Mercados emergentes: Pasando por un “bache en el camino”

 

José Martínez

 

En el 2001, se popularizó el término BRIC para denominar a cuatro economías emergentes (EE) que debían convertirse en el motor de la economía global: Brasil, Rusia, India y China. La tesis era simple. Estos países concentraban el 44% de la población mundial, pero solamente el 17% de la producción. Por ello, existía amplio espacio para que estas economías crezcan a tasas elevadas considerando, además, que estos países venían adoptando políticas pro integración comercial y financiera que permitían materializar el fuerte crecimiento esperado. Las características de estos cuatro países podían observarse también en muchas otras EE de menor tamaño, como el Perú. Así, durante la primera década del siglo XXI, buena parte de las EE recibió grandes flujos de inversión extranjera, redujo su endeudamiento y acumuló niveles sin precedentes de reservas internacionales.

Con la crisis del 2008-2009, muchos cuestionaron la tesis de los BRIC sustentándose en las quiebras masivas y cesaciones de pago en EE generadas por pasados episodios de crisis más leves. Sin embargo, la crisis encontró a estos países con sistemas bancarios sólidos, elevados niveles de reservas y cuentas fiscales sanas que permitieron a las EE retomar rápidamente su crecimiento precrisis. Tras la crisis, el entorno internacional no pudo ser mejor. La economía china mantuvo un crecimiento alto gracias a un fuerte impulso del crédito, lo que benefició a las EE que tenían en China a un socio comercial importante. Además, las autoridades monetarias de EE.UU. inyectaron crecientes cantidades de dinero a la economía, generando liquidez abundante, ávida por rentabilidad que encontró en las EE su destino predilecto.

Esta situación parece haber cambiado desde hace cerca de un año. Las autoridades chinas decidieron enfrentar el riesgo de crisis fiscal-financiera generado por su modelo de crecimiento, dejando que la economía crezca menos (impulsando menos el crédito), pero de forma más saludable. Asimismo, tras casi cuatro años de crecimiento lento, la economía de EE.UU. comenzó a dar señales de recuperación. Esto llevó a las autoridades monetarias de EE.UU. a marcar el “inicio del fin” de las inyecciones de liquidez. Por estas razones, buena parte de los capitales que apostaron por EE en el pasado retornaron a EE.UU. y Europa, con lo que los activos de EE tuvieron en el 2013 su peor desempeño desde la crisis del 2008-2009. En lo que va del 2014, el contexto económico para EE parece estar deteriorándose aún más, pues la coincidencia de eventos de incertidumbre política en países como Ucrania, Turquía, Tailandia y Venezuela no ha hecho más que añadir “más leña al fuego”.

¿La tesis optimista de las EE ha llegado, entonces, a su fin? No necesariamente. A diferencia del 2010-2012, hoy las EE tienen que competir con las economías más desarrolladas para atraer inversiones. No es de extrañar, entonces, que justamente los países que experimentaron las más fuertes entradas de capitales durante los últimos años sean los que hoy enfrentan las mayores dificultades; en particular, aquellos que postergaron las reformas en sus mercados internos o relajaron la disciplina fiscal o monetaria respaldados en el ingente flujo de entrada de capitales. A la larga, sin embargo, las ventajas competitivas que poseen muchas de las EE deben prevalecer y asegurar un crecimiento más rápido y una progresiva convergencia hacia los estándares de bienestar del mundo desarrollado. Todo lo que viene sucediendo resulta ser, pues, un “bache en el camino”.

 

Publicado en Gestión el 26 de febrero de 2014