"Cavilaciones Playeras"

Autor: The Economist

 

 

 

-El mundo debería estar más preocupado por los peligros ocultos de la política de China que por la situación de su economía.

Las vacaciones del verano boreal son siempre lo mismo para los líderes del Gobierno chino. Todos los años, dejan la calurosa y húmeda capital para encontrarse en chalets ubicados en una exclusiva franja de playa en Beidaihe, un balneario de escaso atractivo excepto para aquellos chinos que no pueden pagarse escapadas más glamorosas y para los rusos de Siberia, felices de estar en cualquier sitio con sol y arena.

Fue Mao Zedong quien sentó la tradición de viajar a Beidaihe. Que se sepa, es el único líder chino que se sintió tan inspirado por el lugar como para dedicarle un poema, matizado de ansiedad que termina así: “El sombrío viento de otoño suspira y susurra; Nada ha cambiado, excepto en el mundo de los hombres”.

Se presume que el actual presidente del país, Xi Jinping, está en Beidaihe con sus colegas de la cúpula del Partido Comunista, donde siguen la costumbre de Mao de combinar un poco de relax con la discusión de trascendentes asuntos de Estado. Claro que esas profundas disquisiciones de la estrategia que se adoptará para el año son mantenidas en el más absoluto secreto.

¿Estará reflexionando Xi sobre todo lo que ha cambiado en China desde que asumió el poder, hace casi tres años? La economía se encamina a su año de menor crecimiento en un cuarto de siglo. En tanto, el mercado de valores, tras haber alcanzado su máximo nivel desde la crisis financiera de hace siete años, se derrumbó el mes pasado. Una vez encomiada como un milagro económico, China es hoy una fuente de malos presagios: basta ver las caídas de las cotizaciones globales de los commodities.

A Xi le agrada describir el enfriamiento económico como la “nueva normalidad” ?una señal positiva de que el país se ha vuelto menos dependiente de la inversión basada en el crédito?. Pero se sabe de los encendidos debates dentro de la élite del partido en torno a cómo mantener un crecimiento lo suficientemente veloz para evitar que los reveses financieros se transformen en una crisis. Un año después de asumir el Gobierno, Xi prometió permitir que las fuerzas del mercado desempeñen un papel “decisivo” en la configuración de la economía china. Pero los torpes (y contraproducentes) esfuerzos realizados por su administración para empujar los precios de las acciones han generado dudas sobre su compromiso a favor del mercado.

Aguas tormentosas

Es indudable que en Beidaihe algunos funcionarios señalaran que la caída del mercado bursátil es una evidencia de lo que puede ir mal cuando se les da rienda suelta a los mercados. Otros, en cambio, sugerirán que la reforma económica es de necesidad extrema para que China evite caer en la trampa japonesa de una estagnación de largo plazo. Las medidas que se puedan adoptar dependerán de por cuál bando se inclinará Xi.

Durante las reuniones de 1988 en el balneario, el entonces líder, Deng Xiaoping, vaciló sobre las reformas económicas que tenía pensado implementar por temor al surgimiento de reacciones adversas. Pero al complacer a los conservadores, generó divisiones políticas que el año siguiente se tradujeron en protestas prodemocráticas.

Las manifestaciones, que tuvieron su centro en la plaza de Tiananmén, en Pekín, estuvieron a un paso de traerse abajo al Partido Comunista. Y fue recién en 1992 que Deng pudo retomar las reformas.

El liderazgo chino no parece tan dividido esta vez, pero las apariencias podrían ser más engañosas hoy que en ese entonces. Es que Xi es un líder muy distinto de sus predecesores. Por ejemplo, ha reescrito las reglas de la política china, desechando el sistema de “liderazgo colectivo” adoptado por Deng y asumiendo él mismo el manejo de casi todos los ministerios.

Además, lleva a cabo una guerra contra la corrupción con una escala e intensidad sin precedentes. El más reciente funcionario de alto nivel en ser acusado, Guo Boxiong, era el general de mayor rango de las Fuerzas Armadas; fue expulsado del partido el 20 de julio y ahora enfrenta un juicio por aceptar sobornos. Una docena de generales, más de 50 funcionarios de rango ministerial y cientos de miles de burócratas han corrido la misma suerte.

Ello sugiere el fuerte carácter de Xi, pero también que tiene muchos enemigos o que está ocupado ganándoselos. Sin embargo, la detención de más de 200 abogados defensores de los derechos civiles y otros activistas desde inicios de julio, el mayor acto de represión en años, otorga pistas sobre sus inseguridades.

No habrá anuncio alguno sobre lo discutido en la playa por Xi y sus colegas, y nadie revelará las diferencias de opinión que habrían existido en los debates. Las fuerzas que comandan al partido permanecerán casi tan imperceptibles como los botes de Beidaihe en el poema de Mao: “Ocultos a la vista por la vasta extensión del océano; ¿Quién podría decir dónde están?”.

Puede que la reciente data económica de China no sea demasiado reconfortante ?o confiable?, pero al menos sugieren que el crecimiento se mantiene. En contraste, la turbiedad del mandato de Xi no es ningún consuelo para un mundo que está tratando de entender el ascenso de este país. Quienes se preocupan por el desarrollo chino deberían enfocarse menos en su febril mercado bursátil (la guía menos precisa del estado de su economía) y más en los peligros ocultos de su política.

 


Publicado por The Economist ( 11 de Agosto del 2015)