¿Un Estado fuerte o con fortaleza?

 

José Ricardo Stok

PROFESOR DEL PAD, UNIVERSIDAD DE PIURA

 

La organización social moderna implica la existencia de un Estado que la configure adecuadamente para que los ciudadanos puedan alcanzar el bien común. Para esto, hace falta un Gobierno que actúe positivamente en esa dirección.

Muchas veces se ha hablado de que el Perú requiere un Estado fuerte. Si por fuerte entendemos firme en sus convicciones y en la manera de llevar a cabo sus decisiones y salvaguardar las condiciones necesarias para el correcto accionar de los ciudadanos, respetando su libertad, fomentando la iniciativa individual, la respuesta es un sí rotundo. Lo que no se puede es ser fuerte para cerrar una pequeña tienda porque no entregó una boleta de venta y -por otro lado- permitir que se bloquee una carretera, restringiendo el libre tránsito y poniendo en riesgo la vida de las personas y las propiedades. Antes que fuerte, debe tener fortaleza.

Como decía un gran filósofo y directivo, Carlos Llano: “La fortaleza se mide en primer lugar por la consistencia de las ideas. Las personas sin carácter -los hombres de barro- no deciden; viven en la voz pasiva de los verbos, son manipuladas, determinadas, plasmadas, por las circunstancias. Nada más antipático, sin duda, que una falsa fortaleza, manifestada en una actitud mental intolerante, inflexible, arrogante o dura. Pero también nada más lamentable que un hombre hecho de nata, con el cerebro flojo de una criatura sin contornos, como una ameba, siempre dependiente del medio en que vive”.

Es apropiado tener claridad en qué tipo de Estado queremos. No deseamos uno paternalista que quiera hacer todo por nosotros, o que no nos deje actuar; un Estado incoherente que, con la buena intención de cuidar al consumidor, termine privándolo de posibilidades de elección; uno populista, que sucumba ante los intereses de quienes pataleen, quemen llantas o amenacen. Queremos un Estado justo, eficiente, promotor de desarrollo, un Estado que sepa subsidiar cuando sea indispensable hacerlo, pero que lo haga de manera directa, transitoria y coherente. No se trata tanto de cuál es el tamaño del Estado, cuanto la dirección que este imprima; aunque lo preferimos reducido, con menos ministerios y menos burocracia.

La búsqueda de objetivos de bien común se logra de manera mejor y más eficaz, promoviendo antes que prohibiendo, fomentando antes que restringiendo. El papel del Estado debe ser siempre el de animar la iniciativa privada, impulsando la creatividad en la acción de los particulares; se genera así una sana actitud de competencia que beneficia a todos. El objetivo del Estado no es ganar dinero ni administrar servicios que los particulares puedan llevar a cabo; debe velar y hacer cumplir el principio de subsidiariedad, consagrado en nuestra Constitución.

Queremos un Estado que piense bien sus decisiones de política económica. Henry Hazlitt señalaba que “el arte de la economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o política y no meramente sus consecuencias inmediatas; en examinar no solo los resultados inmediatos que su adopción producirá, sino también los resultados a largo plazo; no solo las consecuencias primarias, sino también las secuelas secundarias, y no solo sus efectos sobre un sector determinado de intereses, sino sobre toda la colectividad”. Ese es el Estado que queremos, porque es el que necesitamos y el que merecemos: fuerte y con fortaleza.

 

Publicado en Gestión el 28 de mayo del 2013