Gravamen a Amazon aliviaría la sobrecarga del cuarto de correos
Andrew Hill
Usted sería muy feliz de permitirle a alguien abrir el maletero de su auto y depositar sus compras mientras usted está ausente.
Usted confiaría en que desconocidos paren rumbo a su destino y lleven a su hogar el par de zapatos nuevos que usted compró.
Usted aceptaría de buena voluntad recibir sus medicamentos por medio de un objeto volador no identificado flotando en la puerta de su casa. Usted estaría dispuesto a todo esto con el fin de evitar tener que ir a recoger en persona sus compras en línea.
Pero todas estas opciones cuestan dinero – dinero que los consumidores en línea perezosos e impacientes son reacios a pagar.
La emoción febril acerca de los transportadores aéreos automatizados, inicialmente avivada por Amazon, morirá cuando se haga evidente que los “drones” no son opciones viables salvo para las zonas más remotas o las circunstancias más especializadas.
Las entregas se concentrarán más bien en las oficinas, los lugares donde muchas personas todavía pasan la mayor parte del día. Eso plantea la cuestión de si el cliente, el cuarto de correos, el detallista, o la empresa de entregas debe asumir el costo de cubrir el "último kilómetro” para los compradores en línea.
Las cadenas de suministro para la venta al detalle solían ser mucho más sencillas. Los bienes entregados a un centro se distribuían en lotes grandes y a un costo efectivo a un número finito de tiendas.
Pero mientras que el comercio electrónico ha hecho "ir de compras" más fácil para el consumidor, también ha puesto de relieve el hecho de que la etapa más corta del viaje – la que solíamos hacer, antes de instalarnos en nuestros sofás con nuestros iPads – es la más difícil de reemplazar.
Las innovaciones destinadas a reducir la brecha entre el depósito y la puerta de nuestros hogares ya abundan. Incluyen el servicio de “entrega móvil” de Volvo, que permitiría a los conductores organizar el depósito de víveres en sus automóviles por medio de una clave digital “uniuso” activada desde sus móviles.
En Nueva York, Zipments, una empresa “startup”, actúa como un intermediario entre los clientes y una red de mensajeros independientes. Walmart ha insinuado que podría experimentar con descuentos para los compradores que estén dispuestos a llevar paquetes a casa para otros clientes, una combinación de "logística de multitudes" y la economía de compartir, similar a un servicio de Deutsche Post DHL puesto a prueba en Estocolmo.
En Bruselas, TNT Express está probando un "depósito móvil" – un remolque que se coloca en el centro de la ciudad diariamente, desde el cual una flota de triciclos eléctricos salen a entregar sus mercancías.
En los mercados en desarrollo, como Indonesia, los minoristas en línea están construyendo sus propias redes de mensajeros, cuyos conocimientos de la geografía local puede superar la falta de infraestructura y de direcciones fiables.
Roel Gevaers de la Universidad de Amberes, que ha analizado las innovaciones en materia de “último kilómetro” para las entregas desde empresas a consumidores, señala que los consumidores suelen pagar por la entrega de artículos con un valor superior a €75 y se quedan en casa para recibirlos. Por debajo de ese precio, exigen un servicio instantáneo y preferiblemente, gratuito.
Las entregas a domicilio fallidas aumentan el costo de preparación y entrega, mientras que los incentivos imperfectos, que recompensan a los subcontratistas sólo en caso de entregas exitosas, resultan en horrorosas historias de artículos frágiles embutidos en los buzones, vestidos depositados en contenedores de basura (y que eventualmente son debidamente reciclados) y ramos de flores lanzados sobre la cerca del jardín.
Las repercusiones de la primera revolución electrónica al detalle condenaron al fracaso un prototipo de entrega de "último kilómetro" en 2001, cuando Webvan, la tienda de comestibles en línea que calculó mal el costo de su servicio, se fue a la quiebra. Los minoristas pueden eventualmente negarse a ofrecer entregas gratuitas.
Los compradores pueden concluir que es más sencillo y más seguro comprar artículos de consumo básico en las tiendas a la antigua (como la mayoría todavía lo hacen), en lugar de desplazarse una distancia similar para ir a un punto de entrega, esperar todo el día para una entrega impredecible, o jugárselas con un experimento “startup”. Pero esta vez, las ventas al detalle en línea han llegado para quedarse – y ahí es donde entra en juego la oficina.
Las entregas en el lugar de trabajo eliminan las entregas fallidas, permiten que los mensajeros puedan incluir más artículos en cada envío, así como combinar mercancías para negocios y para uso personal, y pueden reducir los costos en un 30 ó 40 por ciento. Por el momento, sin embargo, las oficinas, o sus inquilinos, pagan la factura. Durante la más reciente Navidad, PwC dijo que los empleados del cuarto de correos “se parecían a los duendes de Santa Claus”, llevando los regalos que pidieron en línea a los contadores encadenados a sus escritorios. Pero incluso los duendes tienen sus límites.
El prohibirles a los empleados recibir paquetes en el sitio de trabajo (algunas organizaciones ya lo prohíben), o cobrarles por el privilegio, sería algo draconiano. En vez, las oficinas deberían recuperar parte del costo incurrido cuando las empresas de comercio electrónico se aprovechan de sus sobrecargados mensajeros internos.
La entrega de paquetes sería un incentivo para su personal, los detallistas electrónicos pagarían los servicios adicionales, tales como centros para la devolución de compras en línea, convirtiendo así al cuarto de correos – cuya existencia fuera otrora amenazada por el correo electrónico – en un centro de ganancias. Ya es hora para un “gravamen a Amazon".
Publicado en El Economista el 11 de marzo del 2014