El Gran Muro Verde
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Por Pedro Burruezo
El gran muro verde africano La 
desertificación y la sequía ganan la batalla en África. El Sahel, una zona de 
transición entre el Sahara y las sabanas, ve cómo la arena invade su territorio 
a una velocidad de hasta un kilómetro al mes. El lago Chad, ubicado en la 
frontera de esta franja natural, ha pasado de cubrir más de 15.000 km2 en los 
años sesenta a no superar los 325 km2 en la actualidad. 
Pero la guerra no está perdida. Así lo piensan al menos los impulsores del Gran 
Muro Verde (GMV). La idea, propuesta en los años ochenta por Thomas Sankara, en 
aquella época jefe de estado de Burkina Faso, consistiría en levantar un muro de 
árboles y arbustos de 15 kilómetros de ancho, que atravesaría de punta a punta 
el continente. En concreto once países, desde Senegal, en el oeste, hasta 
Djibouti, en el "cuerno de África", y en medio, Mauritania, Mali, Burkina Faso, 
Nigeria, Níger, Chad, Sudán, Eritrea y Etiopía. Una distancia continua de 7.775 
kilómetros que se desviaría en caso de tener que hacer frente a obstáculos como 
ríos, lugares rocosos y montañas o para unir las zonas habitadas. 
La falta de apoyos, sobre todo económicos, dejó aparcado el proyecto hasta que 
hace seis años la Unión Africana empezó a buscar adhesiones para su puesta en 
marcha. El trabajo parece dar sus frutos: la organización internacional Global 
Environment Facility (GEF) ha confirmado que destinará hasta 115 millones de 
dólares (unos 81 millones de euros) para apoyar su construcción, que también 
cuenta con el respaldo institucional de la Convención de Naciones Unidas para 
Combatir la Desertificación (UNCCD). Otras organizaciones de ayuda al desarrollo 
también han prometido inversiones de hasta tres mil millones de dólares. El 
Gobierno de Senegal es uno de sus más firmes valedores y ha creado una página 
web sobre el proyecto. 
Sus defensores destacan varias ventajas. Además de detener la desertificación y 
la erosión, el muro protegería los recursos hidrológicos de la zona y 
contribuiría a restaurar o crear hábitats de apoyo a la biodiversidad. Gracias a 
esta gigantesca masa forestal, se contaría con una nueva fuente de alimentos y 
de energía, proveniente de la biomasa, y constituiría un aliado contra el cambio 
climático. 
Desde la UNCCD creen que los beneficios del GMV irían mucho más allá de los 
ecológicos. Al recuperar la zona, se ayudaría a luchar contra la pobreza, se 
detendría la emigración y se atraerían otros programas económicos y 
medioambientales. La cooperación internacional y entre los países involucrados 
mejoraría la inestabilidad política de la zona, un factor clave en la actualidad 
tras las revueltas en los países árabes.