EL ESTÍMULO DE BIDEN

 

 

Cuando Estados Unidos estornuda, el resto del mundo se resfría. ¿Pero qué pasa cuando tiene fiebre? Luego de un duro 2020, en que el PBI cayó 3.5%, este país está posicionado para un robusto rebote este año solo con un retorno a algo parecido a la normalidad con el avance de la vacunación. Pero podría alcanzar más. Si el proyecto de ley del presidente Joe Biden de alivio frente al covid-19 es aprobado, el estímulo total este año podría exceder los US$ 2.5 millones de millones.

Eso podría empujar la producción por encima de lo que la Oficina Congresal del Presupuesto estima es el niel "potencial", lo que puede producir la economía sin un aumento de la presión inflacionaria. Esto tiene a algunos economistas estadounidenses en la búsqueda de señales de crecimiento acelerado en precios y salarios. Y si esta economía se sobrecalienta podría ser una bendición para el resto del mundo, o un motivo de preocupación más.

En una economía cerrada, un gasto demasiado pequeño provoca pérdida de empleos y presión a la baja de los precios, mientras que demasiado gasto provoca lo contrario.

Pero en una economía abierta, algunos efectos de cambios en la demanda se trasladan al extranjero. Durante la crisis financiera de 2007-2009, las tribulaciones en los mercados financieros causaron estragos en todo el mundo y hasta países relativamente aislados de esos infortunios sintieron escalofríos debido a sus lazos comerciales con Estados Unidos y Europa.

Un impulso a la demanda tendría que funcionar de manera similar, pero en la otra dirección. A medida que los estadounidenses gasten más, algo se filtrará al exterior (efecto "spillover"): vía compras de bienes o servicios foráneos, incluido el turismo, que comenzaría a rebotar con el levantamiento de restricciones. Un análisis del FMI el 2017 halló que un estímulo estadounidense centrado en gasto y equivalente a 1% del PBI, eleva en 0.33% el PBI de un país promedio en el primer año.

Si la combinación de reapertura y estímulo vigoriza al consumidor estadounidense, los efectos podrían sentirse rápidamente en todo el mundo. Pero su magnitud depende de las medidas de respuesta, dentro y fuera del país. Los spillovers fiscales son más poderosos cuando los países receptores están operando debajo de su potencial, así que el gasto estadounidense tiene más probabilidad de filtrarse al exterior si su recuperación es mucho más fuerte que la de sus socios comerciales.

Generalmente, los spillovers brindan un fuerte incentivo para que los gobiernos coordinen sus estímulos. El 12 de febrero, la secretaría del Tesoro, Janet Yellen, instó a sus contrapartes del G7 a también estimular "en grande". Los que opten por la tacañería podrían verse en problemas: El Gobierno de Biden ha prometido ser firme con los países que manejen grandes y persistentes superávits comerciales.

Pero si Estados Unidos se acerca al sobrecalentamiento, la renuencia a gastar de otros países podría ser menos irritante de lo usual, pues aquellos con demanda deprimida servirían como válvula de escape. El crecimiento del comercio global parece haber reforzado su capacidad para mitigar la presión, según un estudio de la Reserva Federal (Fed). Sus autores estiman que las exportaciones netas ahora soportan más del peso del ajuste a cambios en el gasto interno.

Por ejemplo, a finales de las 90, la demanda interna creció más que el PBI real, pero la inflación permaneció relativamente calmada, en parte debido a que el déficit en cuenta corriente de Estados Unidos se acercaba.

De manera similar, un aumento de las importaciones este año podría disipar las potenciales presiones inflacionarias en este país, al tiempo que daría un empujón a sus socios comerciales más débiles.

La principal incertidumbre es la reacción de la Fed.

Un reciente estudio de Kristin Forbes, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, señala que la inflación interna se ha vuelto más receptiva a factores globales, aunque la inflación salarial aún parece responder mayormente a condiciones internas. Por ende, la Fed podría considerar que presiones de precios de corto plazo, a fines de año, no se traducirán en inflación hasta que el mercado laboral del país, y la economía mundial, se hayan recuperado.

Una Fed flexible implicaría un dólar débil y condiciones financieras accesibles en el mundo, lo que contribuiría al impulso de las mayores compras de bienes extranjeros de parte de los estadounidenses.

Pero una economía de fiesta podría poner a prueba la paciencia de la Fed, en particular si un enorme déficit en cuenta corriente y precios de activos al alza hacen que se preocupe por la posibilidad de riesgo financiero.

El fantasma de subidas en la tasa de interés podría asustar a los mercados globales y forzar a economías emergentes a adoptar políticas fiscales y monetarias menos estimuladoras. Todavía parece improbable que la Fed se vuelva estricta repentinamente, pero si la temperatura de Estados Unidos se eleva lo suficiente, el resto del mundo podría sufrir sudoraciones frías.

 

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Fuente : Gestión, 25 de febrero del 2021.