para efectuar sus reformas regulatorias. Lo malo de todo, es que el resultado de cualquier reforma regulatoria sólo se verá en la siguiente crisis. Allí recién podremos decir si se cumplió con los objetivos planteados y si fue una reforma que buscó la prevención primacia de criteríos técnicos, con un mínimo de racionalidad y objetividad, tomando en consideración todo el bosque y no sólo una parte de él.

*Abogada

Publicado en el diario “El Peruano” el 23 de Abril de 2009