¿A quién le importa?

Por Patricia Teullet*

Analistas serios de diversas áreas, lo mismo que los "opinionólogos" (esos que, sabiendo o no, igual van a opinar sobre cualquier cosa que se les pregunte -y también cuando no se les pregunte-), se esmeran en desgranar el contenido de cada mensaje presidencial o ministerial. Hacen interpretaciones que siempre van más allá de lo evidente (y por supuesto muchas veces lo contradicen), buscando la "segunda derivada" de cada frase: "Si dijo lo que dijo, en realidad lo que quiso decir fue... Y eso significa que...Por lo tanto, no quiso decir lo que dijo, sino precisamente lo que no dijo."

Salvo en casos extremos, en los que se espera anuncios sobre medidas económicas concretas (y dramáticas), o cambios políticos radicales, y fuera de aquellos que necesitamos material para escribir o llenar horas de programas radiales o de televisión, ¿habrá alguien a quien realmente le interese el contenido de los mensajes? O, más aún, ¿tienen estos discursos alguna relevancia respecto de las acciones que realmente piensa llevar a cabo el gobierno y que son las que tendrán influencia sobre nuestas actividades?

A pesar de estar bastante gastado en estos días, voy a utilizar el ejemplo más claro de lo poco importante que son los discursos frente a los hechos. El vergonzoso fracaso de la reconstrucción de Pisco: grandes anuncios y hasta gestos grandilocuentes, como la mudanza del entonces ministro de vivienda, Garrido Lecca, para dirigir personalmente la reconstrucción ha terminado en evidenciar la misma incapacidad de siempre.

Por eso (y por muchas cosas más), es que se da el desprestigio de la clase política, desde presidentes, hasta alcaldes, obviamente pasando por congresistas. (Nota: eso de que la mayor parte de la población esté de acuerdo con la renovación parcial del Congreso a mitad del período está siendo mal interpretado. No es que la gente quiera la renovación; lo que está vislumbrando es la oportunidad de librarse de algunos -olvidando que sus reemplazos no necesariamente serán mejores-.)

Saliendo de Wong del óvalo Gutiérrez suelo encontrar a Wagner ("igual que el músico", me explicó cuando se presentó), vendedor de paltas, a quien le compro tres por cinco soles. También tiene duraznos, ciruelas o chirimoyas; el producto depende de la temporada, pero siempre está embolsado y cuesta cinco soles. A veces despacha encima del mostrador del estacionamiento. Él considera que tiene algún derecho a hacerlo porque "Wong es su competencia" y él "estaba primero".

En la esquina de Paseo de la República con 28 de julio, Benigno cambia dólares. También atiende domicilio a sus clientes frecuentes. Con su quinto de secundaria bien acabado, les da consejos financieros y, por supuesto, proyecciones de cómo estará el cambio en los siguientes días. (Sé de algunos exportadores que debieran consultarles.)

César es el encargado de mantenimiento del edificio en el que vivo. En sus horas libres limpia ventanas, lava carros, pinta paredes, encera pisos, arregla fallas eléctricas menores, cambia focos y repara caños que gotean.

Ni Wagner, el vendedor de paltas; ni Benigno; ni César escucharon siquiera el discurso del premier el día de su presentación en el Congreso. Tampoco creo que hayan escuchado el de Alan García. En realidad, poco les importa lo que estos (o cualquier político) digan o dejen de decir.

Lo que si les importa es que la economía esté bien para que más gente requiera sus servicios. Que haya mejores condiciones para que las empresas (grandes y pequeñas) inviertan más y sus hijos puedan encontrar empleo. Que haya más hospitales y mejores escuelas. Que ningun allegado pase años en la cárcel sin juicio ni sentencia. Que sus esposas no sean asaltadas cuando regresan de trabajar y nadie ingrese a sus hogares a robar lo poco que han podido comprar con mucho esfuerzo. No sueñan siquiera con tener auto; se conforman con un sistema de transporte público que les permita trasladarse oportunamente y sin riesgo de su casa a sus centros de trabajo. De los tres, sólo César tiene seguro social y tendrá pensión (está en planilla); los otros dos quisieran poder ser atendidos en caso de enfermedad.

En resumen: importa más lo que se haga que lo que se diga: ¡pero hay que hacer algo!

*Economista

 

Publicado en la revista "América Economía" en la edición N° 17 de setiembre de 2009