Lunes, 22 de Agosto de 2005

 

 

 

 

Yo la pongo, yo tampoco

 

Por: Matín Reaño, economista

 

Los préstamos de los accionistas pueden tomar formas más ventajosas para todos. La creatividad reporta grandes beneficios


Cuando hay que poner plata en el negocio, el accionista normalmente prefiere hacerle un préstamo a la empresa, antes que aportar patrimonio. Esto por varias razones: el préstamo genera una renta para el inversionista (los intereses); la empresa se beneficia con el escudo fiscal del gasto financiero; el accionista recupera su inversión vía amortización del préstamo; y por último, mejoran los índices de rentabilidad para el accionista. Como siempre, es mejor trabajar con la plata de otro, antes que con el dinero propio.

El otro lado de la moneda es la impresión que esto causa en las instituciones financieras. Si hay mucha deuda en la empresa, poco patrimonio y los bancos siguen prestando, el crecimiento será frágil y de alto riesgo para ella. Si los bancos dejaran de prestarle, los planes de crecimiento de la empresa se entorpecerían. Aquí es cuando se recurre a los famosos préstamos "back to back", préstamos bancarios perfectamente respaldados por depósitos en efectivo. La empresa recibe los fondos, el banco no asume el riesgo y el accionista sigue manteniendo el dinero a su nombre.

En toda esta operación, el accionista (que presta dinero pero no aporta patrimonio) vive la maravillosa ilusión de sentir que su dinero está a salvo y que solo arriesga el pequeño monto invertido en el patrimonio. Ilusión absurda, sin duda, pues todos los dineros invertidos están sujetos al mismo riesgo del negocio. El accionista, a cambio de obtener ciertas ventajas, está sobreendeudando a la empresa y tomando el mismo riesgo que si hubiera aportado patrimonio.

Pero hay una manera de obtener lo mejor de los dos mundos: renta para el accionista, devolución de lo invertido, índices de endeudamiento saludables y crecimiento sólido con riesgo moderado. El instrumento: acciones preferentes redimibles. El accionista preferente recibe un dividendo fijo (igual que el interés para el banco); no participa en las decisiones (como tampoco lo hace el banco); la inversión figura en el patrimonio y no en el pasivo; y, al final, se le reintegra el capital aportado al inversionista. Es decir, una deuda que no es deuda.

Pero nada es gratis en la vida. Esta figura no permite generar "escudo fiscal" para la empresa. Pero que vale la pena, casi siempre.

 

Lunes, 22 de Agosto de 2005

 

Fuente: El Comercio