DOS EXTREMOS EN SEGUNDA VUELTA

 


Cajamarca, en los Andes del norte del Perú, es conocida principalmente como el lugar donde Atahualpa, el último gobernante del imperio Inca, fue asesinado por los conquistadores españoles a pesar de haber pagado su rescate llenando una habitación de oro.

Hoy Cajamarca es la capital de una gran región de atribulados agricultores, carreteras en mal estado y modernas minas de oro. Todavía se siente traicionada: las minas le han traído más prosperidad a la nación que a la región, que es la más pobre del Perú.

Es el hogar de Pedro Castillo, maestro de escuela rural y líder sindical que sorprendió al país al ganar el 19.1% de los votos en las elecciones presidenciales del 11 de abril, por delante de otros 17 candidatos. Lo hizo gracias a una posición que pide la nacionalización de empresas mineras extranjeras, una nueva constitución y un Estado mucho más grande. Estas son las demandas estándar de la izquierda chavista en América Latina.

Durante los últimos 30 años, Perú, con una economía de libre mercado de rápido crecimiento que ha reducido drásticamente la pobreza, las ha rechazado. Pero la inestabilidad política, los escándalos de corrupción y el descontento público han aumentado. La pandemia ha saturado a un desigual sistema de salud. En una segunda vuelta electoral el 6 de junio que enfrentará a Castillo contra Keiko Fujimori (13.4%), una conservadora, ¿podría Perú romper su molde político?

Hasta hace un mes, Castillo apenas era conocido, aunque fue líder de una huelga de maestros de tres meses en el 2017. Un mestizo, como la mayoría de los peruanos, tiene un hábil toque populista. Él vilipendia a una distante clase gobernante "con sus salarios dorados". "No podemos permitir que haya más gente pobre en un país rico", dice, en alusión a esa minas.

Es un rondero, miembro de los grupos de autodefensas que patrullan el campo de Cajamarca, originalmente contra ladrones, pero que ahora actúan como un poder local.

"También es cristiano y conservador social. Habiéndose recuperado del covid-19 en enero, fue uno de los pocos candidatos que hizo campaña presencialmente, a menudo a caballo y con sombrero de vaquero. El sindicato de maestros, ronderos y evangélicos difundieron su palabra.

En las últimas tres elecciones hasta un tercio de los peruanos, principalmente en los Andes, han votado por candidatos que prometieron cambiar "el modelo". Solo uno ganó una segunda vuelta: Ollanta Humala, un nacionalista ex oficial del ejército, que perdió en el 2006 ofreciendo chavismo, pero ganó en el 2011 con una plataforma social demócrata más moderada.

Castillo podría ser otro Humala.

Como típico sindicalista peruano, combina la retórica radical con el pragmatismo. Para ganar la huelga de maestros se alió con un movimiento descendiente de Sendero Luminoso, un grupo terrorista del siglo pasado, pero también con legisladores del partido de Keiko Fujimori..

Sin embargo, Castillo tiene un problema. No solo le falta tiempo para reinventarse, sino que defendió a un partido marxista-leninista controlado por Vladimir Cerrón, un ex gobernador regional inhabilitado por corrupción. Mientras que Castillo ha sido conciliador en la victoria, su compañera de fórmula, Dina Boluarte, una aliada de Cerrón, amenazó con que "la clase media limeña acomodada seguramente dejará de serlo".

Las segundas vueltas en Perú "tienden a ser un plebiscito sobre uno de los dos candidatos", dice Alberto Vergara, politólogo. "Este será un plebiscito sobre Castillo y probablemente perderá". A menos que se modere, es probable que pierda abrumadoramente. Pero tiene un gran factor a su favor.

Keiko Fujimori es la figura política más tóxica del Perú.

Su padre gobernó como autócrata en la década de 1990. Durante la última década, el antifujimorismo ha sido la corriente política dominante. Esto le negó dos veces la presidencia a Fujimori. Su partido obtuvo la mayoría en el Congreso en el 2016 y en repetidas ocasiones intentó derrocar al gobierno. Pasó un tiempo en la cárcel por acusaciones no probadas de corrupción en el financiamiento de campañas que, según ella, tienen motivaciones políticas. Ella es la candidata que tiene la tasa de rechazo más alta (aunque la proporción de personas que dicen que nunca votarían por ella está disminuyendo). Como Castillo, ella tiene mucho trabajo por hacer.

Para muchos peruanos, tener que elegir entre estos dos extremos es doloroso. Muchos pueden abstenerse. El próximo presidente será débil: los dos contendientes ganaron menos de un tercio de los votos combinados; el total de votos en blanco y nulos fue más que lo logrado por Castillo. Es probable que el nuevo Congreso se divida entre 11 partidos. Los partidos peruanos se han convertido en propiedad de individuos, a menudo con fines económicos. Su único interés compartido es asaltar las reservas del tesoro y del banco central en busca de popularidad a corto plazo. Eso, más que un cambio ideológico, probablemente sea el mayor riesgo que enfrenta el Perú.

 

 

 

Publicado en Gestión, 16 de abril del 2021.