SUBE Y SUBE



El mayor evento de Wall Street en 1956 fue la salida a olsa de una compañía que había mantenido su capital cerrado por más de medio siglo: Ford Motor Company. El precio de su acción subió US$ 5 en su primer día de negociación, aunque en esa época no necesitaba capital.

Su fundador, Henry Ford, fue hostil a la idea de abrir el accionariado y recién casi una década después de su muerte la fundación Ford decidió vender al público parte de sus acciones.

Este año, la ola de salidas a bolsa tiene algunas similitudes. Uber, Lyft, Slack y el resto no son tan viejas como lo era Ford, pero tampoco están en la flor de la juventud. Las nuevas empresas mantienen cerrado su capital por más tiempo. El número de empresas listadas en bolsa en Estados Unidos se ha reducido en más de un tercio desde los años 90. Un motivo es que las firmas tecnológicas tienen menos necesidad de capital, pues el valor de los startups está más vinculado a ideas que a activos fijos.

A los magnates tecnológicos le agradan las oportunidades que el listado en bolsa ofrece. Pero al igual que Henry Ford, lo que les resta entusiasmo es la pérdida de control -y el escrutinio, pues el secretismo es muy relevante para las firmas basadas en ideas-. Pero el cambio crucial no ha sido una reducción de su demanda por capital sino un aumento de la oferta.

Los montos que antes solo podían levantarse en mercados bursátiles ahora pueden obtenerse desde otras fuentes.

Para entender este auge, hay que remontarse a los días de Ford, cuando las finanzas eran más simples. En ese entonces, el capital de riesgo consistía en préstamos bancarios, contratos entre deudor y acreedor, o dinero recolectado entre familiares, amigos o socios empresariales. Si se necesitaba más, una empresa podía emitir títulos valores en el mercado bursátil -acciones o, para las consolidades, bonos de alta calificación-.

Por la época en que Ford Motors abrió su accionariado, emergieron las firmas de capital de riesgo, cuyo propósito era proveer capital semilla para las startups. Más tarde, en la década de 1980, el banco de inversión Drexel Burnham Lambert tuvo la idea de emitir bonos "basura" de baja calificación para adquirir empresas listadas -las llamadas "compras apalancadas" o LBO, por sus siglas en inglés-.

Las grandes firmas de capital de riesgo actuales, como KKR y Blackstone, se curtieron durante el boom de LBO, en los años 80. Sus rivales, como Apollo y Ares, fueron fundadas por exempleados de Drexel. Los cambios en la regulación de los mercados de capital en las décadas de 1990 y 2000, fijaron el escenario para el reciente crecimiento de los mercados de capital de riesgo.

Esas normas hicieron más fácil el levantamiento de capital fuera de bolsa, mientras que dificultaron el listado en los mercados bursátiles.

También entraron a tallas fuerzas más profundas, que se reforzaron luego de la cisis financiera. El descenso histórico de las tasas de interés, causado en parte por la abundancia de ahorros, recibió un empuje adicional por las políticas monetarias flexibles de los bancos centrales.

Los rendimientos de acciones y bonos corporativos también declinaron, así que los más avezados buscaron retornos más altos en los mercados de capital de riesgo -ilíquidos y menos regulados-, con la esperanza de ser recompensados por inmovilizar su dinero por más tiempo. Además, los bancos que afrontaban limitaciones de capital generaron una brencha en la oferta de crédito.

Ello explica la popularidad de los préstamos apalancados, que son títulos similares a los bonos, vendidos a inversionista sindicados.

Más fáciles de obtener que el financiamiento bancario y más flexible que los bonos basura, son la fuente preferida para las LBO. Otros créditos de este tipo son muy semejantes a los bancarios: un sindicato puede tener un puñado de acreedores y los préstamos son estructurados a la medida.

La creciente oferta de alternativas de capital de riesgo es todavía más destacabale. A las firmas tecnológicas jóvenes les falta de dónde elegir: fondos soberanos y hasta fondos de pensiones compiten por adquirir participaciones en empresas no listadas. Las firmas de capital de riesgo tiene disponibles US$ 2.4 millones de millones, según la firma de data Preqin. La escasez de prospectos de compra ha hecho que los fondos se rehúsen a vender su participación en empresas con buen perfil.

Ahora se acepta la noción de que las firmas basadas en ideas son más idóneas para el capital de riesgo que para la bolsa y sus exigencias de divulgar información. Pero esa noción tiende a restarle importancia al lado de la oferta en los mercados capitales.

De hecho, "los mercados bursátil no son inherentemente antiéticos al sector tecnológico", señala Ajay Royan, socio gerente de la firma de capital de riesgo Mithril Capital.

A Steve Jobs y Bill Gates les fue bien en la bolsa. Lo que hoy Silicon Valley considera una regla duradera podría ser simplemente consecuencia del inusual bajo nivel de las tasas de interés.

Publicado en Gestión, 9 de julio del 2019.