Keynes tenía razón[1]

 

 

Autor: Paul Krugman (Premio Nóbel de Economía 2008, Profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton).

 

"La época correcta para que el Tesoro tome medidas de austeridad no es el boom sino durante el desplome", declaró John Maynard Keynes en 1937, justo cuando el presidente Franklin D. Roosvelt estaba por probar que el economista estaba en lo cierto pues intentó equilibrar el presupuesto demasiado pronto generó una severa recesión en Estado Unidos - que se había estado recuperando gradualmente. Recortar el gasto gubernamental en una economía deprimida la hunde más; la austeridad debe esperar hasta que se haya constatado una fuerte recuperación.

 

Desafortunadamente, a fines del 2010 y principios del 2011, los políticos y los encargados de la política macroeconómica en muchos de los países occidentales creyeron saber más y postulaban que deberíamos enfocarnos en los déficits y no en los empleos, pese a que estas economías recién habían comenzado a recuperarse de la debacle que siguió a la crisis financiera. Y al actuar bajo esa creencia antikeysiana, terminaron probando que, una vez más, Keynes tenía razón.

 

Al declarar reivindicada la teoría Keynesiana, es obvio que estoy en desacuerdo con la sabiduría convencional. En Washington en particular, el fracaso del paquete de estímulo del presidente Barack Obama, lanzado para producir un boom en el empleo, es visto generalmente como una prueba de que el gasto no puede crear puestos de trabajo. Pero quienes hemos hecho los cálculos descubrimos que desde el inicio, los fondos de la Ley de Recuperación y Reinversión del 2009 eran demasiado pequeños dada la magnitud de la recesión (por cierto, más de la tercera parte tomó la forma de recortes impositivos relativamente inefectivos). Y también pronosticamos la consiguiente reacción hostil de los políticos.

Por ello, la verdadera evaluación de la teoría keynesiana no ha provenido de los incompletos esfuerzos realizados por gobierno federal para impulsar la economía, los que fueron revertidos por los recortes en los gobiernos estatales y locales. Al contrario, provino de países europeos como Grecia e Irlanda, que tuvieron que imponer una salvaje austeridad fiscal como condición para recibir préstamos de emergencia - y han sufrido caídas en sus PBI de dos dígitos, que recuerdan la Gran Depresión.

 

Se suponía que esto no sucedería de acuerdo con la ideología que domina mucho del actual discurso político. En marzo del 2011, el equipo que pertenece al Partido Republicano del Comité Económico del Congreso publicó un informe titulado "Menos gasto, menos deuda, la economía crece". El documento ridiculizó las preocupaciones en torno a los recortes del gasto en época recesiva, argumentando que mejorarían la confianza del consumidor y de las empresas y que ello generaría un crecimiento mayor.

Incluso en ese entonces, debieron estar más enterados: los ejemplos históricos de "austeridad expansiva" que utilizaron ya han sido desacreditados. Y también hay que recordar el vergonzoso hecho de que; a mediados del 2010, muchos en la derecho declararon prematuramente que el de Irlanda era un caso de éxito que demostraba las virtudes de los recortes presupuestales, sólo para ver cómo ese país se hundía más y cómo toda la confianza que los inversionistas pudieron haber tenido se evaporó.

 

Resulta increíble que lo mismo haya sucedido el 2011. Hubo proclamaciones de que Irlanda había dado vuelta la esquina, lo que demostraba que la austeridad funciona - y entonces las cifras llegaron y eran tan espantosas como el año previo.
Pero la insistencia en recortes inmediatos continuó dominando el escenario político y sus efectos sobre la economía estadounidense han sido malignos. Si bien a nivel federal no se dictaron nuevas medidas de austeridad de importancia, hubo mucha austeridad "pasiva" ya que el plan de estímulo de Obama se desvaneció y los gobiernos estatales y locales, agobiados por la iliquidez, continuaron haciendo recortes.

 

Se podría argumentar que Grecia e Irlanda no tenían alternativa o que la única era dejar de pagar sus deudas y abandonar el euro.
Pero otra lección del 2011 es que Estados Unidos sí la tenía y aún la tiene: Washington puede estar obsesionado con el déficit, pero si los mercados financieros están enviando algún mensaje, este es que el país debería endeudarse más.

 

De nuevo, no se suponía que esto sucedería. El 2011 comenzó con acuciantes advertencias de que una crisis de deuda al estilo griego ocurriría apenas la Reserva Federal dejase de comprar bonos, o las agencias calificadoras redujesen nuestro estatus de triple A, o el súper comité encargado de proponer medidas económicas no alcance ningún acuerdo, o algo así. Pero la FED abandonó su programa de adquisición de bonos en junio, Standard & Poor's redujo el rating de Estados Unidos en agosto, el súper comité no alcanzó acuerdo alguno en noviembre, y los costos para que el país se endeude siguieron reduciéndose. De hecho, los bonos estadounidenses están pagando un interés negativo: los inversionistas están dispuestos a pagarle a Estados Unidos por guardarles su dinero.

 

En conclusión, el 2011 fue un año en que la élite política del país de obsesionó por los déficits de corto plazo que en realidad no son un problema y, en ese proceso, hizo que el verdadero problema empeorase - una economía deprimida y desempleo masivo.

La buena noticia es que el presidente Obama ha retomado la lucha contra la austeridad prematura y, al parecer, están ganando la batalla política. Y quizás uno de estos años terminemos aceptando el consejo de Keynes, que hoy es tan válido como lo era hace 75 años.


 

[1] Fuente: Krugman, PAUL. "Keynes tenía razón". En: Diario Gestión El diario de economía y negocios del Perú. Desayunando con Krugman. Pp. 17. Fecha de publicación: 4 de enero del 2012