Un dicho atribuido al economista Harry Markowitz (1927-2023) afirma que la única "comida gratis" es la diversificación de portafolio. La idea es que un portafolio con múltiples tipos de activos puede ofrecer el mismo potencial de retornos que uno concentrado, pero con menos riesgo de pérdidas. En otras palabras, la diversificación permite a los inversionistas asumir menos riesgo sin comprometer las ganancias. Este concepto ayudó a Markowitz a ganar el Premio Nobel de Economía en 1990.
Sin embargo, en la práctica, diversificar puede ser complicado. La mayoría de los inversionistas reconoce que a largo plazo, las acciones son la mejor opción para obtener altos rendimientos. Reducir el riesgo mediante la diversificación suena atractivo, pero hacerlo sin sacrificar ganancias implica mantener activos con perspectivas igualmente sólidas. El problema es que los bonos, la principal alternativa a las acciones, suelen generar retornos mucho más bajos.
Para los seguidores de Markowitz, vale la pena sacrificar algo de retorno si eso implica reducir considerablemente el riesgo; pero esta lógica no es atractiva para quienes adoptan la filosofía de "hazte rico o muere en el intento". No obstante, este grupo debería considerar los beneficios de la diversificación, especialmente ahora. En los últimos meses, las acciones han experimentado una volatilidad considerable y han retrocedido desde sus picos históricos, mientras que los bonos han mostrado buenos resultados.
Si al iniciar 2023 hubiera invertido la misma cantidad en dos fondos cotizados: "QQQ", centrado en el índice Nasdaq 100, y "TLT", especializado en bonos del Tesoro, después de 18 meses, sus acciones tecnológicas habrían valido el doble que sus bonos. Si solo hubiera invertido en acciones, habría duplicado sus retornos potenciales.
Pero ahora la situación ha cambiado. Desde su punto máximo en julio, el Nasdaq ha caído un 7%, mientras que el valor del fondo TLT ha aumentado un 9%. Esta tendencia también se refleja en las acciones estadounidenses y sus pares internacionales, así como en los bonos gubernamentales y corporativos. La gran pregunta es si los bonos podrán mantener esta rara racha ganadora y si los precios de las acciones seguirán cayendo. La respuesta parece ser afirmativa: en una caída del mercado, los bonos son menos vulnerables, ya que los acreedores tienen prioridad sobre los activos en caso de insolvencia, a diferencia de los accionistas. Además, la deuda soberana de los países ricos prácticamente no enfrenta riesgo de impago, lo que convierte a los bonos en una opción atractiva en tiempos difíciles.
Cuando los inversionistas temen una desaceleración, como ocurrió a mediados del año, aumenta la posibilidad de que los bancos centrales reduzcan las tasas de interés, lo que baja los rendimientos de los bonos y eleva sus precios. En épocas de pánico sobre las acciones, como en agosto, el atractivo de los bonos del Tesoro como refugio seguro tiende a aumentar.
Por otro lado, las empresas de países emergentes han acelerado la emisión de deuda, lo que sugiere que anticipan tener que pagar tasas de interés más altas si esperan. Si están en lo correcto, los compradores de esos bonos podrían arrepentirse pronto.
En resumen, esto no es un argumento en contra de la diversificación. Los bonos deben formar parte de los portafolios no porque ofrezcan regularmente altos rendimientos, sino porque a veces les va bien cuando las acciones caen. Que los inversores en bonos disfruten su buena racha, aunque no debería durar mucho.
Autor: The Economist, Fuente: Diario Gestión- pag. 23. 17 de setiembre del 2024.