FUTURO SIN EFECTIVO

Los pagos digitales brindarán muchos beneficios, pero los paísajes no están preparados para los efectos colateral.

Durante los últimos 3,000 años, cuando la gente pensaba en dinero, pensaba en efectivo.

Desde la compra de comida hasta el pago de la cuenta del bar, las transacciones diarias eran en billetes y monedas. Sin embargo, la última década ha visto el despegue de los pagos digitales y se ha vuelto normal el uso del plástico o del smarphone.

Esta revolución está a punto de hacer el efectivo una especie en peligro de extención.

Esto mejorará la eficiencia de la economía -pero también supone nuevos problemas que podrían complicar la transacción-.

Los países están eliminando el uso de efectivo a distinto ritmo, pero la dirección es clara, y en algunos el proceso está casi completado. En Suecia, las transacciones minoristas en efectivo por persona cayeron 80% la última década. En Noruega, solo el 6% de compras se hace en efectivo.

Reino Unido está entre cuatro y seis años rezagado de los países nórdicos, Estados Unidos, quizá una década. Fuera del Primer Mundo, el efectivo todavía reina, auqnue su dominio está erosionándose. En China, los pagos digitales pasaron de 4% del total el 2012 a 34% el 2017.

Dos fuerzas explican está agonía. Una es la demanda: los jóvenes quieren sistemas de pago acordes a sus vidas digitales. Pero igual de importante es que proveedores como bancos, firmas tecnológicas -en mercados desarrollados- y empresas de telecomunicaciones -en los emergentes-, están desarrollando tecnologías de pago rápidas y sencillas con los cuales pueden recoger data y cobrar comisiones.

El manejo de la infraestructura de la economía del efectivo -cajeros automáticos, traslado de dinero, cajeros de banco- es costoso.

La mayoría de firmas financieras quiere abandonarla o desalentar a sus usuarios con fuertes comisiones. En esencia, la perspectiva de una economía sin billetes y monedas es una buena noticia, pues el efectivo es ineficiente. En los países ricos, se estima que la emisión, almacenaje y distribución cuesta alrededor de 0.5% del PBI.

Cuando los pagos se desmaterializan, personas y comercios se hacen menos vulnerables a robos y asaltos, y los gobiernos pueden controlar mejor el riesgo de fraude o evasión tributaria.

La digitalización expande vastamente el terreno para pequeñas empresas y comerciante individuales pues les posibilita vender fuera de sus fronteras. Además, crea historial crediticio, lo cual beneficia a los consumidores.

Pero también se genera un conjunto de temores. Los sistemas de pagos electrónicos pueden ser vulnerables a fallos técnicos, apagones y ciberataques- la semana pasada, el banco estadounidense One Capital fue hackeado-. En una economía sin efectivo, los pobres, los adultos mayores y la población rural podrían quedan excluidos. Y el cambio de un método de pago anónimo por uno digital podría facilitar que los gobiernos espíen los hábitos de compra de la gente y que los titanes privados exploten su data personal.

Estos problemas tienen tres remedios. Primero, los gobiernos tienen que asegurarse que el monopolio de los bancos centrales sobre monedas y billetes no sea reemplazado por monopolios privados que manejen dinero digital. En lugar de permitir que unas pocas compañías de tarjeta de crédito ejerzan dominio sobre los sistemas de pagos digitales, como quizá ocurra en Estados Unidos, los gobiernos deben asegurarse que dichos sistemas estén disponibles para un amplio rango de firmas digitales que puedan desarrollar servicios complementarios.

Asimismo, deben exigir que los bancos ofrezcan transferencias digitales interbancarias, inmediatas y baratas entre cuentas de depósito, como ya ocurre en Suecia y Paises Bajos. La competencia debe mantener los precios bajos, a fin de que los pobres pueden acceder a la mayoría de servicios, y también deberia hacer posible que si una firma no funciona bien, otras puedan reemplazarla, ya que ello hará resiliente al sistema.

Segundo, los gobiernos deben preservar la obligación de que los bancos mantengan la privacidad de la información de sus clientes, de modo que el movimiento de las transacciones siga siendo anónimo.

Las firmas digitales que usan sistemas de pagos para ofrecer servicios, deberian tener libertad de monetizar la data de las transacciones, por ejemplo mediante publicidad, siempre y cuando hagan explícito su modelo de negocio.

Algunos usarios preferirán servicios gratuitos que rastreen sus compras, otros querrán pagarlo para estar más tranquilos.

Por último, la transacción debe ser gradual. Por un periodo de diez años, habría que exigir a los bancos que acepten y distrubuyan efectivos en áreas urbanas.

Esto permitirá que los gobiernos ganen tiempo para ayudar a las poblaciones de menores ingresos a abrir cuentas bancarios, preparar a los adultos mayores y fortalecer el acceso a Internet en aréas rurales.

La prisa por adoptar el dinero digital es el resultado de una demanda y una innovación espontáneas. Para aprovechar todos sus beneficios, los gobiernos tienen que preparase para el dia en que los billetes cambien de manos por última vez.

Publicado en Gestión, 8 de agosto del 2019.