Asu mare

 

Escena.  Carlos Alcántara, “Cachín”, junto a la actriz Emilia Drago, sueña que es un reconocido actor y que es aclamado por sus fans.

 

Federico de Cárdenas.

Al momento en que estas líneas sean leídas es seguro que la película de Carlos Alcántara habrá superado el millón de espectadores en poco más de una semana, un récord que deja atrás a los supertanques de Hollywood (blockbusters) que atosigan nuestra cartelera comercial. Planteemos de una vez la pregunta clave: ¿es esto bueno para el cine peruano? La respuesta es obvia: claro que sí.

Digamos también que si llama tanto la atención es porque, en una cinematografía carente de base industrial como la nuestra, no había ocurrido antes. Pero si comparamos con la cinematografía argentina, por ejemplo, encontraremos que cada año hay en ella una docena de películas que, al superar el millón de espectadores, contribuyen a mantener la industria del cine platense, que produce más de un centenar de películas al año en las que hay una diversidad muy apreciable, que es lo que cuenta.

Pero vamos por partes, pues es necesario que el análisis de lo que es Asu mare como película se distinga del fenómeno social que la acompaña. En cuanto a lo primero la cinta, con guion del hombre de teatro Alfonso Santistevan y realización de Ricardo Maldonado (a quien se debe el corto Perú, Nebraska de la serie destinada a promocionar la Marca Perú), está basada en el exitoso espectáculo del mismo nombre creado en el género de la “stand up comedy” por Carlos Alcántara y que se ha mantenido en cartel por más de cuatro años, siendo visto por decenas de miles de espectadores.

Este show, concebido para (merecido) lucimiento personal de su protagonista, era una buena base y algunas de sus escenas siguen siendo, tal cuales, el núcleo de la película. Otras, las correspondientes al nacimiento, niñez, adolescencia y juventud de Cachín –su personaje– han sido desarrolladas y puestas en escena. El hilo conductor entre unas y otras es la narración en off del protagonista. El resultado es una ilustración, a veces lograda y otras no tanto, de la biografía de Cachín, convertida en historia de aprendizaje y superación personal.

El problema que plantea la películaes que la agresividad verbal y timing gestual y corporal que exige la “stand up comedy” son intransferibles. Por eso la película adquiere un ritmo adecuado cuando es el propio Alcántara quien se interpreta a sí mismo, pero se reduce y achata cuando es “traducido” a equivalentes. La madre lisurienta y expeditiva que inventa con exuberancia verbal Cachín en su show siempre resulta mejor que sus equivalentes Gisela Ponce de León (madre joven) y Ana Cecilia Nateri (madre adulta). Y esto ocurre con buena parte de los personajes, que no logran consistencia propia y dependen de la mayor o menor fortuna de sus caricaturas.

De lo anterior deriva que algunas secuencias funcionen mejor que otras. Por lo general son las que dan algo más de soltura y movimiento a los actores, permitiéndoles pasar del gag o chiste verbal al manejo corporal dentro de situaciones tópicas (el encuentro con los tablistas en la Costa Verde, la fiesta o la escena de la inscripción militar). Es aquí que se materializa el discurso positivo que vehicula el filme, que se ríe de los prejuicios clasistas (el “choleo”) nacionales a fuerza de hacerlos obvios y promueve (un tanto machaconamente) la autoestima personal, el desarrollo en base al propio esfuerzo y la construcción de una sociedad más integrada en la que se respete la diversidad cultural y social, como presenta la secuencia final.

Este análisis de las virtudes y defectos de Asu mare podría seguir, pero hemos de pasar al segundo punto: a lo que significa el fenómeno social que es la película en una cinematografía incipiente como la nuestra, un fenómeno que nos parece intransferible (a no ser que se piense en una seguidilla estilo Rocky) aunque solo sea porque –por matizada que esté– la distancia entre Carlos Alcántara y su personaje no es demasiada. Es verdad que se pueden inventar otras biografías, pero será difícil hallarlas con un show de cuatro años que las respalde, y es una veta que ya viene siendo explotada por la televisión.

Dicho lo anterior, sería bueno que existieran otras películas que alcanzaran el éxito de Asu mare, siempre y cuando no se pretenda hacer de este “el” modelo a seguir por el cine peruano. Una cinematografía requiere de diversidad, es decir de un cine dirigido al gran público y de otro de expresión personal; de un cine que trabaje géneros y otro que trate de comunicar una visión autoral. Ninguno es a priori rechazable, solo hay buenas o malas películas de acuerdo a sus resultados. Eso no lo lograremos con cinco o seis largometrajes al año, sino con veinte o treinta. Es obvio que no estamos ahí. Concluir que porque Asu mare logró un millón de espectadores el cine peruano no requiere de promoción y apoyo de parte del Estado es demagógico e ignorante y pretender hacer de la excepción, la regla. Porque en toda cinematografía deben coexistir películas de gran audiencia al lado de otras más personales y que buscan su público, tal como en estos días –para dar otro ejemplo peruano– ocurre con El limpiador. Ese cine siempre requerirá de apoyo, como ocurre con el teatro, la música erudita, el libro y otras prácticas culturales.

La ficha

Dirección.Ricardo Maldonado.

Guion. Alfonso Santistevan.

Reparto. Carlos Alcántara, Gisela Ponce de León, Ana Cecilia Nateri.

Producción. Perú, 2013.

Duración. 90 minutos.

 

Publicado en La República el 21 de abril del 2013