Una deuda que de una foma u otra tendrá que ser honrada y que en el mejor de los casos no ha de ser menor a los 40,000 millones de libras esterlinas.

 

BACK IN THE UK

 

Escribo esta columna en un bar-restaurante en Edimburgo, capital de Escocia, mientras bebo un “toddy”—un trago de Grants Family Reserve, con agua caliente, miel y limón—, un clásico escocés que además es buenísimo para el resfrío. Disfruto cada momento, pero no dejo de pensar en el momento tan extraño de mi visita. 

En efecto, el Reino Unido se apresta a darle una confundida bienvenida a un nuevo primer ministro, en reemplazo de Theresa May. La próxima semana 166,000 miembros del Partido Conservador elegirán como su líder a Boris Johnson, controvertido exalcalde de Londres (elegido por votación popular), y hasta hace no mucho ministro de Relaciones Exteriores y uno de los impulsores del hasta ahora desastroso proceso de divorcio del Reino Unido de la Comunidad Europea (CE).

Aunque la posición de Boris Johnson acerca de cómo sacar con éxito y con mínimo costo al Reino Unido del embrollo en el que se encuentra no es muy clara, él no duda en señalar que el problema estará solucionado antes de fines de octubre, incluso si la “solución” significa salir de la unión sin un arreglo (“deal”), como quien simplemente hace abandono de hogar.

De llegarse a este escenario, probablemente el primero en salir —pero del gobierno— será el propio Boris Johnson, con lo que si no se llega a un acuerdo en los próximos meses para una salida ordenada y consensuada, el escenario más probable es el de elecciones adelantadas y el fin en lo que va del siglo del predominio del Partido Conservador.

Desde Lima —imagino— no es tan fácil apreciar qué hace tan difícil el Brexit. Además del sentimiento de frustración de los jóvenes británicos que en su gran mayoría votaron por quedarse en la CE, el hecho es que la salida tiene consecuencias inmediatas y severas.

En primer lugar, una deuda que de una forma u otra tendrá que ser honrada y que en el mejor de los casos no ha de ser menor a los 40,000 millones de libras esterlinas, unos 60,000 millones de dólares.

Segundo, la pérdida de privilegios y facilidades de “pasaporte” que hicieron casi impregnable la posición de Londres como el gran centro financiero de Europa. Y no olvidemos: el sector financiero contribuye con casi un 60% del PBI de Londres, el cual a su vez representa casi un 60% del PBI del reino.

Tercero, la pérdida en términos preferenciales de un mercado de 300 millones de los consumidores más ricos del planeta. Por donde se mire, el énfasis puesto por el Sr. Johnson en la necesidad de convertir la posible pérdida del mercado europeo en una “oportunidad” para revivir el glorioso y global pasado comercial con la firma de sendos tratados comerciales— incluido uno con el Perú—es apenas una muestra más del “wishful thinking” que caracteriza su paso por el servicio público.

Y en cuarto lugar, está el tema que probablemente gatilló los sentimientos antiinmigrantes que impulsaron el voto finalmente mayoritario en favor de salir de la Comunidad Europea: los más de 3 millones de europeos que viven en el Reino Unido y los casi tres millones de ciudadanos británicos que viven en Europa.

Ninguno de estos problemas se soluciona solo o simplemente con la decisión de no tomar ninguna decisión y abandonar la CE sin trato alguno. Johnson lo sabe. La “clase pensante” lo sabe. Los partidos políticos—laboristas, conservadores, demócratas liberales, nacionalistas y hasta los que votaron por el Brexit—lo saben.

Pero, por ahora, predomina—de manera sorprendente para una nación tan acostumbrada a tomar el destino en sus manos—un sentimiento de resignada aceptación a lo que venga. Momento extraño para visitar nuevamente el Reino Unido. La única nube negra en este verano británico de gloriosos días soleados.

 

 


Publicado por : Gestión, 19 de Julio del 2019.