LOS 95 DE VÍCTOR HUMAREDA LÍNEA DETIEMPO

Genio y figura

 

Mañana, 6 de marzo, se cumplirán 95 años del nacimiento del cholo genial de Puno, que pintó hasta que la muerte lo venció. Aún lo recordamos en su habitación 283 del mítico hotel Lima, en La Parada, en donde se hizo inmortal.

 

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Raúl Borda Pacheco
rborda@editoraperu.com.pe

 

“Soy un hombre común y corriente, salvo cuando pinto, entonces soy un mártir y no puedo evitar ser genial”. Víctor Humareda vivió intensamente y pintó lo que más amaba: Esa Lima marginal, sus exquisitos y estrambóticos personajes de caras trágicas que tanto lo enternecían y con los que se cruzaba a cada paso en el corazón de La Parada.

Vivió para pintar, y pintaba para vivir. “Solo me interesa la pintura y pintar lo que me emociona”. Su mundo, lejos de las galerías, parecía reducido a su habitación 283 del hotel Lima que dio cabida a su soledad, pero también a la perfección y al dominio del color. “Soy solitario, no me gusta la sensación del hogar; por eso vivo en un hotel. Es impersonal. En mi cuarto duermo y pinto. Todo está en desorden, esa es mi vida”.

Sus inicios

El artista nació en el seno de una familia campesina, en cuya choza de ichu refirió años más tarde, “vio por primera vez la descomposición de la luz en todos sus colores, cuando el sol naciente iluminaba las gotas de lluvia que pendían de la paja bravía”. Muy joven su alma inquieta lo obligó a dejar Lampa, su tierra querida donde pintó su primer lienzo. Quería plasmar sus sueños y darle más color a su vida.

A los 19 años ingresó a la Escuela de Bellas Artes donde fue discípulo de José Sabogal y Ricardo Grau. “Sabogal me inició. También iluminó a Sérvulo. Nos inculcó ese expresionismo famoso que ha registrado en los últimos 30 años lo trágico de la vida y el paisaje. Pero yo pintando las diabladas de Puno y el paisaje del Altiplano con su gente pintoresca superé a Sabogal. He logrado estados de catarsis y libertad”, declaró Humareda a inicios de los ochenta.

Fue alumno destacado de Bellas de Artes, por ello durante dos años estudio becado en la escuela Ernesto de Cárcova de Buenos Aires. A su regreso a Lima realizó su primera exposición individual compuesta por 19 óleos en el Instituto Cultural Peruano Argentino.

Más tarde viajaría a París. “Mi estadía duró 12 días y el viaje de ida y vuelta tres meses. Allí pinté dos cuadros, vendí uno para comer y me traje otro como fetiche de una loca aventura en una tierra donde las cosas son tan caras, que el hombre no puede vivir si no a cambio de venderse uno mismo, alma y todo”. Tal vez por eso la nostalgia le hizo decir para la eternidad que Tacora es mejor que París.

Pero Humareda no regresó solo a Lima. Su espíritu atormentado trajo consigo a sus referentes que también se mudarían imaginariamente a esos recovecos que él recorría en el hotel Lima. Solía decir “yo navego y vivo en el pasado…. Cuando me siento solo cuando no hay amigo ni amiga, con decir ¡Velásquez! Me siento acompañado, rindo mis rodillas ante gente como Velásquez, Goya, El Greco, Toulouse Lautrec, Delacroix. Yo converso todos los días con ellos”.

El genio y su obra

“El artista expresa su mundo, sus angustias, su quehacer, lo que es él y debe dominar el color y el dibujo, el arte es belleza o no es nada”. Humareda pintó un mundo que él consideraba extraordinariamente maravilloso y bello. La vida nocturna de los ambientes teatrales, lupanares de la bohemia, plazas, calles, procesiones, arlequines desolados, desnudos, eventos de la ciudad, personajes mil, meretrices, las noches y sus locos, sus mendigos. Ese mundo lo acogió generosamente con todas sus angustias.

Herman Schwarz, el fotógrafo que inmortalizó a Humareda sentado en el ‘Sillón de Sócrates’ en el no menos famoso ‘Cuarto de las Meditaciones’ y con esa sonrisa que rompía el silencio y quebraba la soledad de su cuarto marginal, contó que todo en él, las poses, la risa, las frases ingeniosas, no eran otra cosa que máscaras para ocultar su soledad y su extremada sensibilidad.

Humareda, con terno tan ancho que parecía ajeno, con su corbata mal anudada y con su clásico sombrero de copa, frecuentaba cafés y restaurantes del Centro de Lima; también bares, especialmente el Palermo y el Cordano, pero no tomaba como muchos creen. “Me gusta la manzanilla, y beber de la belleza de la mujer. Eso es beber para mí”.

A 95 años de su nacimiento, Víctor Humareda, el cholo genial de Puno que venció a la muerte pintando una obra incansable como un mar atormentado y transformando en belleza, una Lima que todos consideraban como la horrible, se ha hecho escuchar nuevamente a través de innumerables y amarillentos recortes de periódicos. “Ya me voy –dice a través de los últimos recortes que reviso casi a media noche en el archivo de El Peruano– me está esperando Marilyn Monroe en la esquina… esta gringa fue mi gran amante en las noches angustiosas de mis fantasmales insomnios”. Y, sin embargo, hoy sabemos que su verdadero y más caro amor fue el color.

 

Publicado en El Peruano el 5 de marzo del 2015