LA GLOBALIZACIÓN PIERDE FUERZA

En la última década, ha pasado de avanzar a la velocidad de la luz, a arrastrarse como un caracol.

Las tensiones comerciales están agudizando una tendencia que se inició con la crisis financiera del 2008-2009. Con respecto al PBI mundial, las operaciones transfronterizas de inversión, comercio, crédito bancario y cadenas de suministro se han reducido o están estancadas. La globalización le ha cedido el paso a una era de lentificación que el escritor surinamés Adjiedj Bakas llama "slowbalization".

La época dorada de la globalización -entre 1990 y el 220-, fue digna de admirar. El comercio internacional creció enormemente gracias a la caída de los fletes marítimos y aéreos, el abaratamiento de las llamadas telefónicas, la rebaja de los aranceles y la liberalización del sistema financiero. La actividad internacional se dinamizó con el establecimiento de empresas en todo el mundo, la presencia de inversionistas y la mayor oferta de bienes.

La globalización pasó de avanzar a la velocidad de la luz a arrastrarse como un caracol en la última década, por varios motivos. Los costos de transporte han dejado de caer y las multinacionales han descubierto que la expansión global consume dinero y que, con frecuencia, las rivales locales se las comen vivas.

La actividad está virando hacia los servicios, que son más difíciles de vender a otros países: las tijeras pueden ser exportadas, pero los peluqueros no. Además, la manufactura china se ha vuelto más autosuficiente, así que ahora importa menos insumos.

Este es el frágil trasfondo de la guerra comercial de Donald Trump. Si su país aumenta sus aranceles con China en marzo, como ha amenazado, el arancel promedio estadounidense alcanzará su nivel más alto en 40 años -la mayoría de empresas trasladaría el costo a los consumidores-. Un efecto igual de pernicioso es que las reglas de comercio están siendo reescritas en todo el mundo, y el principio e inversionistas está siendo desechado. Hay evidencia por doquier.

La rivalidad geopolítica atenaza al sector tecnológico, que representa alrededor del 20% de las bolsas mundiales. Los sistemas tributarios están siendo modificados con fines patrióticos -en Estados Unidos, para que las empresas repatríen capital, en la Unión Europea, con la mira puesta en Silicon Valley-. Asimismo, ambos poseen nuevos regímenes para investigar inversiones extranjeras, mientras que China no tiene intenciones de brindar igualdad de condiciones a las empresas foráneas.

Las empresas están agotando los stocks que acumularon en anticipación al aumento de aranceles; habría que esperar más de esto en el 2019. Pero lo que realmente preocupa son sus planes de inversión de largo plazo, pues están comenzando a reducir su exposición en países y sectores que representan un riesgo geopolítico elevado o enfrentan reglas inestables.

Hay señales de que ha comenzado un ajuste: el año pasado, la inversión china en Europa y Estados Unidos cayó 73%, en tanto que el valor global de la inversión transfronteriza de las multinacionales se redujo 20%. El nuevo orden mundial funcionará de manera distinta.

La lentificación de la globalización generará vínculos más profundos dentro de los bloques regionales. En Asia y Europa, la mayor parte del comercio ya es intrarregional. A medida que las reglas globales se deterioran, un mosaico de tratados regionales y esferas de influencia está afianzando su control sobre el comercio y la inversión. Las empresas tienen inversiones fijas por US$ 30 millones de millones en el exterior, y quizás una parte tenga que ser trasladada, vendida o cerrada.

Esto no tendrá que ser un desastre para los estándares de vida.

Los mercados continentales son suficientemente grandes para seguir prosperando. Alrededor de 1.2 millones de personas han dejado la pobreza extrema desde 1990 y los consumidores occidentales seguirán cosechando los beneficios del comercio. En ciertos casos, la integración regional será más profunda de lo que hubiese sido a nivel global.

Sin embargo, hay dos desventajas. Primero, la lentificación crea nuevas dificultades. Por ejemplo, los países emergentes tendrán más dificultades para reducir su brecha con los desarrollados vía el comercio. También existe tensión entre un comercio más regional y el sistema financiero global, cuyo pulso es determinado por Wall Street y la Reserva Federal.

Segundo, la lentificación no corregirá los problemas creados por la globalización. La automatización impedirá un renacimiento del trabajo manual en Occidente. Sin cooperación global, el cambio climático, la migración y la elusión tributaria serán más difíciles de solucionar, y lejos de moderar a China, la lentificación permitirá su hegemonía regional.

La globalización hizo del mundo un mejor lugar para casi todos, aunque hizo muy poco para mitigar costos. Los problemas que descuidó han empeorado a tal punto que los beneficios del orden global se olvidan con facilidad. Pero lo que se ofrece como solución no lo es. La lentificación será peor y menos estable, y lo único que hará será avivar el descontento.

Publicado en Gestión, 29 de Enero del 2019.