IDEOLOGÍA VERSUS PROSPERIDAD

 

En los últimos 20 años, China ha sido la más grande y fiable fuente de crecimiento en la economía mundial. Durante la mayor parte del periodo desde la muerte de Mao, el Partido Comunista adoptó un enfoque práctico, mezclando reformas de mercado con control estatal. Pero hoy, la economía del país está en peligro.

La complicación inmediata es su campaña de cero covid, que ha causado una contracción y podría condenar a la economía a una uta de avances y frenazos. Eso agrava un problema más profundo: la lucha ideológica del presidente Xi Jinping para remodelar el capitalismo de Estado. Si sigue por esa vía, China crecerá más lentamente, lo cual tendrá serias consecuencias para ella misma y el mundo.

Más de 200 millones de personas han estado viviendo bajo restricciones y la economía está tambaleante. En abril, las ventas minoristas fueron 11% más bajas que las de hace un año, y la producción industrial y los volúmenes exportados se hundieron. Por primera vez desde 1990, China podría tener dificultades este año para expandirse más que Estados Unidos.

Para Xi, el momento es feo: el vigésimo congreso del partido a fines de año, pretende ser confirmado para un tercer mandato, rompiendo con la norma de únicamente dos.

Pero Xi tiene mucha responsabilidad por esos dos golpes económicos. La política de cero covid lleva 28 meses vigente y el partido teme que reabrir provocaría millones de muertes. Puede ser cierto, pero se ha perdido tiempo valioso:100 millones de personas mayores de 60 años no han recibido la tercera dosis y el partido se rehúsa a importar vacunas más eficaces. Dado que la variante ómicron es altamente transmisible, serán inevitables más brotes y confinamientos. Pero dado que esa política es identificada con Xi, cualquier crítica es vista como sabotaje.

Ese mismo celo ideológico está detrás del segundo shock: una serie de iniciativas económicas que Xi llama "nuevo concepto de desarrollo", cuyo fin es abordar "grandes cambios no vistos en un siglo", tales como la ruptura sinoestadounidense. Los objetivos son razonables: combatir la inequidad, los monopolios y la deuda, y asegurar que China domine nuevas tecnologías y se fortalezca frente a sanciones de Occidente.

Pero en todos los casos, Xi cree que el partido debe asumir el control, y la implementación de las medidas ha sido punitiva y errática. Un alud de multas, nuevas regulaciones y purgas ha ocasionado que el dinámico sector tecnológico se estanque (contribuye con 8% del PBI), y un feroz pero incompleto ajuste en el sector inmobiliario (más del 20% del PBI), ha generado una contracción del financiamiento, las ventas de viviendas cayeron 47% en abril respecto del año previo.

El Gobierno tiene la esperanza de que un vasto programa de estímulo, en elaboración, ayudará a cumplir la meta de crecimiento de 5.5% para el 2022 y calme los nervios antes del congreso del partido. El partido ha intentado tranquilizar a los aterrados magnates tecnológicos. Un probable próximo paso será un gran programa de infraestructura financiado con bonos del Gobierno. Pero más deuda y concreto no obviarán la necesidad de draconianos confinamientos ni reducirán los riesgos del modelo económico de Xi.

Eso incluye ampliar el alcance de la parte menos productiva: la manejada por el Estado. Xi espera que la tecnología y un nuevo grupo de fondos de inversión estatales agilizarán la toma de decisiones. En tanto, los incentivos en la parte más productiva, el sector privado, han sido perjudiciales. Ha habido fuertes salidas de capital, lo que lo ha encarecido. Inversionistas de riesgo dicen que ahora apuestan por los mejores subsidios y no las mejores ideas. Por primera vez en 40 años, no hay reformas liberalizadoras en ningún sector principal.

La postura ideológica de Xi tiene grandes implicaciones para el mundo: aunque los estímulos podrían elevar la demanda, más cuarentenas harían que la economía global flirtee con la recesión. En los negocios, el tamaño y la sofisticación de China hacen imposible que las multinacionales la ignoren, pero muchas rediseñarán sus cadenas de suministro lejos de ella. Pueda que compañías chinas competitivas dominen ciertos sectores la próxima década, pero Occidente se convertiría en receloso importador de sus productos.

En diplomacia, un sector privado menos independiente e innovador haría que la presencia china sea más política y liderada por el Estado. ¿Y cómo sería la vida en una China más aislacionista? Aunque la población se queja online de las cuarentenas y los empleos perdidos, es improbable que eso se traduzca en agitación debido a la vigilancia, propaganda y amplio respaldo a las metas del partido.

Algunos tecnócratas discrepan con ese giro a la izquierda, pero carecen de poder y coraje para oponerse. Y de lo que se puede percibir, Xi no tiene rival. Pero en estos meses previos a un congreso partidario que podría afianzarlo en el poder hasta por lo menos el 2027, los defectos de una autocracia en la segunda economía del mundo son evidentes.

 

Autor: The Economist. Fuente : Gestión, 31 de mayo del 2022.