El TLC con EE.UU. cuatro años después

 

Pablo de la Flor

Ex Vice Ministro De Comercio Exterior

 

Han pasado cuatro años desde que entró en vigencia el TLC con EE.UU. y los resultados positivos alcanzados en tan poco tiempo han demostrado más allá de cualquier duda las virtudes del marco normativo consagrado en el acuerdo. En efecto, durante este periodo de tiempo los intercambios comerciales bilaterales se han duplicado, desempeño que se presenta como particularmente notable considerando la crisis que viene golpeando a la economía norteamericana. Desde esa perspectiva, el TLC ha servido para blindar a nuestros exportadores de los vaivenes en el ciclo económico estadounidense, profundizando y dándole estabilidad y permanencia a las preferencias comerciales de las que somos beneficiarios.

No menos importante, el acuerdo nos ha permitido incorporar un elemento de simetría en la relación comercial que antes no existía. Recordemos que la vigencia de nuestras preferencias anteriores (ATPDA) estaba sujeta a la voluntad política del Congreso estadounidense que debía renovarlas periódicamente. Igualmente relevante, el acuerdo incorpora mecanismos de administración y gobernanza que fortalecen y dotan de mayor predictibilidad a la relación y contribuyen a construirla sobre bases más solidas y horizontales.

Otro de los aspectos relevantes del acuerdo tiene que ver con la incorporación de disciplinas de avanzada cuya aplicación trasciende el ámbito propiamente bilateral. Me estoy refiriendo no solamente a la adopción de prácticas aduaneras orientadas a facilitar el comercio (despacho rápido, certificados electrónicos, entre otras); sino también a la implementación de medidas que han servido para fortalecer la protección de los derechos laborales y el cuidado del medio ambiente, aspectos que por primera vez nuestro país incluía en una negociación. La normatividad legal desarrollada sobre la materia en nuestro país se desprende directamente de los compromisos adquiridos en el acuerdo.

De otra parte, cuatro años de implementación han sido suficientes para demostrar los primeros avances en lo que respecta al tratamiento de los temas sanitarios y fitosanitarios, vitales para el crecimiento sostenido de nuestras exportaciones agrícolas no-tradicionales y el acceso real de nuestros productos al mercado norteamericano.

Para entender la verdadera significancia de este acuerdo hace falta ir más allá de los guarismos comerciales. Y es que el TLC con EE.UU. marcó un hito trascendental respecto del nuevo direccionamiento de la política comercial peruana. Con el acuerdo, nuestro país confirmó su compromiso con los preceptos fundamentales de la apertura comercial y dejó constancia explícita de su apuesta por la integración activa a la economía global. Ello a contrapelo de las visiones críticas que insistían, en el peor de los casos, en el desarrollo endógeno, cuando no en la apuesta por los nuevos esquemas comerciales restrictivos que se venían ensayando en la región.

Además de privilegiar los avances en la apertura unilateral a través de la reducción arancelaria y la activa participación en las tratativas multilaterales al interior de la OMC; la nueva orientación comercial encarnada por el TLC ponía el acento en la negociación de esquemas bilaterales que permitieran asegurar el acceso de nuestros bienes y servicios a los principales mercados del mundo, en reciprocidad y con trato nacional. Ello sin claudicar de la profunda vocación integradora regional que ha caracterizado la actuación del país.

El TLC con EE.UU. estableció el modelo a partir del cual el Perú emprendió la ruta acelerada de negociaciones bilaterales, cuya cosecha abarca a más de 50 socios comerciales y asegura el acceso desgravado de más del 90% de nuestras exportaciones a las plazas más importantes del mundo. Mayor razón para no cesar en esa orientación y abordar negociaciones con otras economías en vías de desarrollo de mayor envergadura y relevancia.

 

Publicado en Gestión el 6 de marzo de 2013