LA INFLACIÓN Y EL PUEBLO

 

 

Hay algo que resulta indubitable en materia económica: la manera más cruenta de construir pobreza es mediante un proceso inflacionario creciente. Los últimos 20 años, la economía peruana mostró uno de los más destacados logros de la región al presentar un ritmo inflacionario promedio anual de alrededor de solo 2.5%. 

Ello generó las condiciones para haber sido considerada la economía de la región que más redujo pobreza en las tres últimas décadas.

Esa cifra constituyó un contraste sustancial con respecto al desastre inflacionario vivido en la­ década de los años 80, generado por modelos que se ampararon en asistencialismo, controles de precios, creciente presencia del Estado.

Hoy la situación nuevamente se complica para Perú. La inflación anualizada en octubre bordea el 6%. De pronto, en pocos meses, hemos superado en más del doble nuestra exitosa experiencia de casi dos décadas, ¿quién ha originado esto? Este Gobierno sostiene que no tiene que ver nada con esto. Revisemos si ello es cierto.

Como es conocido, es cierto que la inflación es una preocupación a nivel global hoy en día. El impacto de la creciente alza en los precios de commodities en el mercado internacional asociados a problemas de suministro, desbalances climatológicos, la secuela del covid y de la tremenda expansión monetaria que conllevó combatirla explican parte del problema. Es más, es posible que, dada la complejidad de su origen, el problema internacional no sea tan transitorio como se espera.

Sin embargo, también es cierto que la inflación peruana se afecta no solo por el ambiente de los commodities y la inflación global, sino también por la reciente dinámica cambiaria dentro de nuestro país.

Recordemos que en los últimos 20 años Perú demostró una clara estabilidad y predictibilidad cambiaria envidiables. Enfrentamos crisis de carácter internacional, desbalances profundos en nuestra política, desastres naturales y, a pesar de ello, una acertada presencia de nuestro ente emisor condujo a momentos de apreciación de nuestro signo monetario. Increíble.

En contraste, hoy el sol peruano es una de las monedas que más se ha­ depreciado en toda la región en lo que va del presente año. Una depreciación de casi el 15% solo comparable con la experiencias del desastre de la lira turca o el peso argentino y su impacto sobre la inflación es inevitable donde en promedio el 50% de costos empresariales tienen un componente importado directa o indirectamente. En ese marco, se explica que la inflación asociada al componente importado supera el 10% anual.

Es más, estamos con una cotización del dólar por encima de los 4 soles a pesar que el BCR ha presentado intervenciones récord de un promedio mensual de casi US 3,000 millones durante el presente año para amortiguarlo (casi el triple de la que demandó enfrentar la gran recesión mundial del 2009) y a pesar de los crecientes niveles récord del valor de las exportaciones mineras y de muy buenas campañas de pesca. En condiciones normales, ese escenario sería sinónimo de caída del tipo de cambio, no de lo que vivimos hoy.

El grave ruido político interno, la incertidumbre, la crisis de confianza, la contradicción permanente de las señales políticas, vienen afectando no solo la dinámica de inversión privada que podría contraerse hasta en un 15% el próximo año y la salida de capitales por más de US$ 15,000 millones en lo que va del año, sino también nuestra fuerte volatilidad cambiaria. Esto se suscita, a diferencia a otras crisis políticas en el país, por una sola gran razón: este Gobierno ha puesta en tela de juicio la permanencia de los fundamentos de nuestra economía. Ese es el problema central.

Al haberse puesto en tela de juicio la libertad de precios, la apertura económica y el rol subsidiario del Estado, todo empezó a derrumbarse. Todo se sintetiza en la posibilidad de modificar integralmente nuestro marco constitucional con una intencionalidad política clamorosa. El problema no es solo el llamado al cambio constitucional, sino también, a quién hace el llamado.

A menos estabilidad de nuestros fundamentos económicos acompañado de ausencia de liderazgo, menos inversión, menor crecimiento del FBI, más endeudamiento, menos creación de puestos de trabajo formal, más alza de tipo de cambio y más inflación. Esto no es parte de ningún “complot empresarial”, es parte del desorden generado en nuestro frente gubernamental. La creciente inflación está siendo alimentada por el desorden interno.

Algo que no se resalta mucho en los medios es que la inflación incremental no tiene un impacto homogéneo en los diferentes segmentos sociales. Hoy en día, sin considerar a los estratos de extrema pobreza, se estima que más del 60% de los gastos de una familia del nivel socio económico D y E están vinculados a la demanda de productos ligados a alimentos. Hecho que contrasta con el menos del 20% que lo mismo comprometería en los niveles socio económicos más altos de nuestra población. Es decir, cuando se acentúa la inflación, quien más pierde es quien compromete una mayor fracción de sus ingresos para poder alimentarse mes a mes.

Perú fue por dos décadas la economía que más redujo la pobreza en la región, casi 30 puntos menos; la que más desconcentró ingresos, por encima de Chile, México y Colombia; la que más redujo desigualdad medida por el  coeficiente Gini. Si no paramos el impacto del desgobierno sobre el tipo de cambio e inflación, lo ganado durante años de esfuerzo podría perderse en poco tiempo. No se puede ayudar al pueblo en un entorno con creciente inflación.

Si quien dice que se preocupa por el pueblo es quien genera gran parte de las condiciones para que se acelere la inflación en el Perú, no quiere realmente al pueblo, lo usa.

 

Publicado en el Comercio, 09 de Noviembre del 2021.