¿SERÁ OTRO PÉSIMO AÑO?

 

 

Luego de un 2022 de pesadilla, los atónitos inversionistas tienen pérdidas por recuperar y muchísimo por reflexionar. Hay que realizar asignaciones de clases de activos, sectores que preferir o evitar, y hacer proyecciones de todos los indicadores económicos habidos y por haber. Los gestores de dinero tienen la difícil tarea adicional de detener a clientes nerviosos y presurosos por escapar. Pero una pregunta se impone a las demás: ¿Ya pasó lo peor?

Económicamente, hay una respuesta clara: este año será lúgubre. La directora gerenta del FMI, Kristalina Georgieva, alertó el 1 de enero que es probable que un tercio de la economía global caiga en recesión este año.

Los enfriamientos ya habrían comenzado en la eurozona y Reino Unido. Según un reciente sondeo de la Universidad de Chicago y The Financial Times, el 85% cree que Estados Unidos entrará en recesión antes de que termine el año. Esto no garantiza otro baño de sangre hasta podría significar lo contrario. En teoría, los mercados son prospectivos, y los temores recesivos ya acosaron al mundo durante buena parte del 2022. Ese consenso tan amplio ya debiera haberse trasladado a los precios actuales, lo que significa que incluso una perspectiva marginalmente mejor los estimularía. En efecto, analistas de JPMorgan Asset Management proyectan que una recesión servirá para argumentar que las cotizaciones bursátiles terminarán el 2023 por encima de como lo empezaron.

No son los únicos optimistas. Investigadores de Goldman Sachs piensan que los precios de las acciones caerán en el corto plazo, pero se recuperarán hacia fines de año. En tanto, en Deutsche Bank se estima que el índice bursátil S&P 500, que reúne las acciones de grandes compañías estadounidenses, terminará el año 17% por encima de su nivel actual.

Si este año ocurre una repetición del 2022, con fuertes pérdidas tanto en acciones como en bonos, será una reiteración inusual. Mayormente, las cotizaciones de las acciones suben, y rara vez se reducen durante dos años seguidos. El S&P 500 lo hizo hace dos décadas con el estallido de la burbuja dotcom. La paliza que sufrieron los bonos el año pasado se debió al alza de tasas de interés de la Reserva Federal (Fed) a un ritmo no visto desde los 80, lo cual es improbable que se repita.

Sin embargo, hay motivos para creer que habrá más padecimiento. El primero es que las acciones, en relación con sus ganancias subyacentes, permanecen caras según estándares históricos. A pesar del desplome del 2022, el ratio precio, utilidades para las acciones de empresas que tienen perspectiva de grandes ganancias futuras (acciones de "crecimiento"), solo ha retrocedido a su nivel del 2019, el más alto desde la crisis financiera de 2007-2009, alcanzado tras una década de mercado alcista.

Es cierto que las acciones de "valor", aquellas con baja cotización comparada con el valor en libros de sus activos, se ven más atractivas, pero si hay recesión, ambos tipos de acciones son vulnerables a descensos en las ganancias que, en su mayor parte, aún no se materializan. las valorizaciones actuales fueron alcanzadas durante un periodo inusual: los bancos centrales inyectaron interminable liquidez al mercado vía flexibilización cuantitativa (QE).

Al adquirir bonos gubernamentales con dinero nuevo, la Fed y otros bancos centrales deprimieron los rendimientos y empujaron a los inversionistas a buscar retornos en activos más riesgosos, como las acciones. Hoy, los programas de QE están siendo puestos en reversa y una consecuencia es que los gobiernos dependerán mucho más de que inversionistas privados mantengan sus bonos.

En el año fiscal 2022-2023, el Tesoro estadouni- dense podría necesitar endeudarse casi el doble que cada uno de los dos años que precedieron a la pandemia y cuatro veces el promedio de los cinco años previos a aquellos. Incluso si los bancos centrales no suben sus tasas de interés de corto plazo, podría ocurrir una baja en los precios de los bonos y un alza de sus rendimientos. Al igual que el 2022, las acciones se verían menos atractivas.

El motivo final para el presimismo es la discrepancia entre economistas e inversionistas. Aunque los primeros consideran que habrá recesión, muchos de los segundos aún esperan que pueda evitarse, Los mercados esperan que la tasa de la Fed alcance un pico por debajo de 5% en la primera mitad del año. Pero los miembros de su directorio no están de acuerdo y proyectan que cierre el año por encima de 5%.

Por tanto, los inversionistas apuestan a que la inflación vuelva a su meta más rápidamente de lo que espera la Fed, o que esa entidad no quiera inflingir el dolor que se necesita para reducirla. Claro que existe un chance de que tengan razón, pero los mercados pasaron buena parte del 2022 subestimando la postura restrictiva de la Fed y siendo puestos en su sitio por el presidente de la entidad, Jerome Powell, una y otra vez. Si esa pauta se repite, el 2023 será otro año miserable para los inversionistas de cartera.

 

 

Autor: The Economist. Fuente: Gestión, 10 de enero del 2023.