LA GEOPOLÍTICA DE LOS NEGOCIOS

 

Hace 20 años, la entonces startup Amazon estaba a punto de morir, empujada por la debacle de las "dotcom", que expuso la arrogancia de Silicon Valley y, junto con el fraude de US$ 14,000 millones en Enron, destruyó la confianza en las empresas estadounidenses. En tanto, China bregaba por privatizar sus herrumbrosas empresas estatales y había pocas señales de que pudiese crear una cultura de emprendimiento. La gran esperanza era Europa, donde una moneda común prometía catalizar un mercado abierto a los negocios.

Pero el mundo pospandemia de los negocios es dramáticamente distinto de lo que se habría esperado hace dos décadas. Las tecnológicas conforman el 25% del mercado bursátil global y su ubicación geográfica se ha desbalanceado.

Estados Unidos y, crecientemente, China, están en ascenso: tienen 76 de las 100 con mayor valorización.

Las europeas han pasado de 41 el 2000 a 15. ¿Por qué ese desequilibrio? ¿Puede perdurar?

Las grandes empresas no son mejores que las pequeñas. Las primeras pueden ser señal de éxito, pero también de apatía. La saudita Aramco, la segunda compañía con mayor valorización del mundo, no es tanto un símbolo de pujanza sino de la peligrosa dependencia de un país en combustibles dósiles.

Aún así, el tipo apropiado de gran empresa es señal de un ambiente de negocios saludable en el que se crean firmas grandes y eficientes que son constantemente arrasadas por la competencia.

Una manera de entender el dominio de Estados Unidos y China es comparar su participación en el PBI mundial con su participación en la actividad empresarial, el promedio de su porcentaje global de capitalización bursátil, ofertas públicas iniciales, financiamiento de capital de riesgo, "unicornios" y las 100 mayores empresas. Estados Unidos representa el 24% del PBI global y el 48% de la actividad empresarial y China, 18% y 20% respectivamente.

Parte de la explicación es la oportunidad desaprovechada de Europa.

La intromisión política y la crisis de deuda de 2010-2012 han estancado la integración económica. Sus empresas no participaron el viraje hacia la economía intangible y no hay startups que rivalicen con Amazon o Google. Otros países como Brasil, México e India también han tenido dificultades en crear una cohorte de firmas globales.

Solo Estados Unidos y China han podido organizar el proceso de destrucción creativa. De las 19 compañías creadas en los últimos 25 años que valen más de US$ 100,000 millones, nueve están en Estados Unidos, ocho en China y ninguna en Europa. Y un nuevo conjunto de tecnológicas están alcanzando masa crítica. Firmas de ambos países dominan la frontera de nuevas tecnologías como fintech y autos eléctricos.

La fórmula mágica tiene muchos ingredientes. Un vasto mercado doméstico ayuda a alcanzar economías de escala rápido. Mercados de capitales avanzados, redes de inversionistas de riesgo y universidades de primer nivel mantienen en marcha el flujo de startups. También existe una cultura que exalta el emprendimiento. Por encima de todo, la política respalda la destrucción creativa.

Sin embargo, el reciente desgaste de este consenso político en ambos países haría insostenible ese dominio. Los estadounidenses están preocupados por un retroceso nacional, así como por bajos salarios y monopolios. The Economist apoya el objetivo del Gobierno de Biden de promover la competencia y expandir la ayuda a trabajadores afectados por la disrupción, pero el peligro es que ese país continúa virando hacia el proteccionismo y, en la izquierda, hacia impuestos punitivos al capital.

En China, el presidente Xi Jinping mira a las empresas privadas como una amenaza al poder del Partido Comunista y a la estabilidad social. El acoso a magnates comenzó el año pasado con Jack Ma, y se ha ampliado a los jefes de otras tres tecnológicas. Mientras más intervengan ambos países, el resto del mundo debe estar más preocupado por la asimétrica geográfica de los negocios globales. En teoría, la nacionalidad de las empresas privadas no es importante, pero si son influenciadas por sus gobiernos, el cálculo cambia.

Con la ralentización de la globalización, ya están surgiendo refriegas en torno a dónde las multinacionales deben producir vacunas, fijar reglas digitales o pagar impuestos. Las esperanzas de la Unión Europea de ser una potencia regulatoria podrían terminar en proteccionismo y países con menos peso podrían erigir barreras. Por ejemplo, para reafirmar su soberanía, India ha prohibido redes sociales chinas y restringido firmas de e-commerce estadounidenses. Es lo peor de ambos mundos: priva a los consumidores de innovaciones globales y dificulta que las firmas locales alcancen economías de escala.

Sería trágico si solamente dos países fuesen capaces de sostener un proceso de destrucción creativa a gran escala. Pero sería incluso peor si lo abandonasen y otros países levantes barricadas. El mejor indicador de éxito sería que, dentro de 20 años, la lista de las compañías más grandes del mundo sea absolutamente distinta a la de hoy.

 

 

Publicado en Gestión, 10 de junio del 2021.