“La nueva Alemania celebra su éxito"

 

Autor: Luis Doncel

 

Un ruido de cláxones intermitente inundó a media tarde del pasado viernes algunas calles del centro político berlinés, donde se concentran el Bundestag (la Cámara Baja del Parlamento alemán) y la cancillería. Conductores que salían de trabajar celebraban con estos pitidos el 25 aniversario de uno de los días más alegres que recuerdan los ciudadanos: cuando cayó el Muro que les separó durante décadas. Entre ese archifamoso 9 de noviembre y la reunificación de las dos Alemanias pasaron tan solo 11 meses. Desde entonces, el país que tras el desastre del nacionalsocialismo se acostumbró a la modestia ha ido ganando peso, hasta convertirse en la potencia indiscutible que es hoy en Europa.

Berlín no solo se siente cómodo en el terreno en el que siempre ha sido fuerte, el económico. También aspira a una mayor proyección exterior. Hace tiempo que líderes como el presidente de la República, el democristiano Joaquim Gauck, o el ministro de Asuntos Exteriores, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, insisten en la necesidad de que Alemania asuma una mayor responsabilidad en la resolución de conflictos internacionales tan variados como el de Ucrania, la yihad que opera en Irak y Siria o la lucha contra el ébola en África. “El Gobierno de socialdemócratas y verdes ya rompió un tabú en 1999 al participar en la operación militar en Kosovo. Pero el peso de Alemania ha aumentado y el país ha llegado a la conclusión de que hace falta un compromiso mayor, como mostró al suministrar armas a los kurdos que luchan contra Estado Islámico”, subraya el historiador Jürgen Kocka, presidente emérito del Centro de Investigación Social de Berlín.

Cuenta Stefan Cornelius en su biografía de Angela Merkel La canciller y su mundo que al inicio de su carrera política en la Alemania unificada, la recién nombrada ministra de Mujer y Juventud bromeó en una ocasión con los periodistas sobre la mala nota que había recibido su trabajo de doctorado sobre marxismo-leninismo. Cuando vio que las informaciones se centraban en la paradoja de una líder democristiana especializada en teoría comunista, enfureció porque los periodistas habían ignorado el hecho de que en la RDA estos estudios eran obligatorios. La joven física que tuvo que aprender las bases del marxismo-leninismo hizo entonces gala de una de las cualidades que le ayudarían a llegar a lo más alto de la política: la capacidad de adaptación.

Es ese pragmatismo el que ha permitido a Merkel beneficiarse de la reforma del Estado de bienestar impulsada por su antecesor, Gerhard Schröder —y que paradójicamente le costó a este el puesto—; haber pactado Gobiernos de coalición primero con los socialdemócratas del SPD, luego con los liberales y de nuevo con el SPD... y haber salido de cada una de estas experiencias más fuerte. Este pragmatismo es, al fin, lo que ha permitido a la canciller bailar siempre a gusto del votante medio, aunque ello implique dar giros de 180 grados como renunciar a la energía nuclear tras la catástrofe de Fukushima o haber aceptado en esta legislatura el salario mínimo que tanto criticó durante la campaña electoral. “En muchas cuestiones ha faltado una estrategia clara”, resume Ulrike Guérot, directora del Laboratorio sobre Democracia Europea.

La capacidad de adaptación explica también el éxito de la economía alemana en estos años. Tras gastar más de dos billones de euros en la reunificación, según una estimación de la Universidad Libre de Berlín, las diferencias entre los dos países separados hasta 1990 se han reducido considerablemente. La tasa de paro del Este ha descendido hasta el 10%, el mínimo desde la reunificación, pero aún sigue lejos del 6% del Oeste. Alemania disfruta de un envidiable mercado laboral y el Gobierno se enorgullece de no tener que pedir prestado por primera vez en décadas. El éxito germano, sin embargo, se ha hecho a costa de una reforma del Estado del bienestar y de un elevado volumen de minijobs (7,8 millones el año pasado).

La crisis del euro ha servido para mostrar el poderío alemán, que ha acabado con el tradicionalmente equilibrado eje París-Berlín que solía prevalecer en la UE. Pero mientras la primera economía del euro salía fortalecida y se beneficiaba incluso de unos intereses en mínimos históricos, los países del Sur se han resentido ante una política de austeridad dictada desde Berlín y ejecutada en Bruselas. “A Merkel le ha funcionado muy bien su estrategia de adaptarse y ofrecer a los alemanes lo que deseaban. El problema es que, como siempre, se ha movido en función de lo que le piden sus ciudadanos, pero sin tener en cuenta que sus decisiones no afectan solo a Alemania, sino a toda Europa”, cierra Ulrike Guérot.

 

 

Publicado por Diario El País ( 08 de Noviembre del 2014)